Cuba: atravesar la línea del tiempo

Un viaje a la isla que se mueve entre los 50’ y 2016, relatado a través de las imágenes de un fotógrafo de Los Andes.

Quizá lo que más huella deja un viaje a Cuba es el contacto con sus habitantes, con su idiosincrasia, con su ritmo particular que es la esencia del Caribe. Y un ojo atento, atesora recuerdos memorables.

Trinidad, en el centro de la isla, fue fundada a principios de 1514. Sigue con sus edificaciones petisas, los adoquines en las arterias y la espesura del aire que desconoce estaciones.

Entre el barroco de los templos, añejas tejas, un reloj detenido en los 50', el café, el ron y el infaltable aroma a tabaco, personajes que parecen extraídos de las mágicas novelas del Caribe, en cualquier calle de la Habana Vieja.

Los particulares taxis en carros de bicicletas son otra manera de recorrer las calles de la vieja Habana, y tener de guía a uno de los conductores puede ser una experiencia enriquecedora.   Como se ve, en cada rincón el ritual del tabaco cobra vida, y su presencia no excluye a los viajeros.

Como parte de una escenografía las calles y sus habitantes no dan respiro a la cámara de fotos. La frontera entre realidad y ficción se desdibuja en la mente del cronista. Por ello sigue caminando, perdiéndose, retratando e intentando comprender lo que sus ojos ven y su mente niega.

La Habana fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1982.  Hoy sus fortalezas, iglesias, palacios, monumentos lucen en algunos casos caras restauradas. En la mayoría, un deterioro de vahos de mar y vientos caribeños, también de aislamiento.

El Floridita siempre recuerda a Ernest Hemingway, a sus daiquiris favoritos, a sus letras. Otro viaje al ayer al que el visitante no se rehúsa. En la esquina de Obispo y Monserrate, la estatua del escritor señala el lugar. A pocos metros La Bodeguita del Medio, otro hito citadino.

La visión entre el ayer y el hoy difiere entre jóvenes y adultos, aunque en todos los casos el orgullo de ser isleño se grafica en las chombas, en las pintadas, en las letras de las canciones y también en la bienvenida que dan al foráneo. Los aires de apertura al mundo ya se sienten, y esto alegra a propios y ajenos.

Entre la Plaza de Armas, la de la Catedral, la Plaza Vieja y la de San Francisco de Asís, se puede armar el trazado perfecto de baluartes si va con poco tiempo. Además es recomendable entrar a la Catedral, al fuerte Morro Cabaña, comer en algún “paladar” restaurante de locales y conocer el Museo de la Revolución.

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