El vínculo entre los Libertadores

La solidaridad política construida entre José de San Martín y Bernardo O’Higgins se soldó después del triunfo de Chacabuco y se tradujo en varios planos.

Abrazo de Maipú. San Martín y O’Higgins, tras la victoria en la batalla. La pintura es de Pedro Subercaseaux.
Abrazo de Maipú. San Martín y O’Higgins, tras la victoria en la batalla. La pintura es de Pedro Subercaseaux.

San Martín y O’Higgins se conocieron en el paraje cordillerano de Uspallata en medio de un momento sumamente crítico como consecuencia de la derrota de los patriotas chilenos en Rancagua. San Martín había llegado semanas antes a la capital de la gobernación de Cuyo con el fin de organizar la fuerza militar con la que pensaba defender la frontera oeste de la revolución rioplatense, y redirigir la guerra hacia el Pacífico contra los ejércitos realistas que tenían como principal fuente de recursos la capital del virreinato peruano. San Martín no había ejercido cargos políticos hasta esa fecha, aunque había tomado conocimiento de la delicada situación trasandina por medio del diputado del gobierno rioplatense en Santiago, el Dr. Juan José Paso, quien le había aconsejado postergar cualquier auxilio militar a los patriotas chilenos en virtud de las rivalidades habidas entre los principales lideres de la revolución: Bernardo O’Higgins y José Miguel Carrera.

El encuentro con O’Higgins en Uspallata, y la desoladora imagen de los contingentes de familias y tropas que habían tomado la ruta de la emigración a las Provincias libres del Plata, lo condujo a encargarle la reunión de la fuerza militar. Pero la decisión de San Martín fue increpada por José Miguel Carrera y sus partidarios quien le exigió ser reconocido como única autoridad legítima del gobierno chileno. El gobernador intendente desechó de plano su reclamo por dos razones principales: la convicción o idea de que dicho reconocimiento suponía erigir un estado o gobierno en la jurisdicción cuyana y de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, y la confianza depositada en O’Higgins mediada por la opinión de los amigos de la logia que, en Londres, habían jurado luchar por la independencia de la América española.

La solidaridad política construida entre ambos se soldó después del triunfo de Chacabuco y se tradujo en varios planos: la comunión de ideas sobre la centralización del poder y ejecutivos con facultades excepcionales como fórmula adecuada para afianzar los nuevos Estados independientes y hacer la guerra en el sur chileno que estaba bajo control de los partidarios del rey y de Lima (que incluía a caciques indígenas); el envío de misiones diplomáticas a Europa con el fin de gestionar la protección británica ante el reflujo de la revolución, la restauración legitimista y el regreso de Fernando VII al trono español; y la firme decisión de excluir a los Carrera y sus partidarios de la política doméstica. La misma se tradujo en el acontecimiento que mayor impacto generó en el escenario chileno y rioplatense en 1818 cuando los hermanos Juan José y Luis Carrera fueron sometidos al proceso criminal que los condujo al patíbulo en la plaza mayor de Mendoza tres días después del triunfo de Maipú.

La expedición libertadora al Perú los tuvo como actores protagónicos y los convirtió en confidentes de asuntos cruciales de las independencias sudamericanas en el contexto adverso de la restauración europea y las expectativas abiertas con el giro liberal en España. En particular, en las negociaciones mantenidas por San Martín y sus colaboradores con los virreyes peruanos en medio de la restauración de la constitución de Cádiz, y en el debate promovido por el Protector de los pueblos libres del Perú y su ministro Monteagudo sobre la posibilidad de instalar la monarquía constitucional en el Perú con un príncipe europeo en su cúspide. Las cartas que le dirigió el Libertador del sur al director de Estado chileno revelan con precisión los motivos que justificaban no adoptar la formula republicana como forma de gobierno para los pueblos libres del yugo colonial. En una de ellas, fechada el 30 de noviembre de 1821, San Martín le confesó estar convencido de “la imposibilidad de erigir estos países en repúblicas” y establecer un gobierno que evitara “los horrores de la anarquía”.

*La autora es historiadora del INCIHUSA- CONICET y la UNCuyo

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