Candidatos presidenciales en busca del voto esquivo

A Massa, como todo el mundo sabe, le gusta cantar la cumbia “El camaleón”, pero con un ritmo distinto al de Alberto. A Grabois le gusta la película “La Misión”. Larreta se la pasa leyendo a Freud. Patricia Bullrich quiere ir por todo como Cristina, pero por otro todo. Y Milei cada vez canta más la canción “Para saber cómo es la soledad”. Pase y lea.

Sergio Massa, Horacio Rodriguez Larreta, Patricia Bullrich y Javier Milei: uno de ellos será el próximo presidente.
Sergio Massa, Horacio Rodriguez Larreta, Patricia Bullrich y Javier Milei: uno de ellos será el próximo presidente.

Como ninguno de los que se presenta para conducir la Nación a partir de diciembre de este año parece tener en claro qué hacer para sacarnos del brete en que estamos, quizá un paso previo antes de hablar de proyectos de país que apenas están en cocción (si es que lo están) sería el de hablar de las personalidades de los principales candidatos que compiten, a ver si viendo cómo son podremos ir deduciendo qué quieren o qué pueden hacer con esta brasa ardiente llamada Argentina.

Sueños de un seductor

Se define como amoral a “toda aquella persona que no dispone o carece de sentido de la moral”. En ese sentido Sergio Massa se ajusta perfectamente a esa definición. No es un inmoral sino que no diferencia entre una cosa y la otra, porque no sabe hacerlo o porque sabiéndolo no le interesa. En el mismo sentido este candidato es también todo lo que empieza con a: aideológico, ahistórico, etc, etc. Le da lo mismo defender una idea o la contraria. O provenir de una tradición histórica o de otra o de todas juntas a la vez.

Si nos atenemos a la popular cumbia, es tan camaleón como Alberto Fernández porque cambia de colores según la ocasión. Pero las motivaciones son diferentes. Alberto es un camaleón como lo era Zelig, el personaje de Woody Allen que al carecer de toda personalidad propia, siempre se transformaba en una copia exacta del que tenía enfrente. O sea Alberto-Zelig miente siempre y en todo lugar pero lo hace para agradar, para que lo quieran (lo intentó hasta la última instancia con Cristina pero jamás logró de ella ni siquiera un poquito de amor). En cambio Massa miente para seducir. No se transforma en el otro, sino que le dice al otro lo que éste quiere escuchar (es una actitud más política que patológica, de la cual Juan Perón fue maestro absoluto). Por lo tanto, también a diferencia de Alberto, Sergio no es obsecuente sino consecuente en su absoluta contradicción. Y otra enorme diferencia: Alberto llegó a la presidencia porque se la regalaron y por eso desde el inicio fue estructuralmente títere, no podía ser otra cosa. Él mismo lo dijo una semana antes de que le ofrecieran ser candidato. Y aún así lo aceptó. El problema es que luego que le sirvió de modo espectacular para ganar, Cristina se dio cuenta primero que nadie que ese hombre sería incapaz de gobernar, ni como ella quisiera ni de ninguna otra manera y por eso desde el inicio de la pandemia (cuando ese pobre hombre creyó que podía liberarse del yugo de la reina madre aliándose con Larreta) comenzó su ridículo boicot que sólo profundizó la incapacidad genética del presidente inventado. Sin embargo, sabiendo todo mejor que nadie porque ella fue la creadora del engendro, Cristina no se atrevió a asumir la responsabilidad que ese hombre no podía cumplir, no le interesó o no se animó. El último Perón también puso un títere como lo fue Héctor Cámpora pero lo expulsó a menos de dos meses de ser presidente, asumiendo el General la responsabilidad delegada. No le fue bien porque se murió pronto y por muchas otras cosas, pero lo intentó, se animó. Cristina no y soportó, volviéndolo loco día tras día, a un personaje que casi deja al país al borde del vacío de poder a poco más de un año de cumplir su mandato. Pero ese vacío fue construido por criatura y creadora.

Hoy Cristina quiere hacer con Massa algo que parece parecido, pero que es bien distinto. Porque a Alberto lo quería para que gane la presidencia y a Sergio lo quiere para que pierda pero que lo ayude a que ella y sus muchachos ganen en la provincia de Buenos Aires. Se propone -como siempre- salvarse sola. Dice que ella no se presenta porque está proscripta, pero en realidad teme perder como le ocurrió hasta con Esteban Bullrich. Por eso a Massa lo apoya estrictamente lo necesario para que gane ella y pierda él. Sin embargo, ni Sergio, ni nadie, ignoran esa jugada y sabe que es muy posible que Cristina pueda ganarla. Pero no está muerto quien pelea y Massa quiere jugar la partida hasta el final porque en el caso ímprobable pero no imposible de ganar, no le debería nada a Cristina mientras que Alberto le debía todo. Y otro sería el cantar.

Aún sabiendo que las tiene casi todas en contra, Massa está construyendo frenéticamente poder para sí mismo. Es el primero que lo hace desde el peronismo en la era de los Kirchner. Antes lo hizo por afuera y ahora lo hace desde adentro. Pero su amoralidad lo pone a salvo de en apariencia tan monumental diferencia. En su momento rompió y si bien no ganó le impidió ganar al kirchnerismo. Y ahora se animó a cubrir un vacío de poder que asolaba al desgobierno de Alberto y a la pusilanimidad de Cristina para salvar al gobierno. Si sin Massa el gobierno se caía o no, es algo contrafáctico, podemos especular pero no lo podemos saber, no obstante él se encargó brillantemente de presentarlo así y con ello inventar un relato creíble. Por eso asumió con la suma del poder económico, que hoy es casi lo mismo que la suma del poder público, aunque este poder sea escaso. Tuvo el talento de mostrarse como imprescindible a pesar de haber tenido hasta ahora menos logros económicos que Martín Guzmán, pero él insinúa la excusa de que Alberto y Cristina lo obstaculizan, uno por inútil, la otra por perfidia. Que si estuviera solo, todo se arreglaría. Por eso, con un movimiento cupular solo comparable en talento a las duelos dialécticos de los nobles en la Corte de Versalles antes de la revolución francesa, pudo -con cero éxito como ministro de Economía- que lo propusieran como el candidato presidencial del peronismo unido. No ha hecho nada pero logró todo. Hoy es superministro, candidato a presidente y presidente de hecho. Todas sus jugadas fueron inteligentes, pero son las de un tipo que no tiene nada que perder y todo para ganar aunque las probabilidades de ganar la presidencia no sean tantas. Pero aún así, quién sabe, quizá igual pueda quedar parado en algún sitio alto ante el declive de Cristina. Tiene sus bases empresariales, sus habilidades políticas propias, su ambición desmesurada, carece en absoluto de ideologismo lo cual hoy es una gran ventaja y el dirigente peronista promedio se sentiría mucho más aliviado conducido por Massa que por Cristina. Lo que quizá no tenga sean los votos necesarios para ganar, pero siempre está la esperanza que los tenga no tanto por el peronismo sino por los defectos de la oposición, defectos sin los cuales Massa no hubiera llegado adonde llegó. Intentará, por cierto, sumar votos por izquierda con Grabois y restarle votos por derecha a Juntos por el Cambio ayudando en todo lo que pueda a Milei, al cual parece gustarle que lo ayuden.

En fin, que Massa es un político cuyo única ideología es el poder desnudo y cuyo único proyecto es mantener y profundizar la patria corporativa, esa de los acuerdos entre facciones dirigentes, públicas y privadas, a espaldas de las necesidades sociales generales. Néstor quiso ser el dueño de la patria corporativa que Eduardo Duhalde instaló en el gobierno luego de la crisis de 2001 (existir existe desde hace muchas décadas, pero Duhalde la hizo absolutamente hegemónica, ya lo dijimos, es la “patria De Mendiguren”). Luego los Kirchner le aportaron ideología progresista a esta “patria” más bien conservadora. Por eso en este siglo la Argentina no progresó nada y conservó lo peor. Massa ahora quiere restaurar el orden natural, que los patrones del poder sean los empresarios amigos del Estado y los políticos sean apenas sus gerentes, no sus jefes, que es lo que soñó Néstor. Ya no más que los empresarios sean meros testaferros de los políticos como Lázaro Báez. Que los testaferros sean los políticos, como debe ser. Massa es el régimen al desnudo. Es la ideología del poder llevado a su extremo total. Y si Massa gana, que es su única verdadera dificultad, sabe perfectamente lo que hará: que es sacar todos los disfraces de la hipocresía K y hacer volver al poder real (la nueva oligarquía industrial, comercial y financiera que hizo sus primeros pinitos con Martínez de Hoz y la dictadura militar y se consolidó en democracia), hacerla volver a su estado natural.

Como eso lo saben todos en el peronismo, a los cristinistas que no les guste (que son los únicos en el peronismo a los que no les gusta) está la oportunidad de Juan Grabois, quien así como Massa propone volver al poder desnudo, éste propone su antípoda, vale decir su ideologización extrema. Su propuesta no es la integrar a todos los pobres a la producción, el consumo y la movilidad social como hizo el primer peronismo sino la de fundar unas nuevas misiones guaraníes como hicieron por América Latina desde el siglo XVII los jesuitas, donde los hombres -en las tierras tomadas a la oligarquía- planten rabanitos y las mujeres tejan bufandas. Sueña con integrar a un mundo idílico (ver la película “La Misión”) a todos aquellos excluidos del sistema formal, como hacían los jesuitas con los aborígenes. Propone un socialismo cristiano para sumar por izquierda los votos que necesita Cristina y que Massa también está dispuesto a aprovechar convencido de que luego de las PASO la mayoría de los que votaron a Grabois lo harán por él en vez de apoyar a la izquierda trotskista.

En el nombre del padre

Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta están librando un duelo tan parejo que solo tiene comparación (además de incontables diferencias, porque la historia no se repite) con el de Carlos Menem y Antonio Cafiero en 1988 cuando hicieron una interna para suceder a Raúl Alfonsín. Cafiero era la continuación del sistema alfonsinista desde el peronismo. Menem era el retorno del peronismo bárbaro que prometía calmar las broncas acumuladas por la hiperinflación con propuestas delirantes que al ganar las dio vuelta por exactamente lo contrario; ni malvinizó, ni estatizó, ni hizo el salariazo ni la revolución productiva en términos peronistas clásicos. Convocó a los liberales ortodoxos como Alsogaray y adoptó su programa. La interna fue casi un empate, donde ganó por poco el hartazgo con el estado de cosas por sobre la posibilidad de acuerdos para salir del caos. Ese debate hoy, aún en términos histórica y conceptualmente diferentes, lo propone no el peronismo sino la oposición al peronismo. Y como en aquél entonces, cualquiera de las dos propuestas puede ganar.

Hoy Bullrich expresa una importante tendencia de la sociedad: el deseo de cambiar todo lo más rápido y de golpe posible y la necesidad de dureza, convicciones, personalidad y coraje para ello. No retroceder jamás (para ella Maldonado es lo que Milagro Sala es a Gerardo Morales, prueba de su carácter para luchar contra las presiones brutales del peronismo). Su temperamento coincide con el temperamento actual de la sociedad, lo cual a veces la lleva a exagerar su rol, si en caso de ganar no modera sus actitudes frente a una correlación de fuerzas que le permitirá hacer poco de lo que quiere si lo quiere rápido. Y con sacar la gente a la calle (que además difícilmente saldrá con la promesa de un ajuste que sólo a mediano plazo beneficiará a la gente si todo sale bien) no le servirá. Deberá acordar, le guste o no, dividiendo y diferenciando a la “casta” contra todos los que la votarían que no quieren que se acerque a nadie del peronismo porque todos son lo mismo.

Larreta tiene una personalidad un tanto tibia para lo que exige el momento lo cual a veces lo lleva a devenir un extremista de los acuerdos, hasta llegar a errores fuertes como apoyar a Schiaretti cuando su gente estaba peleando en Córdoba electoralmente contra él. Pero también tiene algo que coincide con el clima de la época: propone acabar con la grieta que a la gente la tiene cansada. A la mayoría de los ciudadanos no le gustan las peleas entre políticos porque ven que no los benefician y eso suma para Larreta. Pero a la vez, esos mismos ciudadanos tienden a odiar a la mayor cantidad posible de políticos y para eso les sirve más Patricia.

Pero la cuestión también tiene un aspecto freudiano.

Larreta busca matar al padre Mauricio como Macri mató al suyo y en caso de ganar se dedicará con todo al parricidio. Patricia, en cambio, es la protegida de Mauricio para castigar al hijo pródigo, que siendo al principio el más buenito se le atrevió a enfrentarlo. A Larreta le gustaría que gane un radical la Capital como Lousteau con tal de que no gane un Macri. Y Macri apoya a otro Macri aún sabiendo que hoy su apellido es piantavotos con tal de joderlo a Larreta. Es una pelea cuasi familiar en la que Macri es experto pero Larreta es constante, reiterativo, aburrido pero gestiona siempre. Es efectivo.

Bullrich es, pese a casi llegar a los setenta años, la piba que se enfrentó a Moyano. La que bancó a la cana por lo de Maldonado. La que parece más firme en seguridad y en la lucha contra el sindicalismo corporativo. Pero económicamente parece menos solida que Larreta aunque lo más seguro es que gane quien gane se forme un solo equipo económico.

Larreta es la gestión y el consenso. Bullrich es la pasión y el coraje. Son cosas, ambas, que casi todos los argentinos desean. Habrá que ver cual de ambos estilos les gusta un poco más. De cualquier modo, cualquiera de los dos que gane las PASO, si luego llega a la presidencia, deberá hacer desde el primer día, lo que propone él o ella y el otro o la otra. O sea, se deberá combinar el cambiar todo con los mayores consensos posibles. Sabiendo que desmantelar es más difícil que empezar de cero. A un régimen se lo desmantela como se hace con un bomba, más rápido o menos rápido según las necesidades, pero con los pasos necesarios sino volamos por los aires. El que gane tendrá que ser Larreta y Bullrich a la vez y sumar la experiencia de Macri o sino fracasará nuevamente. Es un gran desafío que requiere de un líder. De ganar el peronismo el sistema corporativo ya tendrá su líder en Massa. De ganar la oposición no se sabe si el sistema republicano esta vez tendrá un líder eficaz. Ese es el gran desafío.

Epílogo con un solista

Milei es un solista porque no tiene a nadie más que a él. Y es una readaptación del teorema de Baglini: Mientras más se acerca al poder más se acerca a la casta pero cuando se acerca a la casta el poder se aleja de él porque él expresa el voto antipolítico que es un voto imposible porque no se puede votar a un político para que haga antipolítica. Sí para que haga otra política, digamos, opuesta a ésta. Pero aún así, no tiene la gente porque lo único peor a la casta política que hoy tiene la Argentina son los aspirantes a casta que por los más diversos motivos no llegaron a pertenecer del todo a ella y son los que hoy van con Milei. Porque por fuera de la casta no hay nada políticamente hablando.

La política más revolucionariamente anticasta del mundo occidental fue la italiana de la mani pulite en los años 90, que gestó desde su seno no a una política mejor, sino a Berlusconi, tan malo o peor que la corrupta clase política liderada por Andreotti y los democristianos que exterminó el juez Di Pietro.

Milei casi no tiene dirigentes . Solo tiene votos, pero esos son insondables como lo es todo en esta elección donde se juega el todo por el todo: la consolidación de un régimen que viene desde que se inicio este siglo, o el cambio por otro del todo distinto. Por eso esta elección hablará más de los votantes que de los candidatos. De la Argentina que quieren de verdad los argentinos.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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