Dos microrrelatos

Dos microrrelatos
Dos microrrelatos

Me muevo por el monte y, a mis pasos, no escucho crujir ni las ramas ni las hojas, y cada tranco es extrañamente más elástico que de costumbre... quizá por el aguacero de anoche. Es que las lágrimas de los gigantes suelen ser mucho más gordas en esta época del año, en que recuerdan su destierro.

Al menos, las cazadoras y las grandes fogatas han conseguido confinarlos a la madrugada.

*** 
Abrir el cajón y sacarme todos esos kilos y kilos de tierra de encima, no fue la parte difícil. El frío con estas ropas apolilladas tampoco fue problema, ni recordar el camino desde Puente Olive hasta casa.

Lo difícil fue encontrar cambio para el taxi, y a estas horas

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