Marciano Cantero: don Hilario y la estela verde de la electricidad

Música. Entre tantos músicos que ha dado esta tierra, el recientemente fallecido bajista y cantante lideró desde el rock un fenómeno popular admirado, reconocido y convocante en todo el ámbito de habla hispana: los Enanitos Verdes.

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Siempre se llamó Marciano. Por lo menos desde los 18 o 19 años. Seguro, desde que armó la banda de su vida: Los Enanitos Verdes. Dicen que antes era Horacio Eduardo Cantero, en el Registro Civil, en la escuela, en la Facultad de Ingeniería de la UNCuyo, para sus amigos de la niñez.

Marciano, con su guitarra en la plaza de la Sexta Sección, cerca de su casa de la calle Cayetano Silva entre Fader e Italia; o en la caminata hasta la calle Gutenberg casi España, en la Cuarta Oeste, para ensayar con Felipe en la casa de los Staiti.

Marciano y esos anteojos que se transformaron en imagen. Desde que tocaron por primera vez en el colegio Agustín Álvarez y al tercer tema tuvieron que escapar de los huevazos y las bombitas de olor que se arrojaban los chicos que festejaban su egreso de Quinto año. Era un presagio.

Los enanitos verdes
Los enanitos verdes

Pero Marciano, con Felipe y Daniel Píccolo, eran pura voluntad, pura convicción. Un tomatazo que se estrelló en su bajo le dio la bienvenida pública al gueto que era el rock mendocino de fines de los 70, cuando teloneaban a Altablanca, la nave insignia de la progresiva menduca (con los sanjuaninos Pléyades como escuderos), y se tocaba para cien o doscientos adelantados.

Aquellos Enanos eran hard al estilo de los canadienses Rush y, con su transformación al pop beatle, serían el grupo decisivo de la movida que estalló en los 80, tras la vuelta a la democracia. Esa primavera alfonsinista que se haría cientos de bandas.

La evolución eléctrica del Nuevo Cancionero de Armando Tejada Gómez, Tito Francia, Oscar Matus y la Negra Sosa. De sus herederos: Canturía, Damián Sánchez, Markama, Jorge y Pocho Sosa, Daniel Talquenca y Jorge Viñas. Y del folk hippie de Jorge Benegas, Sergio Bonelli, Roberto Fiat y Tecobe.

De canciones se trata. “La escribí cuando tenía 19 años, pero parece que tenía 80″ me dijo Marciano, antes de lanzar la carcajada, sobre Aún sigo cantando, la primera canción conocida que compuso. Fue una tarde de hace un par de años, cuando hablamos largo sobre los inicios de Los Enanitos.

Que no pudieron escapar a lo que el escritor y periodista, Mauricio Runno, llama “la guillotina mendocina”. Esa que no cae, sino que corta de derecha a izquierda (o viceversa) para descabezar al que se atreve a asomarse por encima de la medianía provinciana.

En esa década irrepetible (circa 1984/1994) del destape “a la argentina”, Los Enanitos Verdes fueron la avanzada mendocina en Baires. Tocaron en decenas de pubs del circuito porteño y pasaron frío en un depósito de luces que el productor Alberto Ohanian tenía en el Once, donde vivieron mientras grababan el primer disco. Ese de la tapa rosa, el primero editado por una banda de rock de nuestra provincia, que se lanzó en octubre de 1984 y donde Marciano jura que aún sigue cantando y que lo va a seguir haciendo.

Recién después fueron populares en Mendoza. La guillotina. Tuvieron que pasar un par de discos más y conquistar desde Chile hasta México para que la “intelligentsia” del rock nacional los adoptara, a medias. Otra guillotina. “En la Argentina hicimos todo lo que podíamos, pero el destino quiso que no fuéramos tan locales y si un poco más internacionales. Se que muchas veces perdimos algo de la escena de Buenos Aires por no haber ido a tomar drogas con algún periodista del momento”, se descargará Felipe en una entrevista publicada por Los Andes en agosto de 2012.

La venganza fue terrible. La versión de Lamento boliviano que grabaron en el disco Big bang (1994) ya superó los 136 millones de reproducciones en Spotify y es la canción de rock nacional más escuchada en esa plataforma.

En los ‘80 del estallido, ese Lamento… se llamaba Soy como una roca y era parte del disco Envasado en origen (1986), el de la tapa azul, que los Alcohol Etílico habían grabado en los estudios que Zanessi tenía en la calle Montevideo, el primero de rock made in Mendoza.

Entonados por el éxito de Los Enanitos Verdes y con los productores de las discográficas ávidos de encontrar “la nueva banda nueva” para facturar, los Etílicos que eran el grupo más popular de Mendoza, siguieron los pasos de Marciano y tuvieron su cuarto de hora en Baires y alrededores. El rock era la playlist de aquellos años.

Así, La Montaña, Perfectos Idiotas y Raivan Pérez intentaron su propia historia. Hubo pubs, festivales y hasta algún disco, pero la hiperinflación e inconstancias propias pudieron más. Mientras, por acá, retumbaban los Berp, Kinder Videla Mengele, Martes 13, La Rebelión y Los Salvages Unitarios, que tuvieron sus propios touch and go con la escena porteña.

La estela verde fue la referencia ineludible cada vez que una banda mendocina pisó un escenario fuera del Arco del Desaguadero. Eran el metro patrón para los críticos que, por estos días, se lamentan de no haber valorado como se debía a nuestros Enanitos.

Ahora que Usted Señálemelo y Gauchito Club se anotan en el line up del Lollapalooza 2023. Ahora que Mariana Päraway pasea sus canciones por Europa. Ahora que Mi Amigo Invencible y Luca Bocci son emblema del manso indie. Ahora que Alejo y Valentín llenan el teatro Independencia. Ahora que el Goy Ogalde no deja de reinventar a los Karamelo Santo.

Ahora que ese pibe enchufa la guitarra para el primer ensayo con su banda de secundaria. Justo ahora, Marciano Cantero se fue de gira con los anteojos puestos. ¿Será el Hilario Cuadros de entre siglos? La pregunta anda flotando en el viento.

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