¿Un gobierno débil, un presidente débil, o ambas cosas?

Alberto actúa como el dueño de casi nada, que para él es casi todo. Cristina intenta borrarse lo más posible de Alberto, aunque aun así se cree dueña de todo.

El presidente Alberto Fernández en el acto del Frente de Todos en Chaco. Foto: Web
El presidente Alberto Fernández en el acto del Frente de Todos en Chaco. Foto: Web

Desde su asunción, Alberto Fernández fue el presidente débil de un gobierno fuerte pues el mismo incluía como vicepresidenta al personaje político más poderoso de la Argentina actual. Pero hete aquí que Cristina Fernández entregó el gobierno pero no el poder y desde siempre se ocupó de que Alberto hiciera todo lo que ella quería en los grandes temas. Y en los pequeños temas le infiltró su gente a las segundas líneas en todas sus áreas de gobierno, para que controlaran hasta los mínimos detalles de gestión.

Cristina siempre avanzó, Alberto siempre retrocedió, negando día tras día todo lo que dijo en contra de ella durante casi una década. Hasta se arrepintió en temas que jamás un hombre serio puede arrepentirse, como el pacto con Irán y la muerte de Nisman.

Ahora, si el presidente cede en todo y la vice en nada, el gobierno no por ello deja de tener poder, pero tiene un presidente débil y una estructura deforme. Los efectos de ese engendro institucional están a la vista.

Sin embargo un día ocurrió, al fin, luego de tanta espera, que Alberto por una vez desobedeció a Cristina. Fue en lo del FMI donde entre las órdenes de su vice y las instrucciones del FMI, Estados Unidos y el mundo occidental, eligió obedecer a estos últimos. Aunque quizá ni siquiera lo hizo porque quería desobedecer a Cristina, sino porque ella no le dejó opción. Como que la dama quisiera ponerlo en una opción imposible, sin salida, para alejarse de su criatura convencida de que todo había resultado tan desastroso que ya no había esperanzas, y entonces, a partir de ahora, le quedaban poco menos de dos años para despegarse lo más que pudiera de quien fuera su entera responsabilidad.

Lo cierto es que ahora Alberto está solo, asediado por una vicepresidenta y sus huestes que no buscan tanto hacerlo caer como salvarse ellos de lo que suponen una debacle. Y en esa soledad, el presidente no se siente del todo mal. Más bien lo contrario. Su estado de ánimo feliz se pudo observar cuando cantaba “Sólo se trata de vivir”, de Litto Nebbia. Que sólo de eso se trata, de vivir. Aunque hoy tengamos, aparte de un presidente débil, a un gobierno también débil, el cambio cualitativo que ocurrió desde el enfrentamiento por el FMI entre ambos.

No obstante, mientras Cristina le vacía el gobierno de poder (no tanto de gente porque los sueldos y los cargos son sagrados) aun así, en la mentalidad pequeña de Alberto (pequeña para el cargo que irresponsablemente le dieron, ya que él por sí solo nunca se lo ganó ni lo podría haber ganado ni antes ni después de haber asumido) éste siente, desde su perspectiva, que para su persona el cargo es enorme, sobre todo ahora que no lo controla nadie, que no le ordenan todos los días lo que tiene que hacer.

Alberto no elevó su nivel político al cargo institucional de presidente, sino que bajó la presidencia a su nivel. Los igualó para abajo, pero para él está más que bien. Es mucho más de lo que nunca habría podido aspirar en toda su vida, de acuerdo a las capacidades demostradas. Por elemental autoestima, se considera validado para el cargo, e incluso merecedor por lo poco que hizo, que él cree es muchísimo en su medianía conceptual. Hoy, por primera vez, el obediente servidor de la reina se ve liberado y comienza a sentirse orgulloso presidente de un gobierno que aun teniendo infinitamente menos poder del que tuvo cuando estaba con Cristina, aún para él es en extremo demasiado.

Alberto actúa como el dueño de casi nada, que para él es casi todo. Cristina sólo se ocupa de borrarse lo más posible de Alberto aunque aun así se cree dueña absoluta de todo. Sólo que el inquilino que puso, al que no puede desalojar porque firmó un contrato de 4 años, le está destrozando la propiedad. Entonces ella se prepara para cuando sea derrotado el para ella inútil presidente y entonces pueda recuperar la casa arruinada por el tirifilo.

En su nuevo, pequeñito pero enteramente propio gobierno, Alberto trata de convertirlo a su imagen y semejanza aun manejando horriblemente los símbolos como en el caso de la atroz resolución de la fiesta en Olivos. Pero donde por ahora está demostrando lo peor es en política internacional en la cual se inmiscuye aún más de lo que se inmiscuía Cristina. Ambos en un mundo que los considera lo que son, poco y nada. Y ambos son por demás torpes. Podría decirse que es algo en lo que igualan, aunque sea para abajo, Cristina y Alberto. Cristina hizo y hace cuando puede (vacunas rusas, guerra al FMI) lo peor en política exterior. Sólo que ella lo hace por su modo ideologizado de entender la geopolítica, mientras que Alberto lo hace de mero cholulo. Por querer pertenecer al jet set de la política mundial.

Y fíjense cómo lo hace. Si él fuera el estratega de Occidente, éste perdería la guerra en menos que canta un gallo. Y si él fuera un ruso a Putin le iría peor de lo que le va. Donde va lo estropearía todo, de acuerdo a lo que con desvergonzada desfachatez le propone al mundo cada vez que sale a uno de sus inútiles viajes: Le dice a Macron y a todo Occidente que no sólo no le envíen armas a Ucrania, sino que tampoco le pongan sanciones económicas a Rusia. Sin ambas cosas, Putin no sólo ya habría tomado Ucrania entera, sino que ya estaría ocupando hasta Finlandia y Suecia, cuando menos.

Ahora, queriendo imitar al Néstor Kirchner de la anterior Cumbre de las Américas realizada en la Argentina durante su presidencia, decide hacerse el machote porteño con los yanquis y se pone a retarlos por cómo actúan con Venezuela y Rusia. Y lo dice así: “Tenemos un país que está bloqueado hace 5 años por una disputa política y en plena pandemia lo bloquearon, díganle al norte que pare la guerra”. O sea, el genocidio venezolano, su dictadura cruenta son apenas disputas políticas contra el imperio, que es el que debe arrepentirse. Y Estados Unidos es el responsable de la guerra en Ucrania y por eso debe pararla.

Ese hombre que en febrero se hizo rusófilo con Putin y hace dos semanas europeísta con Macron, ahora se convierte en aquel Yeneral González que interpretaba Alberto Olmedo. Pero la culpa no es del chancho sino del que le da de comer. Por eso estamos sufriendo el aquelarre en que convirtió a la Argentina una expresidenta que le prestó un cachito de su poder a un hombre que no lo supo manejar. Una expresidenta que aún siendo vicepresidenta, acaba de tirarnos el paquete de un presidente inventado porque ahora intenta borrarse de creación.

En fin, que ante el regalo que nos cayó del cielo K, los ciudadanos peronistas y no peronistas, debemos cuidar al presidente y al gobierno débiles para que no se caigan antes de tiempo por debilidad y por torpeza, en esta nueva época en que los peronistas ya no sólo acosan con desestabilizaciones a los gobiernos no peronistas, sino también a los suyos propios.

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