“Regreso a Manderley”, la columna de Cristina Bajo

Hay novelas que nos acompañan toda la vida. Para mí, una de ellas fue “Rebeca, una mujer inolvidable”, de Daphne du Maurier.

Cristina Bajo escritora. Foto Ramiro Peryera
Cristina Bajo escritora. Foto Ramiro Peryera

No solo, para quien lee mucho, son inolvidables las obras de Dickens o de Borges. Hay novelas que nos acompañan toda la vida. Para mí, una de ellas fue Rebeca, una mujer inolvidable, de Daphne du Maurier, a la que he recordado por la vieja película y la nueva que están pasando en televisión. Los personajes estaban magníficamente interpretados en el filme de 1940: la muy joven Joan Fontaine y el apenas maduro Laurence Olivier se seducían, y la fabulosa Judith Anderson representó a una de las malas más logradas del cine.

Ambas versiones, la escrita y la filmada, se confunden en mi mente, pues ambas eran perfectas en su estilo. Su atracción es el suspenso, la vieja receta de los cuentos artúricos con la dama en peligro, la mujer-dragón tras la puerta, y el aire gótico que sobrevuela las hojas hasta asentarse del todo.

El tema es clásico: una joven tímida, dama de compañía de una millonaria, conoce en Montecarlo a un aristócrata inglés, viudo, algo mayor y muy rico: Maxim de Winter. Ella queda seducida de inmediato, pero el lector –o espectador– no entiende qué ve él en la joven apocada, a la que le pide matrimonio tan imperiosamente que ella se rinde de inmediato.

Después de la luna de miel, regresan a Gran Bretaña, a su mansión en Cornwall, cuyo nombre es Manderley.

Pocas frases más tontas han logrado quedar en esa memoria romántica de la que no queremos desprendernos, como la que pronuncia la nueva señora de Winter: “Anoche soñé que regresaba a Manderley…”

Porque la casa es la protagonista: hasta hoy, el nombre de Manderley es emblemático, y la colección de libros románticos de una gran editorial lleva su nombre.

En la mansión aparecen los amigos de Rebeca, la primera esposa de Maxim, “una mujer inolvidable” –dicen–, cuya muerte ha sumido al marido en tal depresión que se ha casado con esta tonta solo por la fachada de una vida social.

Pero el mayor peligro de Manderley no está en cuartos cerrados, en guardarropas increíbles o en la caseta del embarcadero, a la que la segunda esposa tiene prohibido ir.

La joven teme menos al fantasma de la muerta que al ama de llaves, que parece disfrutar con los equívocos con que ella tropieza. La señora Danvers no oculta su admiración por la muerta ni tampoco el desprecio por la nueva dueña, incapaz de asumir el rol de la otra.

Todo parece armado para aislarla, desde la reticencia del marido a hablar del tema, al espíritu de la difunta (¿realmente está muerta Rebeca?) que deja una huella en cada rincón de la casa. Tanto así, que la nueva esposa comienza a sospechar que él mismo ha matado a su anterior pareja y que ella correrá igual suerte: la necesidad de saber qué sucedió, la llevará a investigar en el embarcadero pues, dicen, allí comenzó el misterio.

El actor Lawrence Olivier y su personaje, el señor Winter, se vieron opacados en la película por las mujeres de Manderley: Joan Fontaine y Judith Anderson le robaron protagonismo... En tanto que en el libro las tres mujeres también desdibujaron la presencia del misterioso viudo.

Libro y película dejaron sus marcas: los nombres Maxim y Rebeca abundaron entre los niños nacidos después de que apareció la novela; y la ropa que Joan Fontaine usó en la película signó una época. En la primera página, la autora nos cautiva; en la primera escena, Hitchcock nos atrapa y ya nunca olvidaremos a las mujeres de Manderley. Como decían entonces: “Irás al cine a ver Rebeca y saldrás del cine sin haber visto a Rebeca.”

Sugerencias: 1) Busquen el libro entre los viejos de la familia o en la biblioteca de barrio; 2) Hay varias versiones en cine y también miniseries muy atractivas. •

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