Un país en crisis que acelera hacia el abismo

La renuncia de Guzmán abre un escenario de mayor incertidumbre. El peronismo resignó otra vez ante Cristina el liderazgo de las ideas. Una coalición que no gobierna y profundiza la crisis.

La renuncia de Guzmán abre un escenario de mayor incertidumbre. Foto Federico Lopez Claro. Archivo
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La renuncia de Guzmán abre un escenario de mayor incertidumbre. Foto Federico Lopez Claro. Archivo martin guzman

Alumno aplicado en una universidad de prestigio, Martín Guzmán administró su salida con un último gesto de rebeldía académica: panfleteó el texto de su renuncia durante el acto de Cristina Kirchner, mientras la vice ensayaba otra clase de economía para principiantes. Los días por venir dirán si entregó su cabeza envuelta en bandeja. O la crisis como regalo, devuelta a sus legítimos dueños. El texto de la renuncia no ayudará a esclarecerlo. Guzmán prometió “sarasa” y lo cumplió hasta el final.

Antes de ese impacto, todo el peronismo ya estaba resignado discutiendo culpas. Lo resumió el sociólogo Gerardo Aboy Carlés, cercano al oficialismo. “Todo el debate es porque no se ponen de acuerdo en si hay que pegarle al chancho para que salga el dueño o si hay que pegarle al dueño para que salga el chancho”. Guzmán decidió correrse definitivamente de esa pelea. Quedan Alberto y Cristina.

La renuncia de Guzmán, la decisión sobre su reemplazo, la reacción de los mercados, potenciarán la crisis y la disputa en un oficialismo que dejó de gobernar. La escena teatral en el acto de Ensenada –el doble acto de inquisición y renuncia– confirma una novedad central del sistema político: el peronismo de efemérides, que sólo parece andar buscando en el calendario aniversarios oportunos para dividirse. Las experiencias recientes eran otras: un peronismo con discusiones ruidosas, pero implacable para empujar a los inquilinos ajenos del poder y eficiente para gestionar su perpetuidad.

Alberto Fernández argüirá que fue vaciado… y es cierto. Presidente del país y de su partido, fue obligado por el anticipo de un nuevo torpedeo de Cristina a rogarle un acto a la CGT para obtener como premio consuelo un discurso premonitorio en la misma escena donde Isabel Perón imploró sin éxito por el futuro de Celestino Rodrigo.

¿Cristina Kirchner continuará diciendo que fue desobedecida? Lo cierto es que al hacer lo que ella pide, el Gobierno sigue caminando hacia el abismo. Sus alfiles administran el principal drenaje de dólares al exterior: el déficit de la política energética. Para cubrirlo, la vice reclamó restricciones extremas en el mercado cambiario y se las dieron. El resultado: otra devaluación.

Antes de irse, Martín Guzmán satisfizo el pedido de Cristina. Dio un manotazo a los dólares necesarios para importar insumos, algo que promete paralizar la industria. Pudo cumplir la meta de reservas comprometida con el Fondo. En el mercado de deuda en pesos, Guzmán aumentó la bola de nieve que según la vice es inocua. Empujó al Banco Central a funcionar como rueda de auxilio del Tesoro. Un certificado de ultrainflación firmado por la autoridad monetaria.

Lo más curioso del episodio es que mientras Guzmán y Miguel Pesce desde el Central lo armaban, lo convenían con banqueros e inversores y lo ejecutaban, Alberto Fernández lo denunciaba como un “golpe de mercado”. Guzmán y Pesce no fueron imputados por golpistas por el rigor de una evidencia: el Presidente está extraviado.

Fernández deambula fugitivo de avión en avión. Un día abraza a Milagro Sala, al otro le ofrece a Volodimir Zelenski mediar en la guerra de Ucrania, nada menos. Se ignoran los términos de ese diálogo. Aunque es poco probable que Zelenski (memorioso de aquella postración argentina ante Vladimir Putin cuando las tropas rusas enfilaban a Kiev) le haya pedido a Fernández la aplicación del teorema de Berni: que quien trajo al borracho sea quien se lo lleve.

Tras estas peripecias, Fernández aterrizó en televisión con una nueva desmemoria de garganta (para mofa de Cristina) Y para explicar que la economía se derrumba porque no para de crecer.

El desconcierto del Presidente no alcanza a opacar la irracional receta de su vice. Menos que todo el resto del peronismo ha claudicado otra vez frente a Cristina Kirchner en el liderazgo de las ideas. Esa implosión explica las versiones sobre una eventual candidatura de la expresidenta en 2023 y provoca en espejo una revisión interna en el espacio opositor.

En Juntos por el Cambio, circula un sondeo del consultor Cristian Solmoirago que da algunos indicios del reformateo del sistema frente al colapso interno del kirchnerismo. La primera de esas señales es que no hay en el país ningún partido o frente que represente a una mayoría. Un segundo indicio es que, en la disputa entre continuidad y cambio, más de un 60 por ciento dice que votará para cambiar el gobierno, pero la mitad de ese universo prefiere que gane un espacio político nuevo.

Un tercer indicador clave es la flexibilidad ideológica: aquel mismo 60 por ciento original no les exige a los partidos la adhesión rígida a una única expresión ideológica. Una enseñanza implícita de la crisis entre Alberto y Cristina: las coaliciones son productos de construcción artesanal. Caros, pero más es que no funcionen.

Pero estos son datos de la nueva demanda política que seguirán sometidos al torbellino de la crisis. El principal desafío para la oposición es encontrar equilibrios frente a un oficialismo que se desestabiliza a sí mismo. La apuesta a la ingobernabilidad que está haciendo el peronismo es como la bandeja de Guzmán. Puede obsequiarles a los opositores una oportunidad electoral. También entregarles en mano una crisis inmanejable, mientras Cristina los señala como legítimos dueños.

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