Antonio y Rebeca Sarelli: la herencia de una leyenda viva del arte mendocino

El gran pintor mendocino inauguró hace poco una muestra junto con su hija, en Casa Vigil. En esta entrevista, ambos cuentan cómo es trabajar en el mismo lugar, repasan su historia y cuentan un momento dramático por el Covid-19.

Retratos del pintor Antonio Sarelli y su hija, la escultora Rebeca Sarelli, en su taller. | Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Retratos del pintor Antonio Sarelli y su hija, la escultora Rebeca Sarelli, en su taller. | Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

La casa es la misma y el arte hace temblar sus cimientos a diario. Pero tiene dos epicentros. Uno es el taller del padre, donde la cadencia del pincel que raspa la tela, el tono bajo reinante y la límpida luz que ingresa por las ventanas para dar sobre los pigmentos coloridos de la pared, convierten a ese en un lugar donde la vibración artística se vive casi en silencio. Pero más allá hay otro epicentro en la casa: es el taller de la hija, donde la ebullición es ruidosa, donde las máquinas se abren paso sobre la dura piedra y el polvo de los restos obligan al sol a esforzarse para tomar posesión del lugar.

La casa, en Godoy Cruz, es la misma, sí, como la sangre de quienes la habitan. Y la avidez por conseguir belleza donde antes no la había (mediante una pintura o una escultura) también se comparte. Pero Antonio Sarelli (85 años) necesita su espacio y su silencio. Y Rebeca (45), su hija, necesita su lugar y su ruido. “Si llego a entrar a su taller para hacerle una observación, es suficiente para que ella me diga: ‘¿Acaso yo me meto con lo suyo?’”, cuenta el maestro Sarelli. La del pintor no es la palabra de cualquiera si de arte hablamos: él es hoy en día, tal vez, el pintor más importante de Mendoza, una figura legendaria que empezó a hacer camino e historia desde los años 60. Y es, además, a su edad, un sobreviviente de esos a los que les apasiona resistir.

Ese trabajo diario en pos del arte ha ocupado, ahora, un lugar fuera de la casa de los Sarelli. Se ha transformado en una muestra conjunta, la segunda que padre e hija comparten, y que incluye 14 obras de cada uno, todas recientes, expuestas en Casa Vigil. “Estaba programada para marzo de 2020, pero nos vino el regalito del bicho este y todo se postergó hasta ahora”, nos cuenta Antonio. Justamente el Covid al que hace referencia el pintor se cuela no sólo en las creaciones, sino también en el nombre de la muestra. “Yo soy muy mala para buscar títulos”, reconoce Rebeca. “Pero cuando Fernando Gabrielli me propuso hacer una muestra en Casa Vigil y yo le dije que quería que fuera con el viejo, le pedí a Laura Rudman que me ayudara con el nombre. Y terminó proponiendo ‘Enemigos del tedio’, porque el arte fue lo que usamos para combatir el aburrimiento”, reflexiona.

Retratos del pintor Antonio Sarelli en su taller. 

Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Retratos del pintor Antonio Sarelli en su taller. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

Si hablamos del Covid, digamos que este no los dejó aburrirse demasiado (ver aparte), pero cuando la salud lo permitió, ambos crearon pinturas y esculturas que desplazaron a varias de las que iban a mostrar en 2020 y son las que hoy aparecen en este 2022.

Por todo ello, esta no es una muestra más, “en especial para el Viejo”, según Rebeca. “Con estas obras expreso mi agradecimiento a la vida. Y se hace en el Chachingo, que no es un lugar cualquiera para mí, sino el entorno de mi niñez”, avisa el maestro.

Retratos de la escultora Rebeca Sarelli en su taller. 

Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Retratos de la escultora Rebeca Sarelli en su taller. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Retratos del pintor Antonio Sarelli en su taller. 

Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Retratos del pintor Antonio Sarelli en su taller. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

–¿Y cómo fue esa niñez? ¿Cuándo apareció el afán artístico en ese entorno?

–Antonio Sarelli (AS): Mi vida fue muy sencilla y afectuosa. En mi familia dominaba el esfuerzo de mis padres para mantener a ocho hijos. Y de aquella época lo que más recuerdo es eso: la enorme predisposición de cariño y afecto, lo que nos nutre, en definitiva. Pero no es fácil explicar cómo llegué a la pintura. Nunca supe por qué empecé a dibujar o pintar aviones y mil cositas en un papel. No tiene lógica, ni nunca la tuvo en mi vida.

–¿Pero recuerda un momento en particular, o una razón por la que terminó siendo estudiante de artes?

–AS: Claro. Es que en la escuela rural había un maestro maravilloso que daba clases a los muchachos. Se llamaba Fausto Julián Gutiérrez. Fui su ayudante de pizarrón. Al ver lo yo que hacía, terminó yendo a buscarme entre las viñas, por donde andaba yo, y me llevó a la Academia de Bellas Artes. Ese sí fue el lugar en el que caí en la “trampa del amor” que es el arte. Conocí a grandes artistas y poetas, gente a la que desde mi lugar Russell natal o mi modo de vida no tenía manera de conocer. Tengo recuerdos hermosos y bellos de todo eso.

–Fue contemporáneo de escritores y plásticos que han sido fundamentales para Mendoza: Azzoni, Tudela, Cirigliano, Ramponi, Nacarato, Lahir Estrella… ¿Qué tan influyentes fueron para usted?

–AS: Esos nombres que me mencionaste son cruciales. Pero si hoy vas a la Facultad de Artes, tal vez no los conocen. Yo les llamo Los Olvidados. Yo sumaría a Abal, a Bermúdez, a Vicente. Se han ido Ceverino, Quesada, Ojam. ¿Y quién se acuerda de Ángel Gil? ¿Quién le ha hecho un poema a Carlos Levy? Los medios de comunicación también tienen un papel para cumplir ahí, en rescatar a los grandes. Una de mis luchas ha sido siempre decirle a las autoridades la necesidad que tiene Mendoza de hacer un gran museo de todos los artistas mendocinos olvidados. Hoy no hay dónde ver una muestra general de la pintura local. Está todo disperso.

–Se están cumpliendo 60 años de su primera muestra. ¿Qué diferencias hay con el compromiso de un pintor de entonces con el de ahora?

–AS: El artista siempre debe estar comprometido con la sociedad y su tiempo. Los jóvenes de ahora tienen otras vivencias y necesidades, pero en definitiva son iguales. Lo que sí he notado como importante es que, aunque suene fanfarrón, mi generación parece que ha sembrado bien. Ahora hay muy buena cosecha, con jóvenes muy talentosos que aprendieron de nosotros, y gente que trabaja superando a los maestros. Eso es obra de lo que se hizo en la Academia de Bellas Artes. Esos muchachos brindaron a otros un arte que significa vivir feliz.

Pinceles y pinturas de Antonio Sarelli en su taller. 
Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Pinceles y pinturas de Antonio Sarelli en su taller. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Material de trabajo de la escultora Rebeca Sarelli en su taller. 

Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Material de trabajo de la escultora Rebeca Sarelli en su taller. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

Momentos

–¿Y qué lugar ocupa, Antonio, la familia en su tarea como artista, más allá de que su hija Rebeca haya seguido sus pasos?

–AS: Antes contaba que mi imagen de familia es la de una casa de adobe, techos de barro, con la lluvia que hacía goterones y mi madre poniendo tarritos para que nada se mojara. Es la de ocho hermanos, todos juntos en el mismo lugar. Esa majestuosidad de mi padre, tratando por todo los medios que no nos faltara nada. Eso es la familia. Y eso mismo me ha brindado Silvia, mi esposa, que me aguanta todo. Sin su ayuda no hubiera tenido tiempo para pintar, porque ella cuidaba a los chicos. Después, los dos hijos maravillosos que tuve. Mi muchacho, Aldo y Rebeca, a la que tengo siempre al lado y me marca los errores. Gracias a Dios que está ahí. Me ayuda con todo. Y como escultora… es Rebeca, todo dicho. Si digo todo lo que siento me van a decir fanfarrón. Pero siento admiración por lo que hace. Es una muestra de que existe la evolución, de que todos estamos mejorando.

–Ambos son artistas y trabajan en la misma casa. ¿Cómo es esa tarea? ¿Se consultan todo el tiempo?

–Rebeca Sarelli (RS): Nosotros trabajamos cada uno en su lugar, en silencio. Él molesta un poco y lo echo, pero igual nos comunicamos (risas).

–AS: Tenemos siempre diferencias con mi hija: para trabajar a ella le gustan el blues y el jazz, y yo prefiero una música más clásica. Algo más simple y más nuestro.

–RS: También hay una diferencia: lo mío es más arduo. Trabajo con máquinas, con mucho polvo en el ambiente, que podría ensuciar las pinturas si estuviéramos en el mismo lugar. Pero luego, lo que hacemos es visitarnos y contemplar lo que hicimos. Y ahí hablamos, o simplemente hacemos silencio.

Retratos de la escultora Rebeca Sarelli en su taller. 

Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Retratos de la escultora Rebeca Sarelli en su taller. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

–¿Son muchas horas de trabajo?

–RS: En mi caso, todo el día.

–AS: Yo me acuerdo de la canción de Piero, que dice “ahora ya camino lento” (risas). Antes estaba ocho horas frente al caballete, pintando. Ahora, a la media hora me canso. Pero igual estoy atento a lo que pasa al lado. Trato de tener fe en la vida, de creer todavía. Porque pienso que no sólo pintar es un acto de amor. Levantarme, ver salir el sol, ver un atardecer, sentir a un pájaro que viene todas las mañanas a visitarme... todo eso lo vivo intensamente. Y esa es mi tarea diaria, y la que todavía trato de cumplir.

El Covid y el encuentro con un ángel

Entre agosto y septiembre de 2020, Antonio Sarelli vivió uno de los momentos más angustiantes de su vida: se contagió de Covid-19. Su avanzada edad, por supuesto, introducía un grave factor de riesgo. En un primer momento atravesó bien la enfermedad, pero después se complicó.

“Los internaron a él y mi mamá. Después de unos días, les dieron el alta, pero mi viejo tuvo neumonía postcovid y en ese momento ya no había lugar para hospitales”, relata Rebeca. La situación fue angustiante: “Un día llego a mi casa y lo encontré desvanecido. Tenía 57% de oxigenación en sangre. Y no había médicos ni nada. Llamamos a medio mundo y no conseguíamos que lo atendieran. Hasta que lo vio una doctora, de la que él no puede olvidarse”, explica.

Sarelli lo recuerda así: “La Parca rondó, pero me ignoró. Me había perdido. Cuando me desperté, habían venido dos o tres médicos a la casa, y había una chica que me miraba de cerca y me hablaba. Yo lo único que veía eran sus ojos enormes, así que le pregunté si ella era un ángel. Cuando me dijo que no, entendí que estaba de vuelta”.

En ese momento intervino el hijo mayor del maestro, Aldo (48), quien es ingeniero y vive en Buenos Aires, pero viajó de inmediato a Mendoza. “Gracias a él conseguimos oxígeno –asegura Rebeca–. Por eso salió adelante. Y él tiene una cabeza sana. Lo único que quería era volver al taller. Así que hacía respiración, ejercicios. Tiene una voluntad increíble”.

Quizá por su propia voluntad es que el maestro relativiza el grave momento: “Lo pasé bien, gracias a Dios. Mis dos hijos me salvaron el pellejo. Y ahí nomás, gracias al vicio de los artistas, me puse a garabatear, a sentirme vivo de nuevo”.

Enemigos del tedio

Muestra de Antonio Sarelli (pinturas) y Rebeca Sarelli (esculturas). Casa Vigil (Videla Aranda 7008, Chachingo, Cruz de Piedra, Maipú). Informes: 2614163217.

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