Estados Unidos: Gaza estalla en las universidades

Hay que distinguir entre la empatía con el sufrimiento y el antisemitismo que está creciendo en el mundo. Como el sionismo es el nacionalismo judío que impulsó la creación y defiende la existencia de Israel, proclamarse anti-sionista como están haciendo tantos, implica promover la desaparición de Israel.

Una bandera palestina ondea al viento frente a un campamento en apoyo a los palestinos y contra la guerra en Gaza, en la Universidad de Columbia, el domingo 28 de abril de 2024, en Nueva York. (Foto AP/Andrés Kudacki)
Una bandera palestina ondea al viento frente a un campamento en apoyo a los palestinos y contra la guerra en Gaza, en la Universidad de Columbia, el domingo 28 de abril de 2024, en Nueva York. (Foto AP/Andrés Kudacki)

“Quien se solidarice con nuestros muertos pero no con nuestros misiles, es un hipócrita”. Entre las tantas pintadas en los claustros de la Universidad de Columbia, esa es la más reveladora.

No parece escrita por estudiantes norteamericanos indignados con las víctimas de los bombardeos israelíes, sino por la dirigencia de Hamás. La consigna llama “nuestros” a los misiles de esa organización islamista. Y no se refiere sólo a los proyectiles Katiusha, Qassam y la nueva camada de cohetes iraníes que lanzan sobre Israel, sino a todos los ataques que realizan, incluido el pogromo sanguinario del siete de octubre.

¿Es posible solidarizarse con los muertos por las bombas israelíes, sin hacerlo con los “misiles” de Hamás?

La respuesta es “Sí”. Es posible y necesario solidarizarse con las víctimas civiles de Gaza, sin hacerlo también con los ataques contra blancos civiles israelíes. No sólo es necesario rechazar la segunda solidaridad reclamada en el grafiti; es necesario además repudiarla. No hacerlo es avalar ataques como el que en octubre pasado masacró civiles y perpetró violaciones en kibutzim y moshavim israelíes, secuestrando cientos de trabajadores de esas aldeas agrícolas de producción comunitaria, para encerrarlos en los túneles de Gaza.

También es imprescindible denunciar el criminal asalto de los yihadistas y, al mismo tiempo, denunciar y reclamar que se detengan los bombardeos que están matando a miles de civiles gazatíes, de los que un porcentaje altísimo son niños.

El gobierno fundamentalista y expansionista que encabeza Benjamín Netanyahu también plantea al mundo algo inaceptable. Sin decirlo abiertamente, acusa de hipócrita y antisemita cuestionar la operación lanzada sobre la Franja de Gaza, tras declararse solidarios con los judíos masacrados, las judías violadas y los centenares de trabajadores de las aldeas agrícolas de producción cooperativa que fueron secuestrados y encerrados en túneles.

La verdad es que no hay que ser hipócrita ni antisemita para repudiar el pogromo sanguinario de octubre y también denunciar las miles de muertes civiles que causan los bombardeos israelíes, reclamando que se detengan y que se permita el ingreso de alimentos y medicamentos al territorio arrasado.

El antisemitismo es un retorcimiento demasiado abyecto como para dejar que lo banalicen un gobernante corrupto y sus aliados fundamentalistas por usarlo en beneficio propio.

Es cierto que ningún Estado árabe o musulmán ha dejado sin castigar con masacres ataques de disidencias internas. Lo hizo la monarquía hachemita de Jordania en 1970, masacrando 10 mil palestinos en los campos de refugiados cercanos a Ammán. Saddam Hussein masacró kurdos iraquíes con armas químicas y, con artillería, a los chiitas del sur. También aplastaron rebeliones con masacres varios regímenes musulmanes de Asia Central. En Oriente Medio, la última muestra está en Siria, donde Bashar al Asad superó el nivel de exterminio que había establecido en 1982 su padre, Hafez al Asad, matando a más de 20 mil civiles en la ciudad de Hama.

La diferencia es que aquellas rebeliones no ponían en peligro la existencia de Siria, si no la del régimen de la minoría alauita. En ningún país hay rebeliones y levantamientos armados con el objetivo de extinguirlo. En cambio Irán, Hamás, Hezbolá y los regímenes que los financian tienen como meta la desaparición de Israel.

Pero esa realidad evidente no resta criminalidad a los bombardeos israelíes. Que mueran decenas de miles de civiles entre los cuales hay tantos miles de niños constituye, objetivamente, un crimen. Un catastrófico crimen del cual no sólo es culpable el gobierno israelí por ordenar los bombardeos, sino también, incluso de peor manera, la organización que impera sobre Gaza, ya que el objetivo estratégico de sus ataques a Israel es, precisamente, que las respuestas israelíes arrasen vidas y hogares para que el mundo aborrezca al Estado israelí y a los judíos.

Por eso el pueblo gazatí siempre está a la intemperie, sin refugios ni escudos antiaéreos, mientras Hamás se resguarda en sus túneles infinitos.

Esa es la encrucijada que plantea esta guerra. Ningún Estado al que países y organizaciones enemigas no le reconocen derecho a existir y pretenden destruirlo, dejaría sin respuesta contundente un ataque como el del pasado octubre. Eso lo mostraría vulnerable y alentaría más ataques.

Por cierto, son comprensibles las escenas de universidades norteamericanas y galas que recuerdan las protestas por la guerra de Vietnam y el Mayo Francés de 1968. Desoladora es la indiferencia de tantos hacia las masacres que provoca Hamás y las que están causando los bombardeos israelíes. Pero hay que distinguir entre la empatía con el sufrimiento y el antisemitismo que está creciendo en el mundo.

Como el sionismo es el nacionalismo judío que impulsó la creación y defiende la existencia de Israel, proclamarse anti-sionista como están haciendo tantos, implica promover la desaparición de Israel.

* El autor es politólogo y periodista.

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