Milei y el sentido de la historia

La Argentina hoy parece querer virar drásticamente su orientación económica (aunque tengamos dudas de que políticamente también) para hacer lo que hicieron los países que supieron entender la lógica capitalista que la globalización impone en todo el mundo. No marchar en contra de la historia como hizo el kirchnerismo, ya sería un paso adelante muy importante. Todo lo demás está por hacerse.

Javier Milei, entre Donald Trump y Juan Bautista Alberdi.
Javier Milei, entre Donald Trump y Juan Bautista Alberdi.

Aunque el futuro es impredecible, a los seres humanos nos encanta predecir, auscultar, adivinar el porvenir, pero lo cierto es que la mayoría de las veces fracasamos en el intento. Hoy, ante este fenómeno novedoso que es el mileismo los profetas del mañana abundan por doquier.

Están, por supuesto, los que creen que el presidente anarco-libertario fracasará y que el pasado volverá peor que nunca como ocurrió cuando la sociedad no le dio una segunda oportunidad al gobierno de Mauricio Macri, fallido económicamente.

Y están, lógicamente, los que creen que le irá bien. Pero los predictores optimistas se dividen en dos.

Los primeros son los que suponen que su plan económico sacará el país adelante, pero que sus excesos y falencias en los demás temas harán que quien lo continúe siga su misma política económica, aunque será alguien menos místico y más racional. Como que Milei hace el imprescindible trabajo sucio, pero esa nada saludable tarea la arrastra también a él. Tal cual le ocurrió a Eduardo Duhalde que pagó el costo del default, la devaluación y la implosión de 2001/2, por lo que debió acortar su mandato otorgado por el Congreso, aunque, no obstante, como el país salió adelante, pudo imponer su sucesor en la figura de Néstor Kirchner que presidió una Argentina nuevamente gobernable.

Los segundos, en cambio, creen que si el anarco libertario reconstruye medianamente la Argentina y la saca del desastre generado por la barbarie fernandista (s)-massista, nadie lo podrá desbancar del poder y quizá por mucho tiempo. Como que Milei lograra aunar en su sola persona a Duhalde y Kirchner. Que su liberalismo económico hará girar al país para que retorne a la buena senda, pero su populismo político le hará repetir las tendencias al poder infinito que intentó el matrimonio Kirchner.

Como quien escribe esta nota no posee la bola de cristal que otros imaginan ilusamente poseer, cualquiera de esas alternativas es posible o inclusive muchas otras como que Milei fracase pero que sin embargo no vuelva el pasado, sino que el futuro insista con otra opción. O que Milei triunfe y haga lo que alguna vez dijo que haría, que como no tiene ambiciones de poder, dejaría económicamente al país en pie y luego se retiraría de ese rol que tanto odia pero que sin embargo está obligado a ejercer, el de político. Y podríamos seguir con muchas más opciones.

Por eso, más que intentar predecir lo que es por naturaleza impredecible, lo mejor sería leer los cambios que hoy la historia está produciendo y aún no vemos claramente, para así poder entender en toda su plenitud ese fenómeno Milei que tiene a casi todos perplejos, en particular a los que ya tenían la cabeza formateada por ideologías donde en ninguna nuestro hombre y sobre todo su accionar, encajan del todo. Es cierto, se sabe que simpatiza con la derecha tirando a extrema, con Trump de Estados Unidos, con Bolsonaro de Brasil, con Vox de España, con Víctor Orbán de Hungría, con Sandra Meloni de Italia y quizá con los Le Pen de Francia. Pero junto a sus similitudes ideológicas tiene muy importantes diferencias conceptuales, en particular su reivindicación del liberalismo alberdiano, aunque el de este prócer fuera integral y el de Milei no demasiado más que económico. O con su gran apoyo al presidente ucraniano que hoy representa a nivel mundial la lucha por la libertad, mientras que sus derechosos compañeros de ruta son en general rusófilos, no tanto por ideología, sino por su admiración al déspota y al autoritarismo imperial que Putin recogió de las entrañas de los antiguos zares rusos.

En fin, que analizar los cambios que ya mismo produce la historia sin que los estemos viendo o entendiendo, es rastrear en las aguas subterráneas, en los movimientos sísmicos que están cambiando el mundo de una manera insólita por esa conjunción entre radicalidad conceptual de las transformaciones y rapidez insólita de las mismas. Un mundo que se va dejando atrás a si mismo cada década, cada lustro, incluso cada año o cada mes. Un cambio con sensación de vértigo, que no deja tiempo para pensarlo mientras se va gestando. Antes las ideas precedían a los grandes cambios, ahora es al revés y a veces ni siquiera eso, porque los cambios avanzan incluso sin ideas que los expliquen aunque más no sea a posteriori. Milei es el arribo político a la Argentina de esas tendencias mundiales. Si salió como salió es porque acá el cambio no se produjo por aceleración tecnológica del progreso sino por atraso infinito de nuestras potencialidades productivas junto (como en 2001/2) a otra implosión política y económica. No le pidamos demasiada prolijidad a una realidad hecha jirones que intenta recuperarse como pueda y con lo que tiene. Lo que sí es cierto es que en todo caso, Milei es menos importante que las modificaciones sociales que lo trajeron y que él trae consigo. O sea, la evolución es más significativa que aquel que pretende cabalgarla, conducirla. La evolución avanza de modo frenético por todo el mundo, pero cada país o región la incorpora del modo en que puede. Argentina eligió, por una amplia mayoría, el modo mileista.

Es cierto que, en versión ideológica casi exactamente opuesta, Milei puede ser criticable por muchísimas de las críticas institucionales que se les hacían a los Kirchner, sobre todo en su gran propensión al populismo. Pero, como venimos diciendo en nuestras anteriores columnas, Milei parece caminar en el mismo sendero por donde empuja la historia, el del capitalismo liberal (o el nada liberal pero sí ultracapitalista chino).

El fracaso de 20 años de kirchnerismo que nos dejaron un país aún más devastado que el que asumieron Duhalde y Néstor Kirchner, puede haberse debido en gran parte a incompetencia gubernamental y sobre todo a corrupción estructural, pero si profundizamos un poco más veremos que la matriz del fracaso se debe a que hicieron marchar el país hacia el lado contrario hacia donde avanzaba y avanza el mundo del siglo XXI. Porque las anteriores revoluciones industriales podían ser políticamente encaradas (aunque a la postre fallaran) por regímenes autoritarios o totalitarios, como ocurrió con la Unión Soviética que a pesar de su rigidez absoluta, industrializó Rusia. En cambio, la revolución tecnológica actual difícilmente podría producirse en países clausurados al liberalismo político y económico, o cuando menos al capitalismo a secas.

Lo cierto es que eso no lo vio el kirchnerismo y fortaleció a los máximos extremos la cultura estatista y corporativa de la Argentina. Esa cultura del vivamos con lo nuestro y que está convencida que las riquezas del campo con que nos dotó la naturaleza, deben servir de subsidios a una industria nacional proteccionista, que por no haber dejado jamás de serlo, cada día se tornó más ineficiente. Para colmo, a los Kirchner les tocó una época donde el campo alcanzó su mayor nivel de competitividad mundial en un siglo, y la industria subsidiada se hacía del todo obsoleta frente a la globalización. Así, se atacó lo bueno y se defendió lo malo.

Los únicos populismos latinoamericanos que funcionaron más o menos bien en el siglo XXI son los que atacaron el déficit fiscal y la inflación e hicieron una economía ordenada (Perú, Bolivia), aún con políticas corruptas o autoritarias. O aquel primer Lula que defendió a su campo cuando vio lo que le ocurrió a los Kirchner cuando lo atacaron. Y hoy Brasil (más allá de Lula y Bolsonaro) nos triplicó cuando menos en la producción agraria. En la Argentina, aparte de imponer el populismo político, también se impuso el populismo económico (los únicos empresarios que crecieron fueron los amigos del Estado) y nada funcionó en un momento clave del mundo cuando la revalorización histórica del precio de los comodities por la transformación tecnológica, hubiera podido hacer, de haber estado en manos de una generación parecida a la de la segunda mitad del siglo XIX, un país que hoy estaría creciendo a todo vapor. Ese es el regalo que le ofreció la historia a los Kirchner y que estos dilapidaron por marchar ideológicamente por la senda opuesta al progreso. En vez de hacer como Alberdi, Sarmiento, Mitre y Roca que integraron plenamente la Argentina al mundo, hicieron como los países petroleros de lo OPEP en los años 70 que habiendo recibido el más grande aumento en el valor del petróleo de toda su historia, en vez de modernizar sus países, se dedicaron a gastarse la plata en enfrentar a Israel y EEUU y a matarse entre sí como ocurrió entre Irak e Irán. Tantos ellos como nosotros (aún de modos diferentes) se dilapidaron todas las riquezas que las circunstancias históricas les proveyeron. Y en el caso de la Argentina dejaron un país peor que el que encontraron, que ya de por sí era muy malo. Esa es la “vera” historia.

Hoy no tenemos las ventajas con que la Argentina se encontró (y dilapidó) a principios del siglo XXI con los altos precios mundiales de la producción de su campo, pero tampoco han desaparecido del todo si somos capaces de reconstruir el país retomando la senda del liberalismo integral que permita el crecimiento económico y las mediaciones institucionales que permitan que sea compartido por todos y con una clase política mucho mejor que la actual, como prometió el presidente Milei.

Aunque en el liberalismo también entre la socialdemocracia que el presidente tanto detesta. Porque la socialdemocracia no es ni el populismo , ni el estatismo ni el corporativismo, los verdaderos enemigos de la Argentina que el kirchnerismo fortificó más que nadie. En el actual mundo capitalista desarrollado, después de la segunda guerra mundial la socialdemocracia produjo una síntesis entre Estado y mercado que gestó los treinta años más grandiosos del capitalismo mundial con el Estado de bienestar hasta que, como ocurre con todas las creaciones históricas, éste se desgastó por sus excesos burocráticos y reapareció, junto con la caída del comunismo totalitario, la revolución liberal conservadora de Ronald Reagan de la cual Milei bien podría ser un continuador siglo XXI. Pero el capitalismo puro de mercado, a pesar de ser el gestor de la globalización (evento que no es ni bueno ni malo, sino inevitable) al poco tiempo también se desgastó con la crisis de 2008 cuando la especulación hizo volar todo por los aires. Y otra vez aparecieron las regulaciones, aunque más no fuera para salvar de sus propios errores a los que apostaron a la desregulación total.

O sea, se trata de etapas económicas donde una aparece o reaparece para tapar los excesos de la anterior. Es la historia eterna del capitalismo desde que nació. Pero esas crisis en el capitalismo a la larga generan crecimiento, a diferencia de lo que ocurre en los otros sistemas donde las crisis hacen volar todo, como en el comunismo que para sobrevivir debió permanecer congelado y cuando apareció un drástico cambio de época, al no tener la dinámica del capitalismo para adaptarse a los tiempos, implosionó y desapareció, cosa que casi nadie predijo.

El que sí descubrió el verdadero secreto del capitalismo fue el comunismo chino, que jamás abandonó el totalitarismo político, pero se volcó con todas las fuerzas a la economía capitalista y entonces no quedó rígido como el mundo soviético y hoy está compitiendo con Estados Unidos a ver quien lidera el mundo. Mientras que Rusia, con los restos de su anterior poderío, anda queriendo reconstruir su viejo imperio, alejada totalmente de los primeros planos de la conducción del mundo por no haber sabido adecuarse a los tiempos como les propuso Gorbachov, cuando quizá ya era demasiado tarde. Y entonces volvió un Putin como ángel vengador y allí anda provocando guerras invasoras como un trastornado incapaz de adaptarse al mundo en que vive.

En síntesis, la Argentina hoy parece querer virar drásticamente su orientación económica (aunque tengamos dudas de que políticamente también) para hacer lo que hicieron los países que supieron entender la lógica capitalista que la globalización impone en todo el mundo. No marchar en contra de la historia como hizo el kirchnerismo, ya sería un paso adelante muy importante. Todo lo demás está por hacerse. Y nadie puede pronosticarlo.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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