Opinión
Un país en crisis que acelera hacia el abismo
La renuncia de Guzmán abre un escenario de mayor incertidumbre. El peronismo resignó otra vez ante Cristina el liderazgo de las ideas. Una coalición que no gobierna y profundiza la crisis.
La renuncia de Guzmán abre un escenario de mayor incertidumbre. El peronismo resignó otra vez ante Cristina el liderazgo de las ideas. Una coalición que no gobierna y profundiza la crisis.
Cristina quiere menos piquetes, pero más planes. Y reasignar el peaje. De los piqueteros gerentes de la pobreza, a los caciques siempre vigentes del peronismo feudal.
Cristina Kirchner se diferencia de su propio gobierno con un discurso económico que pretende explicar la inflación diciendo que sus consecuencias son en realidad sus causas.
La dupla integrada por Alberto y Cristina Fernández reinstaló una creencia constitutiva del sentido común en la política argentina: sólo el peronismo puede y sabe gobernar al país. Sin embargo, esa columna central en la catedral simbólica de la política se derrumba esta vez sin atenuantes.
Sobran motivos para pensar que tanto Cristina como Alberto defienden un capitalismo de favores, aunque para amigos diferentes.
El kirchnerismo es “ese asfixiante coro soviético que le mató al peronismo hasta la picardía”, dice Touzon.
Son dos velocidades diferentes: mientras Alberto todavía no entiende el triunfo de 2019, Cristina se prepara para la derrota de 2023.
En el acto que le organizó la UOCRA a Alberto Fernández para manifestarle su apoyo, lo dejaron solo la mayoría de los gobernadores e intendentes justicialistas y (más grave aún) también algunos ministros de su gabinete.
En Alemania el presidente aprovechó para pelearse en público con su vice y lanzarse a la reelección.
Cristina está sembrando un campo minado en el núcleo restante de la legitimidad presidencial.
La dificultad para encontrar el centro ideológico, instrumental y discursivo es la que desconcierta a las fuerzas que pretenden mantener a distancia la turbulencia emergente a la derecha, y al mismo tiempo denunciar la fuga impostada de Cristina hacia la izquierda.
Esta vez la épica cristinista contra la Corte Suprema viene tornasolada con el pánico oficialista por la tobillera electrónica.
El itinerario de Cristina es el de una protagonista periférica del siglo breve que se ilusionó con el socialismo real y concluyó con su fracaso.
La Cámpora le está propinando al Presidente las mismas humillaciones que padeció el ex presidente Héctor Cámpora por parte de Juan Perón.
Cristina Kirchner empeñó su liderazgo en una movida de daño interno. Si imagen positiva sólo sobrevive en una minoría. Fuera de esa ciudadela intensa no despega del fracaso de aquello que inventó: Alberto Fernández.
La contradicción central de Cristina es que no quiere asumir el costo del acuerdo, pero tampoco asumir el costo del default.
Con respecto al arreglo con el FMI, Cristina opuso una resistencia especulativa sólo cuando tuvo certeza de su mero efecto testimonial.
Juntos por el Cambio consiguió todos sus objetivos: sostener la gobernabilidad que el oficialismo puso en duda, votar en unidad y consolidar su imagen de conducción alternativa para 2023.
El acuerdo de cogobierno económico con el FMI dejó al descubierto que Cristina nunca tuvo una opción viable más allá de su oratoria de asamblea estudiantil.
El presidente argentino postrado ante Putin cuando éste ya había resuelto detonar Europa a sangre y fuego es la claudicación diplomática más vergonzosa de la que tenga memoria la historia argentina reciente.
El tiempo de alentar en privado un acuerdo con el FMI y denostarlo en público para eludir sus costos, se ha terminado. El gobierno firmará lo que le entreguen.
Ocurre que para Alberto Fernández la política exterior se restringe al ejercicio del guiño. Diplomacia trapito, adulación de ultramar. Mezcla de mendicidad y canchereo.
Alberto Fernández balbuceó en público un ofrecimiento de relaciones carnales a Vladimir Putin. Obtuvo como respuesta una mirada de hielo.