Cinco por uno

Milei y Bregman tienen algo en común: de los cinco candidatos, sólo ellos son profundamente ideológicos. Los otros tres candidatos, Sergio Massa, Patricia Bullrich y Juan Schiaretti, tienen en común ser centristas y pragmáticos.

Los candidatos en el primer debate presidencial, en Santiago del Estero.
Los candidatos en el primer debate presidencial, en Santiago del Estero.

De los cinco candidatos, dos representan modelos fuertemente ideológicos, que no se aplican en ninguna parte del mundo, mientras que los otros tres representan, en mayor o menor medida, el sistema que la mediocridad y la corrupción están carcomiendo desde adentro.

Myriam Bregman se lució en el primer debate, enfocando sus críticas a la realidad desde el trotskismo, una ideología que puede no hacerse cargo de los crímenes y fracasos de los totalitarismos marxistas, pero no tiene un modelo existente en el que referenciarse.

Con mayor rédito, Javier Milei es un ultraconservador que, como señala con lucidez el sociólogo Eduardo Fidanza, no propone una economía de mercado sino una “sociedad de mercado”, y lo hace adulterando el pensamiento alberdiano y reemplazando la idea de Nación que plantea la Constitución por un conglomerado de individuos con derecho absoluto a comercializar todo, incluidos los niños y las partes del cuerpo.

Milei y Bregman tienen algo en común: de los cinco candidatos, sólo ellos son profundamente ideológicos. Que sus respectivas ideologías estén en polos opuestos quizá no sea más relevante que lo que tienen en común las mentes ideologizadas: sacralizan dogmas y los abrazan con pasión religiosa. En definitiva, las ideologías dogmáticas son versiones seculares de las religiones.

Los otros tres candidatos, Sergio Massa, Patricia Bullrich y Juan Schiaretti, tienen en común ser centristas y pragmáticos. Aunque insinúen lo contrario sus poses y contorneos políticos, también Bullrich es, básicamente, centrista.

En otra muestra de la deriva política existente, de los tres candidatos centristas el más sólido es el que tiene menos posibilidad de entrar al ballotage. Schiaretti posee la mayor y más exitosa experiencia de gobierno. Varias veces gobernador, también vicegobernador y ministro provincial de Economía, hizo valer su experiencia en el primer debate. Su único error fue eludir una pregunta que, aunque tenía la intención de dañarlo, podía ser fácilmente revertida en su favor. Myriam Bregman recordó a la audiencia que Schiaretti había sido interventor designado por Carlos Menem en Santiago del Estero.

El gobernador cordobés cometió el error de eludir esa estocada que, en realidad, le hubiera permitido lucir aquella intervención como una experiencia gubernamental más, para la cual se lo designó “como piloto de tormenta” por la profunda crisis que atravesaba esa provincia tras la renuncia de Carlos Mujica y la caída de Fernando Lobo en 1993.

Le faltaron reflejos y esquivó un sopapo que habría podido convertir en medalla. Aún así, el saldo del primer debate fue lo suficientemente bueno como para que los contendientes con chances de ballotage lo convoquen a la hora de formar gobierno.

Sergio Massa fue muy eficaz haciendo la difícil acrobacia de ser el candidato oficialista, mostrándose como crítico. No sólo es parte del gobierno, sino que es quien más poder real tiene en el gobierno. Pero habla como si estuviese en otra galaxia. Sólo un virtuoso acróbata y talentoso mago puede realizar las prestidigitaciones y los malabarismos que él hace para despegarse del gobierno que, de hecho, él está conduciendo.

Patricia Bullrich, en cambio, hizo una exhibición de opacidad que la obliga a lucirse en el segundo debate. Alguien debiera recomendarle que deje de prometer que va a “acabar con el kirchnerismo para siempre”. Suena proscriptivo. Debiera comprometerse a “sacar al kirchnerismo del gobierno” y a librar la “batalla cultural” que la vereda liberal-demócrata no ha librado contra la colonización política de la cultura. Pero, aunque de llegar al gobierno no proscribiría a nadie, la promesa de “acabar para siempre con el kirchnerismo” tiene ecos de proscripción. Además descoloca a muchos, porque centra su atención en un liderazgo que no está compitiendo.

Massa, a lo sumo, le garantiza al liderazgo de Cristina cuidados paliativos para una extinción indolora. Pero no expresa al kirchnerismo ni planea mantenerlo en el poder.

Como Milei pudo mantenerse “Jekyll” sin que le salga el “míster Hyde” que vocifera insultos con los ojos desorbitados, logró su cometido en el primer debate.

Sus chances de ganar están blindadas a sus desvaríos y errores. Milei mostró que es un ultraconservador y cometió yerros jurídicos groseros, como llamar “crímenes de lesa humanidad” a los asesinatos, secuestros y torturas cometidos por las organizaciones armadas de los años ´70.

Montoneros y ERP fueron agrupaciones criminales, cuyos deplorables estropicios no debieron ser indultados por Menem ni mantenidos bajo indulto por Néstor Kirchner. Pero sus crímenes no son de lesa humanidad, porque en esa categoría sólo entran los que se cometen desde el Estado. Error que también es producto de una valoración positiva de lo que fue una dictadura sicópata.

Haber parafraseado al represor Emilio Massera, diciendo que la sangría de los ‘70 fue “una guerra en la que se cometieron excesos”, implica defender a un régimen exterminador que actuó con desenfrenada crueldad.

* El autor es politólogo y periodista.

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