Leonardo Murialdo: de las aulas a los potreros

La obra de bien de los padres josefinos, miembros de la Congregación de San José, le dieron origen al Instituto en Villa Nueva.

Leonardo Murialdo: de las aulas a los potreros
Leonardo Murialdo: de las aulas a los potreros

A los 76 años (2-5-36) Eduardo Mesa, que fuera un destacado puntero izquierdo de Leonardo Murialdo a mediados de la década de los 50, en aquel conjunto Canario de Pieruz; Spitalieri y Goslani; Vera, Estrada y Peña; Mattolini, Aguilera, Ianizzotto y Peralta, donde también podían entrar Valls, Salatino, Ibáñez, Capuano, Puche Grima, Rey, Rabino, Correa, Guevara y Vargas, entre otros, trae el recuerdo de aquella obra de bien de los padres josefinos.

Los miembros de la Congregación de San José, que se hicieron conocer hacia 1873 como los josefinos de Murialdo, herederos de la fe y del espíritu religioso del padre San Leonardo Murialdo (1828-1900).

Fueron forjadores, a comienzos de los años 40, del llamado Hogar del Niño Obrero en la cada vez más populosa y pujante Villa Nueva. Ésta crecía al ritmo sostenido de esos tiempos y continuadores de aquel mensaje evangelizador que rescataba los valores del amor, la caridad, la educación y la formación ética y moral.

Un hogar de puertas abiertas en sus inicios destinado a brindar alojamiento, cuidados y protección a 30 chicos huérfanos en una zona tan importante del departamento de Guaymallén.

Esta acción se extendió posteriormente a otros niños de condición humilde, carenciados y necesitados de un pedazo de pan bajo el régimen de pupilos o semi pupilos.

Mesa evoca que su papá trabajaba con Domingo Lucas Bombal, que era hijo de doña Lucila Barrionuevo, que había sido la gran protectora, la primera benefactora, al donar los terrenos de aquel cálido hogar donde crecieron y se formaron tantos jóvenes como personas de bien.

El hogar se convirtió en un colegio primario y secundario que, con el tiempo, dio origen al Instituto Leonardo Murialdo, donde, en 1945, por citar un ejemplo, 2.000 alumnos concurrían a sus aulas de primero a sexto grado.

Los jóvenes también aprendían el trabajo diario en la huerta y la chacra del colegio y se preparaban para integrar la Banda de Música y el Coro de Niños Cantores de Murialdo, que se hizo tan conocido en la provincia como en el país y que también recorrió Europa.

Se los recuerda sobriamente vestidos y perfectamente formados con sus pantalones largos, camisas y gorros marineros blancos, dirigidos en sus comienzos por el maestro Víctor Volpe.

Pasión futbolera

Aquellos niños, como cuenta don Eduardo, también aprendieron a jugar a la pelota porque el padre Pedrito Spertini era tan futbolero que en los recreos y las horas libres se arremangaba la sotana, se la sujetaba a la cintura y se mezclaba como un pibe más en los picados que se desarrollaban entre los distintos grados en un amplio patio de piso de mosaicos.

Hasta el propio director, don Victorio Gagliardi, celebraba los goles y aplaudía las jugadas más vistosas cuando se organizaban los campeonatos internos.

Mientras, el sacristán Facundo Palet, que habitualmente se desempeñaba como portero, se encargaba de las tareas de la utilería porque arreglaba las redes de los arcos y cosía las pelotas cuando se rompían por el fragor del juego.

A tanto llegaba el entusiasmo y la pasión de estos curas por el fútbol que el padre Pedro Volpi, según cuenta con nostalgia Eduardo Mesa, convencía a los chicos de que se tenían que hacer hinchas de San Lorenzo de Almagro club que había sido fundado por el sacerdote salesiano Lorenzo Bartolomé Martín Mazza y donde tenía grandes amigos.

Se decía incluso que el padre Spertini -muy querido por todos los alumnos- era un habilidoso delantero que jugaba de puntero derecho y que los domingos a la tarde, cuando Leonardo Murialdo jugaba de local, se colgaba del alambrado para festejar los goles de su querido equipo.

Los chicos que tenían condiciones eran recomendados a las inferiores de los Canarios y en los años 60 surgieron tres notables futbolistas que luego llegaron a jugar en Europa: Manuel Andrés Puche, que pasó por el Porto (en Portugal) y el Córdoba (España); Juan Carlos Rinaldini, que con sólo 16 años fue cedido una temporada a la Fiorentina (Italia), aunque por su condición de menor de edad nunca pudo jugar oficialmente y participó solamente en amistosos o giras, y el arquero Luis Antonio Pieruz, que se fue a jugar a España.

Torneo Evita

Don Eduardo está casado con Nélida Chiquita Cacciatto, que es profesora de música, y tiene dos hijos: Sergio Eduardo, que es profesor de educación física y equitación y diseñador de pistas de salto para caballos.

Fue ganador del premio Huarpe de ese deporte en 1985, y Gustavo, que también es profesor de educación física, que ha sido jugador de tenis y pádel y también se dedicó al motociclismo. Además, uno de sus nietos, Lucas Agustín, una joven promesa del hipismo local.

Entre sus muchos recuerdos hay uno muy especial: cuando en 1950 el equipo del Hogar del Niño Obrero se clasificó campeón de la tercera edición de la Zona Mendoza del Campeonato Argentino Infantil Evita de Fútbol, al derrotar al Sporting Pedal Club de San Rafael por 2 goles a 0.

Muestra incluso algunos recortes de aquella época donde aparece la formación del cuadro campeón: Aranda; D’Amico y Adrias; Anconetani, Morelatto y Zanichelli; Alim, Andía, Mesa, Godoy y Yannardi, dirigidos por el padre Pedro Volpi.

En una de esas publicaciones puede leerse: “El ganador tuvo una llamativa forma defensiva y un buen ataque ofensivo, destacándose el centrodelantero Mesa, un niño de muchos recursos y fuerte shot, lo que llamó poderosamente la atención de los aficionados”.

Cuenta que los integrantes de aquella formación todavía están con vida y que hace un par de meses se reunieron para evocar tan bello momento. Mesa fue dirigente del club Leonardo Murialdo y consejero de esa institución en la Liga Mendocina de Fútbol y tesorero y secretario del Club Hípico Mendoza.

La tarde soñada para Eduardo Mesa

Eduardo había debutado en la Primera de los Canarios a mediados de los 50, en remplazo del habitual titular que era Manuel Andrés Puche.

Recuerda de manera especial la tarde del domingo 24 de octubre de 1954 por la 21a. fecha que había soñado tantas veces cuando marcó dos de los cuatro goles con que Leonardo Murialdo derrotó al Deportivo Guaymallén (4 a 0) en condición de visitante.

Esa jornada el once de Villa Nueva presentó a Pieruz; Rabino y Goslani; Correa, Ibáñez y Peña; Vargas, Peralta, Ianizzotto, Guevara y Mesa.

En el comentario del partido, nuestro diario elogiaba las conquistas de aquel veloz puntero izquierdo que generalmente se lucía por la precisión de sus centros que marcó el tercero a los 41' del segundo tiempo con un toque suave tras ser habilitado por Valls y el cuarto a los 47', con un tiro bajo y esquinado entrando a la carrera al área luego de combinar con Peralta.

También evoca que en su debut en un partido contra Atlético Argentino fue marcado por Poroto Bustos, una de las figuras de esos tiempos quien, al verlo tan ansioso, lo tranquilizó afectuosamente con estas palabras: “Calmate, pibe, si querés seguir con tu carrera”.

Cuadrado

De manera espontánea comenta que desde la infancia le quedó el apodo de “Cuadrado”, como todavía lo recuerdan sus viejos compañeros: “En una oportunidad estábamos ganando un partido intercolegial por goleada y el padre Pedrito Spertini prohibió a Andía que siguiera pateando con la derecha y a mí con la izquierda para no convertir más goles.

Sin embargo no pude con mi genio y cuando me quedó una pelota frente al arco le di con violencia con la zurda, la clavé en la red y salí corriendo a festejar. Ante más de 400 niños, entre los que jugaban y los que miraban el partido, el

Padre pegó el grito, visiblemente molesto: ‘Mesa, ¿qué te dije?, sos un cuadrado’. Así nació mi sobrenombre, que me quedó para siempre. Después de más de 60 años, para mí es un volver a vivir.

"La escuela de artes y oficios" por Luis Fermosel, ex periodista de Los Andes

A principios del siglo pasado, cuando la avenida de Acceso Este todavía era una quimera, los pueblos estaban erigidos, a manera de posta, a lo largo del entonces Carril Nacional (parte del cual hoy es Bandera de los Andes). Así fue que crecieron, como pueblos, San José, Villa Nueva, Rodeo de la Cruz, Rodeo del Medio, Palmira...

Dentro de esa geografía, hubo una persona que tuvo profunda incidencia en aquel crecimiento. La señora Lucila Barrionuevo de Bombal, una mujer profundamente católica, que decidió donar tierras a dos congregaciones para ser destinadas a la ayuda de jóvenes de escasos recursos.

En Rodeo del Medio, a la congregación Salesiana, la que destinó el predio a la creación de la escuela de Enología Don Bosco. En Villa Nueva, a la congregación Josefina, surgiendo allí el Hogar del Niño Obrero, que posteriormente tomaría la denominación de Leonardo Murialdo.

El Hogar del Niño Obrero nació como una escuela de artes y oficios, a la que asistían jóvenes pobres en calidad de pupilos, siendo su primer rector el sacerdote Victorio Gagliardi. Y lo que en un principio era el Club Bombal, se transformó luego en el actual Leonardo Murialdo.

Alrededor de la escuela y del club, se conformó con el tiempo una comunidad importante, acompañando el crecimiento también importante de la “Villa Nueva”, que tenía como corazón la avenida Libertad, entre los “dos carriles”: Bandera de los Andes y Godoy Cruz.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA