Entrega total: “Vivi”, la mamá de hijos propios y ajenos con un amor inagotable

Viviana Conti hace 15 años recibe temporariamente a niños que esperan un hogar definitivo. Y los fines de semana apadrina a otros pequeños.

Los hijos biológicos de “Vivi” y su esposo Jorge la acompañan y reciben a chiquitos que necesitan amor y contención. Foto: José Gutierrez / Los Andes
Los hijos biológicos de “Vivi” y su esposo Jorge la acompañan y reciben a chiquitos que necesitan amor y contención. Foto: José Gutierrez / Los Andes

Una mujer de corazón enorme con gran capacidad de amar, incansable, de sonrisa fácil e infinita paciencia. Sería imposible definir en pocas palabras a Viviana Conti, una maipucina que hoy tiene sobrados motivos para celebrar el Día de la Madre. Es mamá de hijos propios y ajenos que nunca se agota de recibir en forma temporaria a niños que esperan un hogar definitivo.

Ella, sin embargo, no se la cree. Sigue para adelante con su alegría de vivir haciendo malabares entre su familia, siempre gigante, y su trabajo como docente de Nivel Inicial en el jardín de la Asociación Voluntarios de Mendoza (Avome).

Simple hasta para autodefinirse, ella dice que es una mujer de fe, algo que siempre la sostuvo en los momentos difíciles y una agradecida de su familia, que desde hace 15 años la apoya en esta cruzada repleta de obstáculos y alegrías.

“Vivi” ya era mamá Fabricio, Dalila y Guadalupe, por entonces muy pequeños, cuando durante un almuerzo surgió la posibilidad de recibir en su hogar a un bebé en tránsito. No había demasiado espacio en la casa, pero eso sí: sobraba amor y buena voluntad. Todos se comprometieron a colaborar. Así, un día de 2008 debutaron con “Angie”, una pequeña que padecía hemiparesia derecha como consecuencia de lesiones en el lado izquierdo del cerebro.

Todos y cada uno de los niños que Viviana recibió fue a través de Avome, que realiza una gran labor con niños hasta que son adoptados en forma definitiva. Casualidad o causalidad, de “Angie” en adelante, y hasta el día de hoy, en que tiene a cargo a un regordete de seis meses llamado “Jonhy”, ha recibido de manera consecutiva a niños con graves problemas de salud.

Lo toma con una naturalidad que asombra, mientras enumera y describe con amor a cada uno de todos los bebés que pasaron por su familia y a quienes aún hoy sigue viendo. “Es que el lazo de amor construido nunca se extingue y todos han dejado una huella imborrable”, explica “Vivi”.

Foto: José Gutierrez / Los Andes
Foto: José Gutierrez / Los Andes

De 52 años, casada con Jorge Gabiola, comerciante del rubro de la madera, a Viviana no le sobra nada. “Somos clase media. Todo cuesta pero creo que, cuando hay verdadero amor, las cosas se acomodan. Simplemente, se puede”, señala esta madraza.

Mientras calma al pequeño, que está incómodo y molesto porque recibió dos vacunas, cuenta que el niño de seis meses sufre el síndrome alcohólico fetal (su mamá bebió alcohol en exceso durante el embarazo), aunque eso no es lo único. También padece microcefalia leve, una cardiopatía congénita y problemas en ambos riñones que le provocan permanentes infecciones urinarias. “De todos modos –se entusiasma- está mucho mejor. Le quitaron la sonda nasogástrica y, si bien ahora resulta más complicado alimentarlo y darle la mamadera, representa un gran avance”.

Ni Viviana ni su familia imaginaban los inconvenientes que el bebé tenía cuando llegó al hogar. De hecho, enseguida debió ser internado en el hospital Notti y allí estuvieron ellos, firmes, día y noche, acompañándolo.

“Mis hijos biológicos tienen y tuvieron a sus padres, abuelos, tíos. Pero estos niños, los que me llegan, en cambio, solo nos tienen a nosotros”, grafica Viviana.

Un listado de amor

Después de “Angie” llegó “Fran” a la familia, un chiquito con síndrome de Down. Más tarde le siguió “Agus”, que era sano y estuvo muy poco tiempo ya que enseguida lo adoptaron. Poco más tarde apareció “Emi”, que tenía tos convulsa y era intolerante a la lactosa. La lista no quedó allí. Meses después llegó la pequeña “Mili”, con quienes intentaron durante mucho tiempo determinar qué problema tenía en el paladar. Finalmente, se trataba de una lentejuela incrustada.

“Tras su partida me vi obligada a hacer una pausa. Mi papá murió de manera trágica y tuve que traerme a mi mamá a casa y contenerla un tiempo”, recuerda Viviana. Y repara en su padre, un amante de los niños, una gran persona. “Creo que de alguna manera heredé de él esta vocación. Siento que los niños me pueden. Soy docente de Nivel Inicial en un jardín donde concurren chicos de los hogares y entiendo sus berrinches, sus enojos, sus necesidades”, explica.

La historia de los Gabiola, la familia que todo lo puede, no termina acá: no conformes con sus adopciones temporarias, también apadrinan a niños contemplados en instituciones de la Dirección de Promoción y Protección de Derechos del Niño. Así, durante los fines de semana el clan se agranda con la llegada de dos hermanitas llamadas “Elu” y “Naty”. En síntesis: de viernes a domingos en este hogar de Luzuriaga son multitud. Y lo disfrutan.

Foto: José Gutierrez / Los Andes
Foto: José Gutierrez / Los Andes

“Fabricio, mi hijo mayor, está casado, incluso tengo dos nietos, pero él y su mujer también colaboran en esta cruzada que requiere muchísima organización y cambios de turnos, por así decirlo”, grafica Viviana.

Y cierra la charla con otro relato conmovedor. Poco antes de la pandemia la familia recibió a un gordito “terremoto” para apadrinar durante los fines de semana. “Finalmente nos pidieron si podíamos hacernos cargo temporariamente y aceptamos. Fueron un año y tres meses de muchísimo movimiento ¡No nos aburrimos para nada!”, bromea. Ya adoptado de manera definitiva, Jorge y “Vivi” fueron elegidos padrinos de bautismo. Y están felices.

Viviana es una madre completa. Madre biológica, madre del corazón. Una madre, al fin de cuentas, que todos quisieran tener. “Sin embargo, siempre digo que es más el amor que recibo que el que brindo. Porque todos los chicos que han pasado por casa me han dejado un legado, una enseñanza, una huella imposible de borrar”, sintetiza.

Y concluye: “Vivimos entre mamaderas, turnos de pediatras, berrinches, noches en vela, hospitales y mucha, muchísima alegría. Cada logro de estos niños es una felicidad difícil de explicar con palabras”. Todos y cada uno, asegura, llenan el hogar de ruido, de alegría y de momentos únicos e irrepetibles.

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