Nada es sagrado: hablemos de la "maquinita"

Intoxicados por una realidad triste y redundante, los argentinos inventamos, para alivio de todos, la polémica de la "maquinita".

Nada es sagrado: hablemos de la "maquinita"
Nada es sagrado: hablemos de la "maquinita"

Cuando creíamos que la pandemia había agotado todos los temas de los cuales podíamos hablar, pasó algo que, cual bocanada de aire sin barbijo, nos recordó que no todo en la vida es coronavirus y que hay afortunadamente otras cosas que siguen mereciendo nuestro escándalo y nuestra preocupación más grande: como la maquinita. 

Nadie lo creería en otras circunstancias, pero fue la polémica de esta semana. Horas en televisión, cientos de artículos... El minuto a minuto de lo que la China Suárez posteó en tal lugar y lo que le respondió tal a cual, si Jimena Barón está de este u otro lado o si Rocío Guirao Díaz salió a defender a sus amigas o, en el fondo, a sus propios intereses. Si la maquinita funciona o si la maquinita no funciona. La maquinita, la maquinita.

Aunque tengamos la leve sensación de que este no es el primer producto que se promociona en redes con propósitos sospechosamente milagrosos, ni que viene de la primera empresa que atrapa vendedoras para exfoliarles más los bolsillos que sus caras, esta maquinita puntualmente nos cambió la vida. O al menos la semana. 

Es que sí, aceptémoslo: solo teníamos ganas de hablar de otra cosa. En este caso, el "cepillo facial vibratorio" (promocionado como un milagro de proporciones judeocristianas) fue algo así como un chivo expiatorio para mirar, aunque sea por una fracción de segundo, a otro lado; para prestar atención a otra cosa que no fuera el pico del coronavirus (que quién sabe cuándo se abrirá), la situación sanitaria en las villas, las taras de nuestra economía, la deuda sombría e inminente y los miles de muertos que se van acumulando día a día en las favelas brasileras, que las tenemos al lado. Gracias a dios, y a quien sea, que apareció la maquinita facial de Nuskin, para recordarnos que en el mundo también hay productos cosméticos que son puro cuento. 

Ahora parece que Nuskin, la empresa internacional de venta directa de cosméticos que promocionó a través de nuestras influencers su maquinita, fue imputada, pues la Secretaría de Comercio Interior de la Nación consideró que los ofrecimientos de este tipo generan confusión e inducen al engaño. Habría incumplido "con el deber de suministrar en forma cierta y objetiva información veraz sobre los productos que comercializa". 

Es que la maquinita parece funcionar, en efecto, con otros engranajes: los que reclutan mujeres a las que se les promete una salida laboral, cuando se trata de un esquema de venta piramidal, donde hay una inversión grande para adquirir los productos (el cepillo facial cuesta unos 20 mil pesos) y ningún tipo de ganancia asegurada. A lo que se suman los premios a aquellas que consiguen más vendedoras, porque la empresa es voraz. Por lo demás, ninguna novedad de sistema.  

Lo curioso es que la guillotina cayó más pesadamente sobre las propias modelos, panelistas, influencers, cantantes y demás caras bonitas que la promocionaron a través de su Instagram. Quizás con total ingenuidad. Y además a cara lavada, porque en materia de cosméticos hay que ser auténticas ante todo. 

Fueron Zaira Nara, Nicole Neumann, Marcela Kloosterboer, Julieta Nair Calvo y muchas más. La reprobación social la sufrieron ellas, que solo buscaban una changa digital, un ingreso extra en medio de una crisis que nos golpea a todos casi por igual. Algunas, sabrán, no tienen ningún tipo de ingresos (no hay ninguna tira filmándose en Argentina hoy, pero ese es otro tema), y hasta quizás tienen serios problemas económicos. 

La maquinita puede entretener, puede estafar, defraudar, generar ganancias y hasta quizás alterar las reglas fisiológicas de la epidermis humana. Pero también nos recuerda que los argentinos, cuando queremos ser resilientes, tenemos el mejor mecanismo de defensa del mundo: una maquinita.

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