El verbo

Por Jorge Sosa - Especial para Los Andes

Como es sabido al verbo lo inventó Dios. Según todas las religiones el verbo es Dios. De no haber existido Dios no podríamos conjugar nada. Esta tierra no estaría, no sería, no serviría, no giraría, no rotaría, no pesaría, no sostendría, no nada. Podemos entonces, suponer por extensión teológica, que Dios creó todos los verbos y la conjugación y el indicativo imperfecto, el presente del subjuntivo, el pretérito perfecto, la prefectura y el futuro improbable.

Después los hombres comenzaron a usar los verbos para írselas rebuscando que es una forma verbal de la subsistencia. Sin embargo por pasajes de la historia algunos verbos han sido olvidados, o han sido dejados en el olvido no por voluntad de Dios sino de los propios hombres.

Hablemos de nuestro país, por tomar un ejemplo cercano. Durante muchos años se olvidó el verbo “tolerar” y nos ligamos heridas que aún no cierran; en otros períodos se dejó de lado el verbo “disentir”, porque aquel que disentía podía terminar disintiendo con la supervivencia; en otros períodos fue el verbo “ayudar”, el que dejamos de lado, entonces el “sálvese quien pueda” reinó en un lugar donde era muy posible salvar a todos.

Por muchos pasajes los gobiernos se olividaron del verbo crear, crear la felicidad de todos, por ejemplo. Pero no crear desde la opulencia, que así es muy fácil crear, sino de la precariedad, a veces desde la nada.

Hoy parece que le ha tocado el turno al verbo “hacer”. El verbo “hacer” en nuestro país tiene pasado, ahí están todos los libros de Felix Luna y las charlas de Felipe Pigna para dar testimonios de ello. Pero parece que nos estamos olvidado del presente y del futuro de ese verbo.

Durante años nos quedamos observando como los gobiernos no hacían nada, los dirigentes no hacían. Ellos, los que tenían el mandato de hacer que todos hagan algo, lograron de una manera muy eficiente que todos hagan menos.

Y entonces el vulgo, que vendríamos siendo nosotros, vulgo de vulgar, que es el dedo gordo de un turco, nos contagiamos con la inacción y dijimos: ¿no sé qué hacer? ¿qué puedo hacer yo? No me dan ganas de hacer nada, y lo peor: ¿para qué voy a hacer algo? Y una expresión del desconcierto reinante: “no hay nada que hacerle”

Pero también le hemos amputado el futuro al verbo, el presente del indicativo “hago” se tragó al indicativo del futuro “haré”. Porque es lógico, si el tipo no sabe qué hacer hoy, mirá si se va a poner a pensar que cuernos va a hacer mañana. Entonces todo estuvo parado, todo estuvo quieto, todo estuvo como a la espera de que Dios se vuelva a hacer cargo del verbo y provea, que es una manera de hacer.

A lo mejor sería bueno en esta época de esperanza incipiente, menuda esperanza, pero esperanza al fin, sería del todo conveniente tal vez, que le buscáramos el poto al verbo “hacer”, ahí donde guarda las pilas, le pongamos pilas nuevas y lo hagamos funcionar otra vez.

Porque aquel que vive toda la vida parado jamás ha de construir camino alguno. A lo mejor sería bueno, en esta época, del todo conveniente tal vez, que comenzáramos a hacerlo funcionar con nosotros, que dejemos para la historia todo el mal que nos han hecho y que comencemos a hacernos otra vez. Me parece que es la única manera de volver a hacer, que es la mejor manera de volver a ser.

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