Susana Bombal en su laberinto - Segunda Parte

Marta Castellino nos ofrece una segunda columna dedicada a la figura de esta escritora mendocina, amiga entrañable de Borges.

El Laberinto de Borges en San Rafael.
El Laberinto de Borges en San Rafael.

“¿Hasta qué punto creemos en las ficciones que nos propone el arte? Lo que importa, sospecho, no es creer en ellas sino en la plenitud de la imaginación que las ha soñado. En lo que a Susana Bombal se refiere, creemos con inmediata certidumbre que ella cree en ellas e intensamente compartimos su fe”.

Jorge Luis Borges. “El arte de Susana Bombal”

En la nota del domingo pasado nos referimos a la amistad que unió a Susana Bombal (1902-1990) con Jorge Luis Borges, cimentada en aficiones comunes (entre otras, el gusto por la literatura inglesa). En realidad, se trató de una admiración mutua, puesta de manifiesto, por ejemplo, en el hermoso poema que Borges dedicara a su amiga, o los prólogos que escribiera para algunos de sus libros. Igualmente, encontramos “El arte de Susana Bombal”, ensayo escrito por Borges en 1971, y publicado en La Nación, en el que se refiere al peculiar realismo de las obras de Susana, y a su manejo de técnicas narrativas como el “stream of conciousness”.

Fue además una amistad de familia, ya que entre las visitas a la finca “Los Álamos” se cuentan las de Leonor Azevedo de Borges, madre del escritor, y Norah Borges, hermana de “Georgie” (como se lo apodaba cariñosamente), artista plástica, autora de una de las numerosas obras de arte (en este caso un tapiz) que adornan los muros de la antañona residencia.

La casa es también trasunto de la amistad que Susana Bombal mantuvo con distinguidas figuras del ambiente cultural argentino: los testimonios decoran las paredes, pero no como simple adorno, sino con un significado muy particular en cada caso, como el tapiz con la figura de San Rafael Arcángel, que Norah Borges confeccionó con retazos de tela provenientes de ropa de la propia Susana.

O el poema de Manuel Mujica Láinez que ostenta una de las paredes, junto con el Borges que citamos en el texto anterior y que evoca a la autora mendocina en un aura de misterio: “Alta en la tarde, altiva y alabada, / cruza el casto jardín y está en la exacta / luz del instante irreversible y puro / que nos da este jardín y la alta imagen / silenciosa. […]”.

Es también muy interesante la extensa dedicatoria que el mismo Manucho, en tono humorístico, acorde con su temple, estampara en el libro de visitas de aquella a quien llama “castellana de ‘Los Álamos’” y a quien presenta en su entorno doméstico y hospitalario, en “esta casona / toda pintada de blanco, / en la que nada, nada falta / al viajero fatigado: / ni la sombra -polvo de oro- / que arrojan los luengos álamos / cuya silueta a la tuya / tanto se parece, tanto”.

El escritor bonaerense repite una idea que ya desarrollamos: esa suerte de identidad que es dable advertir entre la propietaria y su propiedad, entre la escritora y su casa, cuyos ambientes trasuntan, repetimos, las delicadas calidades de su alma: su extensa cultura patentizada en la cantidad de libros que ostentan las paredes; sus aficiones musicales cifradas en el piano que solía tocar y que aún hoy ameniza las veladas de “Los álamos” y en todos y cada uno de los objetos que la pueblan.

Pero sería injusto no recordar igualmente los méritos literarios de Susana Bombal, autora de cuentos, novelas, ensayos y una obra teatral, además de colaboraciones en periódicos del país y del extranjero. Algunas de sus obras fueron prologadas por Jorge Luis Borges, como “Tres domingos” (1957), novela breve, que además ostenta una viñeta de Norah Borges. Graciela Maturo se ocupó de esta obra en un número especial de Los Andes, de 9 de julio de 1966 y también en La Nación, de Buenos Aires, el 23 de mayo de 1971.

Otras de sus producciones son “El cuadro de Anneke Loors” (1963, cuentos); “La predicción de Bethsabé” (1970); “Los lagares” (1972) y “Confidencias en el jardín” (1977, cuentos). Además, fue crítica de arte, tradujo al inglés la obra de poetas latinoamericanos y fue colaboradora asidua de La Nación, en cuyo suplemento literario publicó cuentos breves, reseñas y crítica.

Gran parte de sus obras, al decir de Borges en el ensayo citado, “forman una suerte de crónica, o, si se prefiere, de saga, del casi inmediato ayer de Mendoza. Esta dispersa y amplia crónica no es menos real por ser imaginaria, ya que ha sido imaginada con perspicacia y probidad”.

En efecto, uno de los rasgos que primero llama la atención es la cantidad de elementos autoficcionales que los textos ofrecen. Es que, como señala el mismo Borges: “En los relatos que componen la obra de Susana Bombal no hay otra cosa que ese yo, que continuamente recibe noticias del universo y a quien abruman percepciones, cavilaciones, memorias, temores y esperanzas. Ese yo es transitivo y al cabo de unas páginas pasa de un personaje a otro”. Y agrega que “Los personajes de Susana Bombal viven en un presente, como nosotros. Solo algún toque lateral nos recuerda que la época es distinta. Privan las pasiones y los destinos, no la cronología”.

El análisis que Borges hace de la obra de Susana Bombal es profundo, aun en los estrechos márgenes de un artículo periodístico. A propósito de la temática abordada destaca, por ejemplo, que “Solo la fina sensibilidad” de la escritora “pudo haber dictado esos libros”. Y agrega que “Esa sensibilidad es plural, registra los colores de los días y los colores de los árboles, las mutaciones de las almas, los infiernos y paraísos de la memoria, la incertidumbre, la congoja, el temor, todas las variaciones del ser”.

Insiste igualmente en la profunda femineidad que los textos trasuntan: “Los hombres, creo, tienden a traducir las percepciones del mundo externo en lo que representan, somos más conceptuales y más abstractos y harto menos sensibles. Una mujer se fija en pormenores de carácter visual que para un hombre pasan inadvertidos. La técnica que Susana Bombal ha elegido, o que su naturaleza le dicta, es la más ardua y exigente”.

Finalmente, podemos destacar que, si bien la producción literaria de Susana Bombal ha quedado algo relegada en la consideración del gran público, que ignora su originalidad y relevancia, esta escritora mendocina tiene, entre otros méritos, el de transitar un rumbo literario alejado por igual del realismo y la narrativa fantástica. En relación con este particular ensamble entre lo realmente vivido y el laboreo de la fantasía, se lee en la solapa de “Tres domingos”: “Estos tres domingos serán, en rigor, tres paréntesis, tres estados ilusorios, en medio de una cotidianidad desesperante”.

Una adecuada caracterización que vale para toda la narrativa (y aun la obra dramática de Susana), quien se revela entonces como conocedora de las modernas técnicas novelísticas que entraban en vigencia en la literatura en la segunda mitad del siglo XX.

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