El embajador

El embajador
El embajador

Cuando entro a su territorio, comprendo que las negociaciones serán largas y hostiles. Los veo simular tranquilidad, murmuran en su idioma, siguen sus actividades cotidianas como si yo no estuviera ahí. Les tengo una mezcla de respeto y desprecio que va oscilando según nuestras interacciones en la interminable sucesión de días que compartimos. Disfrutan su comida aromática y llamativa. Chocan sus vasos repletos de bebidas, de olores fuertes y colores pálidos. Celebran. Intento comunicarme con ellos pero no entienden mi lengua. Una parte de mí presiente que se niegan a una comunicación entre nosotros más fluida y espontánea. Sospecho que esto se debe a que, para ellos, poder hablar conmigo significaría ceder un espacio de poder que ostentan desde antes de mi llegada, hace algunos años. Una alianza daría honor a nuestras estirpes y llevaría a ambas razas a la supremacía. Son limitados, sí, pero tienen la capacidad de cambiarlo todo, de hacer a su imagen y semejanza. También de deshacerse de mí como quien suelta una hoja en el río y deja que la corriente se la lleve. Temo por mí. Añoro los tiempos en los que era para ellos como un embajador de los dioses. Si bien me han colocado en un sitial por encima de otros seres similares, es más humilde que el que yo merezco. He sido degradado y mi condición es muy precaria. Necesito congraciarme definitivamente con ellos para perpetuarme. Así que les traigo una ofrenda para que crean que inclino la cabeza ante ellos y reconozco su superioridad. Pretendo darles una sorpresa. Entro a sus aposentos en silencio y dejo el pájaro que acabo de cazar sobre la cama de los amos

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