Luca, el inolvidable Dr. Jekyll & Mr. Hyde del rock nacional

Ícono de los 80, un artista vanguardista y excéntrico que consiguió reflejar con sus letras la cultura del barrio porteño en la música.

Luca, el inolvidable Dr. Jekyll & Mr. Hyde del rock nacional
Luca, el inolvidable Dr. Jekyll & Mr. Hyde del rock nacional

¿Quién fue Luca? Era calvo cuando el resto de los frontman rockeros se dejaban el pelo largo. Esparció canciones cantadas en inglés cuando aún flotaba el conflicto de la Guerra de Malvinas, que generó un fuerte movimiento antianglosajón y por consecuencia, a que sus canciones en inglés, por prejuicio, fueran detestadas a priori.

Si lo escucháramos hablar, él se oiría con un torbellino de dialecto italiano bien marcado en choque con un inglés perfecto y un castellano rioplantense bien lunfardo.

Eran los 80. Sumo, como banda under y sarcástica, caló de forma excéntrica en la idiosincrasia del movimiento emergente, porque Luca era una persona exótica, culta, educada, provocadora y agradable y sin duda estaba muy lejos de la pose de estrella del firmamento en el que se reconocían los vocalistas de las bandas más importantes del rock nacional.

No sabemos cómo él, en esos tiempos, consiguió adecuar su espíritu libertario y trotamundos, a las condiciones de represión de un país en dictadura o en todo caso, cómo pasó de tocar la guitarra como un  hippie a liderar una banda épica.

La llegada

Pero Luca apareció. Tenía 28 años. Se vino para nuestro país en búsqueda de redención luego de que su hermana el novio de esta se suicidaran con monóxido de carbono en Londres, mientras él tocaba en el grupo New Clear Heads, que formó en 1978 y se codeaba con los chicos de The Police y Mötorhead (el tema “warm mist” de Corpiños en la madrugada hace alusión a este hecho).

Tenía una idea: reencontrarse en los campos de Córdoba con Timmy Mackern, un ex compañero del aristocrático colegio inglés Gordonstoun School. Pero se tropezó en el camino con Germán Daffunchio y Alejandro Sokol, conectando el circuito que formaría la trilogía Sumo y que se completaría con Diego Arnedo, Roberto Pettinato y Stephanie Nuttal. 

Entre los que escucharon a Sumo en vivo, nadie pudo dejar de notar que era una banda poderosa, un mestizaje eléctrico de aquellas influencias anglo que importó del post punk, el dub, el reggae, formando atmósferas que saltaban al rock esquizoide a la balada más romántica. Era lo que pronto se pudo identificar como una especie de Dr. Jekyll & Mr. Hyde de culto.

Antimateria

En la recuperación del tiempo transcurrido, costaría pensarlo a él como una estrella de rock. En aquellos años, mientras tocaba, salía de gira y grababa discos, él era realmente un desposeído de lo material.

Luca no tenía casa propia, no tenía propiedades a su nombre, no sabía manejar ni tenía ganas de comprarse un auto, principalmente porque era miope y esquivaba tomar todo ese rejunte material en serio: la total antítesis del divo rockero, que apenas se cambiaba de ropa porque le daba pereza ir a comprar, usaba anteojos de sol todo el día y se hacía amigo de los vagabundos que dormían en la vereda del conventillo de San Telmo donde vivía y donde finalmente falleció.

Sin embargo, contrariamente a sus apegos materiales, Luca, desde lo musical, fue un artista completamente generoso, rico, abierto, imaginativo y creativo como nadie.

Aquí en nuestro país se encontró en un espacio disponible para la experimentación. Para él, nuestra patria era una fuente de inspiración permanente, por su estética, su cultura, sus contradicciones y por su mestizaje feroz de civilización y barbarie.

Aquí desencadenó sus influencias del after-punk de Joy División, también el funk blanco que fluyó del sello Factory de Manchester y lo alternó con reggae clásico, insuflándole una dimensión vanguardista al sonido tradicional de lo que se traficaba al comienzo de la década en el movimiento del rock, recargado de sonidos progresivos y jazz.

Sumo, con la complicidad de su hermoso equipo de músicos tan disidentes como él, amplificó, solidificó, identificó un  repertorio original en nuestro territorio, desde la primera a la última nota, sin que ni importe ni un instante qué piensa el resto del mundo, ni la crítica, ni los fundamentalistas del rock, ni los antianglosajones. Hicieron lo suyo.

Y cuesta reconocer que son apenas tres discos lo que circularon en la vida de la banda: Divididos por la felicidad (1985), Llegando los monos (1986) y After chabón (1987). Además, uno póstumo: Fiebre (1989).  

También muchos nos preguntamos cómo un italiano criado en el Reino Unido pudo radiografiar mejor que cualquier argentino el ambiente de una particular zona porteña en Mañanas en el Abasto, darle una atmósfera romántica e iconoclasta, convirtiéndose en una de los “Tema del siglo del rock nacional” en múltiples encuestas de estos 50 años del movimiento.

Los últimos días

Las crónicas y los testimonios ubicaron a Luca Prodan el 20 de diciembre de 1987 andando por ahí y cantando en el show de Sumo en el estadio Los Andes, en la zona sur del Conurbano bonaerense y con muy poco público.

Dos días después, el 22, fue encontrado muerto en el pequeño habitáculo, en su casa de Alsina y Defensa, en San Telmo.

En realidad, había sufrido un paro cardíaco debido a una grave hemorragia interna causada por una cirrosis hepática.

Dicen sus allegados que en el último show Luca estaba muy flaco y pálido y quiso entrar al escenario con su acostumbrada botella de ginebra.

El legado

La dispersión la conocemos todos: Diego Arnedo y Ricardo Mollo formaron Divididos; Germán Daffunchio, Alejandro Sokol y Alberto Troglio formaron Las Pelotas y Roberto Pettinato, Pachuco Cadáver.

Luca descansa hoy en el cementerio de Avellaneda. Su vida fue una fuga permanente, una historia inconclusa que lo ha vuelto mitológico. Tenía 34 años.

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