La herencia que Milei le está dejando a Milei

Así como Milei sabe seducir públicos y ganar elecciones con una contundencia pocas veces vista en la historia nacional, por el lado contrario, no sabe ni le gusta negociar ni gestionar. Las ve como tareas menores de las que se deben encargar sus subalternos, cuando en realidad son la quintaesencia de la tarea de gobernar, y la parte central de la negociación y de la gestión son indelegables.

Javier Milei junto al lider del partido ultraderechista VOX. (Santiago Abascal)
Javier Milei junto al lider del partido ultraderechista VOX. (Santiago Abascal)

La herencia que el gobierno anterior le dejó a Javier Milei está claro cual fue y sin lugar a dudas es desastrosa, pero difícilmente el presidente actual pueda vivir de echarle la culpa de todo durante todo su gobierno a la gestión que lo precedió, como intentaron hacer Alberto y Cristina con Macri. Pasado un tiempo, por lo demás bastante breve, la gente considera responsable de lo que se está haciendo a quien lo está haciendo. Y en el caso de Milei será más breve aún ya que viene anunciando tantas exitosas transformaciones (básicamente macro-económicas) ya concretadas por él, que ahora los argentinos lo que están esperando es ver cuándo le llegan a ellos los beneficios de las mismas. Por otro lado, la política de shock con que arrancó el líder libertario generó cinco meses tan intensos -y con resultados tan contradictorios hasta ahora- que bien podría decirse que Milei ya ha construido su propia herencia: una enorme cantidad inicial de hechos y de decires con que se lo juzgará de aquí en más. Para bien y para mal. El anarco libertario ya tiene que responder por su propia herencia, a la cual no podrá atacar como lo hace -con justísima razón- con la debacle peronista que heredó primero y que todavía sigue siendo la principal responsable de todo lo malo que sigue pasando. Pero los errores de Milei, poco a poco, se están sumando. Veamos.

El de Milei es quizá el Congreso más trabajador desde que se instaló la democracia pero a la vez, hasta ahora, el menos productivo de todos. La intolerancia de Milei, la inexperiencia legislativa de los mileistas y el obstruccionismo de los que dicen apoyar pero en realidad obstaculizan todo (lo que podría llamarse el “síndrome de Lousteau”) han logrado que hasta ahora no se apruebe ni una sola ley.

La gran jugada inicial de Milei para ganar tiempo y dinero al haber recibido un país quebrado y al borde del abismo de la hiperinflación, fue decir que no a todo. Ese discurso lo consolidó con sus bases electorales y le dio un respiro para frenar la cuesta abajo en que nos sumergió el albertismo con su incompetencia multiplicada por mil por el massismo que quemó las naves para ver si podía ganar a costa de timbearse lo poco que quedaba del país. Pero así como se adelantó en decir no, luego se atrasó al tocarle el momento de negociar. Se mantuvo demasiado en sus íes y cuando se dio cuenta que era inevitable consensuar, que con sólo insultarlos a los legisladores amenazando con mandarles el pueblo como jauría, no los amedrentaba, ya los lobbies sectoriales habían rosqueado cada cual con su o sus diputados y poco a poco fue quedando lo peor o lo más inocuo, y no lo mejor de la ley desregulatoria (del mismo modo en que los abogados militantes de las corporaciones fueron achicando el DNU censurando las reformas más estructurales). Así, por el mal cálculo de los tiempos de Milei, que se adelantó para bien en lo que le gusta hacer: confrontar, pero se atrasó para mal en lo que no le gusta hacer: negociar, hasta ahora se están imponiendo más los lobbies que los deseos de transformación dentro de una sociedad corporativa preñada hasta los tuétanos por la conservación de lo más retrógrado.

Además, esa idea de los paquetes legislativos enormes no parece haber sido una buena idea a la luz de la experiencia. Leyes separadas hubieran iluminado con los reflectores públicos la oscuridad de los lobbies porque se las hubiera discutido una por una con mayor conocimiento de la sociedad, la cual hoy sabe muy poco de lo que había y de lo que queda en las leyes o decretos ómnibus. El paquete hizo que el Congreso se convirtiera en la fábrica de lobbies más grande de la Argentina. Para terminar sacando una ley, si sale, que puede llegar a tener las características del agua: incolora, inodora e insípida.

Es que así como Milei sabe seducir públicos y ganar elecciones con una contundencia pocas veces vista en la historia nacional, por el lado contrario, no sabe ni le gusta negociar ni gestionar. Las ve como tareas menores de las que se deben encargar sus subalternos, cuando en realidad son la quintaesencia de la tarea de gobernar, y la parte central de la negociación y de la gestión son indelegables. Para colmo, la mayoría de los que los acompañan (salvo poquísimas pero honrosas excepciones) padecen de similares defectos. Lo que lo lleva a convertirse en un gobierno de dos velocidades. A toda marcha en la macroeconomía, a paso lento en casi todo los demás. Y si eso pasa en el Ejecutivo, mejor no hablemos del Legislativo, particularmente en el Senado donde su gente es muy flojita. Y todo se vuelve el colmo cuando una parte de la oposición que se supone colaborativa juega con fuego, siendo frívola e irresponsable en la negociación, aprovechando la debilidad con que ve al gobierno en estas cuestiones.

Nada de eso ocurre más abajo, en la sociedad. La gente, que está enojada como él con la política, pese a la malaria se sigue sintiendo identificada con Milei en proporción casi igual a cuando asumió, porque percibe que la molestia de su líder con la casta sigue siendo auténtica aún cuando a veces deba negociar con parte de ella. Quizá los motivos sean diferentes (el odio de la gente a los políticos es una cuestión de piel, el de Milei es más bien ideológico) pero coinciden en la furia contra ellos. Aunque lo cierto es que los que apoyan a Milei tienen más bronca que propuestas. Básicamente quieren protestar porque odian a la política a la cual no ven como un elemento de mejoramiento social, del mismo modo que Milei odia al Estado al que quiere exterminar. Son dos enormes contradicciones que, llevadas al extremo, conducen a la impotencia porque no creen en las herramientas que poseen para cambiar las cosas: ni la gente cree en la política (donde depositó a su líder) ni el líder cree en el Estado (del cual hoy es su figura principal). Y si el deseo es el de hacer política para acabar con la política o conducir el Estado para acabar con el Estado, eso no nos lleva a ninguna parte. Hay que hacer muy rápidamente, un cambio de criterio.

Desde que ganó, a Milei ya no le sirve para nada el enojo con la política y los políticos salvo para avivar un fuego popular que no lo sostendrá si tiene que seguir tomando decisiones antipáticas. Debería aquí hacer lo que no supo hacer con la ley base: elegir rápidamente aliarse con lo mejor de la casta porque sino puede verse obligado a aliarse con lo peor (ojo con Lijo y los que lo apoyan, lo peorcito de toda la casta).

Ya no gana nada Milei creyendo que mantenerse al lado de la bronca antipolítica popular podrá permanecer en el candelero. Le van a pedir realizaciones. Y si no las hace lo van a criticar como hicieron con todos los presidentes anteriores. Él debe estructurar una coalición tendiente a conformar una mayoría, lo que es posible. Tiene la cantidad necesaria en Diputados y un empate en senadores que le permitiría contar con votos suficientes a pesar de los pocos propios. Casi todos esos legisladores no le quieren votar en contra pero tampoco, en su mayoría, quieren fusionarse con él. O Milei comparte el poder o no va a tener ningún poder. La antipolítica le dio suficiente fuerza como para ganar una elección, pero para gobernar no le dará nada o hasta le hará perder parte de la que tiene. Al principio los públicos toleran echarle la culpa al pasado pero en un determinado momento se olvidan del mismo, y uno puede quedarse pedaleando y “perorateando” sobre lo que a la gente ya no le interesa.

Vivimos en una sociedad que no es fácil de entender. Los cambios son demasiados grandes para captarlos e interpretarlos con nuestras ideas de siempre, que avanzan muy lentas en relación con la realidad. Por un lado, aquí y en todo el mundo, las tecnologías transforman mentalidades sin que tengamos el tiempo suficiente para procesarlas y marchar a su ritmo. Pero en la Argentina tenemos además el problema de una pobreza desconocida en nuestro país, con una estrepitosa caída de la clase media, que siempre fue el colchón social que nos distinguió positivamente del resto de esa América Latina donde sólo había muy ricos y muy pobres. Y ahora que el continente va de a poco saliendo de esa dualidad, nosotros estamos entrando, en gran medida por culpa de los que nos ofrecieron “justicia social”. Hoy la clase media, soporte esencial y gran distintivo de la construcción de la nación argentina se va diluyendo entre el arriba y el abajo. Los más prósperos buscan colgarse del tren de la clase alta en sus últimos vagones y la gran mayoría cae precipitadamente, ni siquiera a la clase media baja, sino a la baja baja. Esas dos grandes cuestiones cambian drásticamente las mentalidades: la revolución tecnológica mundial y la pobreza nacional y popular. A fin de ajustar cuentas con ambas temáticas, es que la gente votó a Milei. Para terminar con la pobreza y para modernizar el país. Pero nadie sabe muy bien cómo hacerlo, no hay programas, no hay modelos, no hay doctrinas (las teorías económicas que expuso Milei en el Luna Park son ininteligibles y puramente conceptuales), solo hay intuiciones. Marchamos a ciegas por un mundo nuevo. Todos.

Otra cosa preocupante es que como no sabe ni le gusta negociar ni gestionar, Milei en vez de cambiar esos defectos suyos, adoptó la técnica del laberinto: salir por arriba. Por eso ahora ha difundido a todo el que lo quiera escuchar (o ha hecho trascender) que más que presidente lo que le gusta es ser líder global. Un líder, si es posible el principal, de la globalización capitalista liberal, combatiendo contra todo socialista y todo timorato frente al socialismo como ve a la mayoría de los presidentes de las potencias occidentales.

Pero para lograr esa desmesura tiene dos problemas: el primero es que en vez de una internacional liberal lo que tiene es una conservadora y ultranacionalista, donde muchos de sus principales referentes (como Bolsonaro, Orban y Trump), simpatizan con el déspota de Putin. No parece ser ese el mejor lugar para globalizar anarcolibertariamente al mundo.

El segundo es el país de donde proviene. Es muy difícil cambiar el centro desde la periferia y la Argentina hoy está en la periferia, no tanto por sí misma sino por causa de la ineptitud permanente de sus dirigentes que nos arrojaron al pozo de la indiferencia mundial. Ya esto lo intentó Menem abrazándose políticamente y personalmente a Bush padre, creyéndose su par. Pero el yanqui, pese a jugar al golf con él, jamás lo consideró su igual y solo lo utilizó para tareas subalternas como negociar armas entre países en guerra, o sea lo usó de mero contrabandista. Y cuando el riojano quiso mediar en el conflicto de Medio Oriente, no se le rieron en la cara de pura lástima, pero todos miraron para otro lado. Es que en realidad, hoy no somos nada. Y Milei parece no saberlo o no quererlo saber. En la política española todos -sus amigos y sus enemigos, los buenos y los malos- lo están utilizando para competir electoralmente entre ellos. No están discutiendo con él, como cree Milei, el destino de la civilización occidental, sino los resultados de la elección española.

En el fondo, seguimos teniendo los mismos inconvenientes con nuestra clase política, ahora incluido Milei. No son marcianos ni diferentes a nosotros. Por lo contrario, se nos parecen demasiado, y no precisamente en lo mejor que tenemos los argentinos.

Según Martín Caparrós, Milei es la quintaesencia de las tres características que los españoles creen que somos los argentinos: Sanateros que hablamos sin parar, insultamos mucho y nos creemos los más vivos, los mejores del mundo. Para el escritor argentino radicado en España, Milei reúne en su sola persona una concentración de todo lo malo que los españoles piensan de los argentinos. Las virtudes de Milei pueden ser muchas, pero sus defectos, paradojalmente, no están dados tanto por su excentricidad o por ser diferente, sino por ser demasiado parecido a los argentinos.

Unas palabras finales para los tantos peronistas que quieren ver caer a Milei cuanto antes. Desde el principal canal kirchnerista de tevé, se la pasan todas las noches, pronosticando o predicando o deseando o preparando su caída. Un tipo bastante chapita como Guillermo “Indec” Moreno tiene una columna diaria donde no sólo le pone fecha cierta al fin de su gobierno, sino que hasta le busca candidatos para sustituirlos.

Sin embargo, además de ese espíritu golpista que anida en gran parte del peronismo derrotado por Milei, hay una actitud hipócrita que van adoptando muchísimos K, lo que podríamos llamar el “síndrome de Tundis”. Mirta Tundis es la defensora de jubilados que cuando Macri hizo la reforma jubilatoria se puso a llorar en cámara por los pobres viejecitos que se morirían de hambre por culpa del gobierno neoliberal (pese a que la reforma los beneficiaba), pero cuando Alberto Fernández hizo su reforma jubilatoria (que los perjudicaba) se puso a defenderla. A muchos peronistas hoy les pasa lo mismo: lloran desconsoladamente en cada rincón de la Argentina por los pobres a los que Milei está matando de hambre, pero justificaban a Alberto y Cristina cuando los mataban de hambre igual. Es que no es lo mismo el hambre neoliberal que el hambre nacional y popular.

En fin, si lo que tenemos enfrente del que más que presidente se cree líder global es a los que padecen del síndrome de Lousteau o del síndrome de Tundis, estamos en problemas. Por eso por ahora lo más importante es pedirle a Milei que se deje de joder por el mundo y se dedique tiempo completo a gobernar la Argentina en nombre de tantos argentinos que confiaron y siguen confiando en él.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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