El país que fuimos y el que no sabemos ser

Tenemos la opción de seguir degradando a nuestra patria o encarar todos los obstáculos y remover las trabas que nos han conducido a esta situación sin temores a aplicar el imperio de la ley ante los que amenazan con el caos social, en la desesperación por perder sus privilegios.

Nuestra nación tuvo, en varios períodos, contextos favorables, algunos fueron aprovechados para lograr acelerar el progreso económico del país sin el cual es imposible lograr mejoras reales y concretas en el nivel de vida de las mayorías,

Eso sucedió en los primeros años del siglo pasado y fue posible porque se pensaba en grande, había seguridad jurídica, se promovía la educación popular y, por encima de los intereses particulares, las políticas gubernativas tenían presente el mandato constitucional de promover el interés general.

En los primeros años de este siglo también la Argentina tuvo un contexto internacional excepcional para poder encarar otro ciclo prolongado de crecimiento que llevara a un despegue de nuestra economía y facilitar la mejora creciente del nivel de vida de los argentinos y proyectara nuevamente al país a una posición prestigiosa en el mundo.

El país venía de un proceso de inversiones en infraestructura importante en la década anterior y en 2003 el contexto internacional era muy favorable para la demanda de nuestra producción con la incorporación de los mercados asiáticos.

Además, las tasas de interés se derrumbaban. Desde principios del siglo pasado no se aparecía una oportunidad de esa magnitud.

El gobierno de los Kirchner, con sus ideas anacrónicas, carencia de profesionalismo y prejuicios, frustró esa oportunidad. Estatizaciones que engrosaron el déficit fiscal, incumplimiento de contratos y reglas que significaron cuantiosas indemnizaciones a las empresas afectadas. La destrucción del sistema previsional y una política que subsidiaba el no trabajar en desmedro de la promoción del empleo, nos fueron llevando a este panorama donde los índices de indigencia y pobreza alcanzan niveles escandalosos.

No podemos dejar de mencionar el desastre educativo, iniciado en los 90 y agravado en estos primeros 23 años de este siglo, como lo señalan (para vergüenza de la patria de Sarmiento y de Roca, el impulsor de la legendaria ley 1420 -la más progresista dictada en esta tierra-) los resultados de las pruebas aprender: la mitad de los alumnos no terminan la educación secundaria obligatoria y sólo el 16% de los graduados alcancen los niveles adecuados de conocimiento en matemáticas y lengua.

En la sociedad del conocimiento, de la cuarta revolución industrial digital que parece ya ser superada por la Inteligencia Artificial, nos llama a la reflexión y a la acción. Porque los diagnósticos son para conocer el problema, pero sin acción y ejecución no se soluciona nada.

Dejemos de lado la corrupción, porque el saqueo de esos años, a veces deja de lado la destrucción del Estado con un discurso estatista de la economía y el desprestigio internacional con políticas exteriores a cargo de aficionados, prejuiciosos, dejando el interés nacional marginado con sus anteojeras ideológicas y presentado al país como mendicante.

Es dificultoso el debate cuando en el discurso se falsean datos y cifras.

Lo escuchamos el otro día en boca de la vicepresidente con las mentiras que dijo ante auditorios complacientes sobre la energía y la empresa YPF, ocultando el escándalo de la compra a Repsol del 25 % para el grupo Eskenazi, los dividendos escandalosos para que pudieran financiar una compra sin poner un peso afectando la inversión, la pérdida del autoabastecimiento, la estatización del 51 % pagando diez mil millones de dólares y un juicio por le ineptitud de Kicilloff que puede significar otro pago similar.

Otro caso es la cantinela con el FMI: la deuda de nuestro país es de 400 mil millones de dólares, y la contraída con el Fondo equivale a un 11 % de esa cifra y a más bajas tasas de interés.

La Argentina tiene una gran oportunidad de iniciar un ciclo virtuoso de crecimiento prolongado que permita el desarrollo terminando con la indigencia y bajando los índices de pobreza en un plazo razonable a un dígito, similar al que teníamos hace 40 años.

Se requiere conciliar el orden con la libertad, es decir aplicar la ley. Cumplir con las obligaciones, que, eso es el Estado de derecho. Crear una moneda, único modo de promover el ahorro nacional, terminando con los déficits resultado de gastos improductivos, promoviendo la inversión. Una política exterior que facilite la inserción en el mundo y permita exportar cada vez más. Una revolución educativa liberándola de los intereses corporativos que impiden un salto cualitativo.

Se trata de recordar a la Constitución cuando promueve el interés general. Se puede decir, sin temor a equivocarse, que uno de los mayores problemas, desde hace tiempo y agudizado en estos años de predominio de la familia venida desde el sur, ha sido la consolidación de una oligarquía de políticos mediocres que han desvirtuado una actividad noble, porque, la convirtieron en un medio para el progreso material y social junto a empresarios prebendarios enriquecidos por políticas, que, favorecen a pocos en desmedro de las mayorías. Y encuentran, además, la complicidad de una dirigencia sindical enriquecida por sistemas distorsionados del gasto social.

Tenemos la opción de seguir degradando a nuestra patria o encarar todos los obstáculos y remover las trabas que nos han conducido a esta situación sin temores a aplicar el imperio de la ley ante los que amenazan con el caos social, en la desesperación por perder sus privilegios.

* El auto es miembro de número de la Academia Argentina de la Historia y de la Academia de Historia Militar.

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