Divorciados, viviendo en la misma casa y sin división de bienes

Alberto y Cristina saben que este matrimonio por conveniencia no da para más, y que entonces la única opción que queda es entre el divorcio o la promiscuidad.

Cristina Kirchner y Alberto Fernández en el Congreso / Gentileza
Cristina Kirchner y Alberto Fernández en el Congreso / Gentileza

Cristina Fernández analiza la insatisfacción democrática en el mundo. Sin embargo, ella tiene insatisfacción con Alberto Fernández, el hombre que eligió para que fuera su títere, pero que no lo está siendo. No porque no quiera puesto que sumiso fue al extremo sino porque no puede, ya que, según Cristina, aunque las acate, aun así es ineficiente para cumplir sus órdenes.

En ese sentido Cristina hace aparecer a Alberto como Perón hizo aparecer a Héctor Cámpora cuando este último asumió su breve presidencia. Camporita no sabía cómo complacer al General, le preguntaba a todas horas qué debía hacer, le ofrecía su renuncia tres veces al día. Pero Perón lo criticaba cada vez más pese a su obsecuencia. Es que Perón necesitaba a alguien que quedara como responsable del desmadre con que empezó el gobierno peronista luego de la liberación de los presos y el conflicto entre sus facciones internas. En ese sentido, Cámpora, hiciera lo que hiciese, ya estaba condenado, porque el papel que debía cumplir era el de chivo expiatorio. Se hubiera equivocado o no.

Cristina piensa en eso exactamente igual que Perón. Alberto hace más de dos años que le viene haciendo caso en todo hasta convertirse en el presidente más débil de la democracia por su obsecuencia tan frenética, tan desmedida. Pero a Cristina no le satisface nada de lo que hace ni cuando hace lo que ella quiere. Y ahora llegó el momento crucial: el de arreglar con el FMI, que Cristina, como mujer de Estado con amplia experiencia, sabe que no se podía sino acordar en las mismas o similares condiciones como las que acordó Alberto y que ella en su lugar no podría haber hecho otra cosa (con el Club de París, en su segunda presidencia, arregló aún peor).

Por ende, Cristina se enfrenta a un dilema crucial: sabe que Alberto tiene razón pero ella no puede darle la razón si quiere dársela a sus bases que le reclaman rebelión contra el FMI. Entonces no le queda otro remedio que llevar a la práctica la teoría del chivo expiatorio. El único culpable de todo es Alberto, y ella se ubica en la oposición, por ahora interna para seguir manteniendo a su gente en el gobierno, pero con miras al divorcio.

Alberto hasta antes del FMI aguantó todos los desplantes de Cristina, como el más estoico de los estoicos, pero ahora acaba de entender que haga lo que haga está condenado porque alguien tiene que pagar. Alguien tiene que sacrificarse por la salvación del “movimiento nacional y popular”.

Pero, y aquí comienzan las diferencias, Alberto Fernández se resiste a ser Cámpora porque no está dispuesto a irse ni a ser el chivo expiatorio, aunque deba divorciarse en este matrimonio que jamás tuvo amor.

Por eso esta semana, por primera vez desde que asumió, se atrevió a decir que no, a responder a algunos de los cuestionamientos, a criticar (o recuperar críticas que ya había hecho cuando era opositor) las gestiones de Cristina. “Tiene una mirada parcial”, “me obstruye”, insinuó que a diferencia de ella, él no miente con las estadísticas (aunque haya mentido en todas las demás cosas) y como broche de oro se postuló para su reelección.

Hasta ahora la vicepresidenta no ha respondido ese rosario de desaires, pero sí lo hizo su hijito Máximo diciendo que Alberto es el representante en el gobierno del FMI, del sindicalismo burocrático y de Clarín. A lo que Cafierito respondió redoblando la apuesta a la reelección de la que Alberto, un tanto asustado, amagaba con bajarse debido al escaso apoyo dirigencial y/o popular que hasta ahora obtuvo.

O sea, los hijos, que también ya están hartos, quieren que sus padres se divorcien de una vez por todas. Pero ellos, como casi todos los padres cuando se enfrentan a encrucijadas vitales de este tipo, dicen que la separación puede afectar a los hijos, y por eso hay que tener mucho cuidado.

Pero eso suele ser una excusa, no son los hijos sino los mismos padres los que no están dispuestos a asumir los costos del divorcio, como dejar la casa común y dividir los bienes, cosa que ninguna de ambas partes quiere hacer. Alberto porque cree que los bienes y los cargos son patrimonio del que ocupa institucionalmente la presidencia y Cristina porque afirma que todo, absolutamente todo, lo que hoy Alberto detenta se lo debe a ella. Y que por lo tanto son de ella, porque la vicepresidenta no suele tener remilgos institucionales para diferenciar lo público de lo privado. El día que llegó al poder nacional, como hizo con su esposo en Santa Cruz, lo consideró enteramente de su propiedad y si alguien lo detentó en vez de ella en algún período, lo evaluó como un desfalco, como una apropiación indebida. Por eso no le dio el bastón de mando al invasor de Macri y por eso nunca consideró presidente en serio a Alberto.

En los años 70, pese a que Perón echó a uno de los sectores en pugna, todos se siguieron considerando parte del movimiento y eso, inevitablemente terminó en un baño de sangre primero entre peronistas y luego con militares exterminando civiles.

Hoy no parece, ni de lejos, ser esa la situación. La democracia continuada por décadas es, por ahora, un colchón lo suficientemente mullido como para exorcizar la violencia física, pero el país no puede continuar sin rumbo, o con dos rumbos, que es lo mismo o peor. Que es a lo único que conduce este devenir de vanidades donde ambas partes saben que este casamiento ya no da para más y que entonces la única opción es entre el divorcio o la promiscuidad.

El General Perón decía que el peronismo era como una bolsa de gatos donde, cuando de afuera parecía que los gatos se estaban matando, en realidad se estaban reproduciendo. Pero, muy a su pesar, falleció dándose cuenta que eso no ocurrió en su tercer gobierno porque en tal ocasión se mataron en serio. No obstante pasaron los años, llegó la democracia, y otra vez los peronistas se reprodujeron, ocupando los espacios más contradictorios, siendo los más neoliberales o los más izquierdistas de todos y bien mezclados. Pero eso parece, de nuevo como en los 70, ir tocando a su fin. Cristina y Alberto deberían darse cuenta que no es bueno jugar con fuego.

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