Mileismo o milenarismo

Empecemos a preguntarnos con esta nota qué significado tiene para la Argentina la aparición de Javier Milei y sobre todo el mileismo, vale decir aquello que ven en él los argentinos que lo votan. Sobre todo si se trata de un populismo que repite por derecha la versión por izquierda expresada por el cristinismo, de un fundamentalismo religioso que nos introduciría en terrenos peligrosos o, si, por el contrario, en una versión conservadora aunque de modales excéntricos del republicanismo liberal, que vendría a agregar una nueva opción política -tan respetable como cualquier otra- a nuestra magullada pero aún felizmente sobreviviente democracia.

Gane o no las elecciones presidenciales, lo que expresa Javier Milei parece ser un fenómeno de masas que llegó para quedarse. Y que si bien de algún modo (aunque abrevia en tendencias generales de época que también abundan en Estados Unidos, Brasil, Italia, Hungría, España e incluso Chile, entre no pocos otros países) nos habla de una novedad que inaugura los 40 años consecutivos de democracia argentina con un replanteo drástico donde se medirá como quizá nunca antes, su debilitamiento o fortalecimiento singulares y rotundos. Vale decir la respuesta que la república constitucional puede ofrecer ante esta nueva realidad política. Pero para eso hay que comenzar -de a poco porque por ahora sólo hay indicios, contundentes pero sólo indicios- a conocer de qué se trata esta novísima y aunque imaginable, sorprendente novedad. Para eso hay que tratar de entender no sólo lo que efectivamente piensa y piensa hacer Milei, sino principalmente lo que piensan los que lo votaron a él para haberlo votado.

Dicen los diccionarios que “el milenarismo o quiliasmo es la doctrina según la cual Cristo volverá por segunda vez para reinar sobre la Tierra durante mil años, antes del último combate contra el mal, produciendo la condena del diablo a perder toda su influencia para la eternidad para reinar con los justos, producir la resurrección general y comenzar el Juicio Universal”.

El filósofo Luis Diego Fernández afirma que la posición ideológica del principal inspirador de Javier Milei, el economista norteamericano Murray Rothbard, fundador del partido anarco-libertario, esuna retórica populista de derecha que apela a incentivar el conflicto entre la corporación política (casta) formada por la élite gobernante (establishment progresista), el empresariado subsidiado, los medios de comunicación, la academia y las minorías raciales y sexuales versus el pueblo (trabajadores, clase media, emprendedores, el “individuo promedio”)”.

He aquí una diferencia fundamental. Esta semana, en algún programa televisivo, apareció una señora que había votado a Milei, quien con toda normalidad, explicaba que simpatizaba con él porque lo que necesita el país es un mesías que venga a redimir al pueblo de los profanadores del templo. Esa sería una interpretación milenarista, religiosa, drástica del libertario. La aparición en la tierra argentina de alguien que desde afuera de los círculos de poder viene a restaurar la justicia plena destruyendo a los poderosos y convocando a los justos para que lo sigan. No se sabe si muchos o pocos pero es indudable que una indeterminada cantidad de votos a Milei deben tener algo que ver con esa interpretación milenarista de la historia, que cuando se intenta aplicar en los tiempos modernos, siempre conduce a algún tipo de fundamentalismo, que transforma al remedio en algo peor que la enfermedad.

Si en cambio Milei adoptara del liberalismo conservador norteamericano (liberal en lo económico, conservador en los usos y costumbres sociales y culturales) la idea de una lucha del pueblo al que él representa (y convoca (a ser leones como él) contra la casta política actual, el capitalismo “estatista”, los medios de comunicación, la universidad y el Conicet y los defensores del aborto y el matrimonio igualitario, entonces las cosas serían también preocupantes, pero para preocuparse menos. No estaríamos frente a un fundamentalismo religioso sino ante una versión por derecha del lawfare cristinista. Una división populista entre buenos y malos donde ahora todo lo considerado de “izquierda” es malo y lo considerado de “derecha” es bueno. Es como una reacción biológico política, frente a los excesos ideologistas del cristinismo que hartaron a un gran sector de la sociedad por su adoctrinamiento sofocante. O sea una mera inversión de la división amigo-enemigo que sigue rechazando una búsqueda del fin de la grieta porque se la incentiva desde otra concepción. Pero a la vez tampoco tiene nada que ver con extremismos religiosos, por lo que la democracia puede tolerar sin problemas este debate como -aunque malamente- lo toleró hasta ahora. Pero eso sí, sería de lamentar que se prosiga desde otra ubicación ideológica esa misma tensión insoportable que Cristina introdujo, que crispa los nervios de todos hasta el hartazgo por vivir peleándonos por política unos contra otros, familias contra familias, o entre los propios integrantes de una misma familia. Sería una pena que en vez de terminar con ese insoportable maniqueísmo que antes del kirchnerismo casi no existía en nuestra democracia, se le dé nuevos bríos desde la vereda de enfrente. Pero también es posible que todo sea una estrategia de Milei para sumar votos aprovechando las pulsiones residuales de una sociedad enojada pero que luego de ganar, en caso de ganar, intente algún tipo de reconciliación nacional porque es poco lo que va a poder hacer con su escasa dirigencia. Difícil pero no imposible.

Otra pregunta para la cual todavía no hay respuesta es si nos encontramos ante una nueva vertiente del populismo que sobrellevamos desde hace 20 años o si se trata el mileismo de una versión un tanto sobreactuada de republicanismo liberal partiendo del énfasis que pone Milei al decirse inspirado en el gran argentino Juan Bautista Alberdi, el gran numen de la gran Constitución Nacional liberal y republicana de 1853. Otra incógnita donde la respuesta para un lado o para el otro, será determinante.

El populismo no es de derecha ni de izquierda, mejor dicho es indistinto que sea de derecha, de izquierdas o de cualquier otra ideología. Sus atributos son varios pero los principales son dos: Primero, dividir a la sociedad entre una elite corrupta hasta los tuétanos versus un pueblo puro que busca su salvación, y por ende su salvador, por fuera de esa elite. Y segundo, que es de algún modo consecuencia del primero, el líder antielite busca todas las formas posibles de relacionarse directamente con el pueblo eliminando los obstáculos para ello, que están expresados en las instituciones donde se refugian los miembros de la elite corrupta.

En su primer aspecto, el populismo es milenarista porque llama a la sublevación bíblica contra los mercaderes que Jesús expulsó del templo sagrado, para que lo vuelvan a ocupar el mesías, sus apóstoles y el pueblo creyente. En su segundo aspecto el populismo es antirrepublicano porque en vez de considerar a las instituciones como las “mediaciones” entre representantes y representados (particularmente a las divisiones y controles de los poderes para que éste no se concentre en una sola mano), los ve como “obstáculos” que impiden el encuentro definitivo entre líder y pueblo.

He aquí. entonces. otra duda clave acerca de lo que expresa el fenómeno Milei: si una vertiente por derecha del populismo que (con Cristina apoyándose teóricamente en Ernesto Laclau y con Milei apoyándose teóricamente en Murray Rothbard) busca librar una guerra contra las instituciones (Corte, Congreso, periodismo, universidad y todos los demás organismos de control del poder o de contrapoderes) a fin de construir un monarca absolutista con cada vez más difusa apariencia constitucional. O si, por el contrario, lo principal que desea es llamar a la profunda renovación de una clase política gastada y vencida que hace décadas ninguna satisfacción le ha dado a sus representados. Y que en muchísimas de sus expresiones ha buscado satisfacer el interés personal, familiar o sectorial en vez del interés general, como casi todos los ciudadanos de a pie piensan, hayan votado o no por Milei.

En fin, en próximos artículos seguiremos con las preguntas que las actitudes de Milei provocan, para ir descubriendo si su irrupción en el escenario político argentino es una involución (un déjà vu que con otras ideas y con otros modales reitere los fracasos de siempre que, al menos desde 1975 nos persiguen como una maldición bíblica y no nos dejan vivir en paz) o una evolución que, producto de una justa indignación popular frente a lo que ya no se puede tolerar más, produzca una renovación que cambie todo lo que hay que cambiar. Que es casi todo, menos la república democrática, que si bien no nos ha dado de comer, ni nos ha educado o curado por sí sola, nos ha garantizado el derecho a la libertad y a la vida, que no son poca cosa en este mundo de locos.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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