Ayes y lamentos

Una serie de adjetivos nos dan asimismo la idea de queja: “quejicoso”, “quejilloso” y “quejica”, definidos como “que se queja demasiado y muchas veces sin causa”.

Dolor de espalda
Dolor de espalda

Nos hemos referido en otras oportunidades y en esta misma columna al léxico de la alegría y de la tristeza, del bien y del mal; hoy nos estaremos refiriendo al vocabulario de las quejas.

En primer lugar, definiremos qué es ‘quejarse’ y de cuántas maneras se puede expresar una queja: proveniente del latín vulgar “quassiare” y del clásico “quassare”, el vocablo significaba “golpear violentamente, sacudir con fuerza, quebrantar”. Por eso, hoy es equivalente a “expresar con la voz el pesar o la pena que se siente”; pero, también, “quejarse” es “manifestar disconformidad con algo o con alguien”. En este último sentido, se construye habitualmente con la preposición “de”: “Siempre se queja de las mismas falencias”. Para dar a conocer a la persona ante la cual se expresa la queja, se usa un complemento encabezado por “a, ante”, aunque entre nosotros puede ser “con”: “Presenté la queja ante (a, con) las autoridades municipales”. Si lleva a continuación una cláusula, es admisible el encabezamiento con “de que”: “Me quejo de que hagan tanto ruido”.

Un verbo al que no estamos acostumbrado es “ayear”, que no es otra cosa que “repetir ayes en manifestación de algún sentimiento, pena o dolor”. Como podemos advertir, se forma a partir de “ay”, palabra que puede ser una interjección, como en “¡Ay, cuánta miseria!”, pero que también puede ser un sustantivo, cuyo plural es “ayes”: “Estaba en un ay permanente” y “Los ayes de dolor se escuchaban desde fuera”. No sabemos cómo conjugar el verbo y la clave nos la da el propio diccionario académico; se trata de un verbo totalmente regular: “yo ayeo, vos ayeás, ellos ayean”, entre las formas del presente de indicativo; “yo ayeé” y “nosotros ayeamos”, entre las de perfecto simple; “que yo ayee” o “que ellos ayeen”, entre las de presente de subjuntivo, por nombrar solo algunas formas.

También una queja se puede expresar a través de la locución “poner el grito en el cielo”, que se explica diciendo que significa “quejarse abiertamente y mostrar gran malestar ante algo considerado inadecuado o injusto”; también, “clamar en voz alta, quejándose vehementemente de algo”. Respecto. de ella, la Fundéu (Fundación del Español Urgente) nos dice que lleva como sujeto a la persona que presenta la queja: “Matías puso el grito en el cielo por los destrozos en su vereda”; por ello, considera que no es igual a la locución “clamar al cielo” porque cuando esta se emplea, hay que considerar que el sujeto no es una persona, sino aquello que constituye el motivo del escándalo: “El estado del pavimento clama al cielo por un arreglo urgente”.

Otro verbo que da idea de lamento es ‘deplorar’: de raigambre latina, llegamos a la definición “sentir viva y profundamente un suceso” y “lamentar profundamente”; además, “apenarse” y “entristecerse o sentir desolación”. En efecto, al verificar su etimología, nos encontramos con “de”, preposición y prefijo que encierran la noción de “de arriba abajo” y el verbo “plorare”, con el valor de “llorar”: “Todos deploramos la actitud del abogado ante semejante realidad”.

Asimismo, da idea de queja el verbo “lamentarse”, que no significa “protestar” sino “sentir algo con llanto, sollozos u otras demostraciones de dolor”. El origen del término es el latín “lamentare”, vinculado al sustantivo “lamentum” (quejido, lamento) y, a su vez, este vocablo parecería relacionarse con “clamentum” y “clamare”, que encierran la idea de quejido, queja y grito: en español, tenemos el sustantivo “lamentación”, definido como “queja dolorosa con llanto, suspiros u otras muestras de aflicción”. Todos recordamos haber disfrutado escuchando las famosas “Lamentaciones del Profeta Jeremías”, de Tomás Luis de Victoria, con el texto bíblico extraído de la obra homónima.

Si tomamos la acepción de “manifestar disconformidad con algo o con alguien”, sinónimo de ‘quejarse’ es “protestar”. Cuando lo atribuimos a una persona, equivale a “expresar, generalmente, con vehemencia, queja o disconformidad”: “Todos los empleados protestaron por el clima reinante”. Su etimología proviene del latín “protestari”, formado por el prefijo “pro-”, con el valor de “ante” y el verbo “testari”, equivalente a “dar testimonio”. Esto nos hace pensar en que “protestar”, en esta acepción, alude a una queja que da testimonio por determinada situación ante una persona o un grupo.

Otro verbo que da idea de queja es “querellar(se)”: nos interesan las dos primeras acepciones, ya que nos dicen “expresar con la voz el dolor o pena que se siente” y, si se dice de una persona, significa “manifestar el resentimiento que tiene de otra”; se encuentra vinculado al sustantivo “querella” que, en el ámbito del derecho, puede indicar el “acto por el que el fiscal o un particular ejercen ante un juez o un tribunal la acción penal contra quienes se estiman responsables de un delito” y, también, la “reclamación que los herederos forzosos hacen ante el juez, pidiendo la invalidación de un testamento por inoficioso”. Vemos, en los dos casos, el trasfondo de protesta o queja por actos que no se consideran justos.

Una serie de adjetivos nos dan asimismo la idea de queja: “quejicoso”, “quejilloso” y “quejica”, definidos como “que se queja demasiado y, muchas veces, sin causa”; además, “quejumbroso” posee dos acepciones: se le atribuye al que se queja con poco motivo o por hábito, pero puede aplicarse también a la voz, al tono o a las palabras, usados para quejarse. Leemos “Para conmovernos, habló un testigo quejilloso y lo hizo en tono quejumbroso”. Se puede relacionar este último adjetivo con el sustantivo “quejumbre” y con el verbo “quejumbrar”; de los dos se insiste, en sus definiciones, en el concepto de “queja frecuente y, por lo común, sin gran motivo”.

Nos quedamos con dos pensamientos que insisten con el término “quejarse”, aplicados a situaciones cotidianas: uno pertenece a Confucio y reza “No debes quejarte de la nieve en el tejado de tu vecino cuando también cubre el umbral de tu casa”; el otro, del fabulista griego Esopo: “Una vez llegada la desgracia, de nada sirve quejarse”.

* La autora es profesora consulta de la UNCuyo.

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