A la espera de la habilitación, florecen jardines maternales “rodantes” y “clandestinos”

Más allá de la apertura de algunos establecimientos para actividades físicas, también se armaron entre grupos y vecinos de distintos barrios, con docentes a domicilio.

Imagen ilustrativa / Web
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Conforme van pasando los días y el mundo se acomoda a la nueva normalidad, jardines de infantes o guardería logran aperturas legales o fuera de la ley. Aunque ahora tienen una luz de esperanza, ya que este jueves el Gobierno de Mendoza elevó a Nación el pedido para reabrir estos establecimientos en la provincia.

Es que la realidad golpea a todos de alguna u otra manera. Los docentes, muchos de ellos desempleados, reclaman retomar su tarea mientras que los padres que comienzan a trabajar se ven obligados a dejar a sus chicos sin supervisión.

De a poco, los jardines de infantes y guarderías privadas, una de las franjas más afectadas por la cuarentena, se van abriendo bajo modalidades diferentes.

Ciudad y Godoy Cruz comenzaron con la apertura de algunos establecimientos bajo el protocolo de la resolución de la Subsecretaría de Deportes, de actividades deportivas. Este lunes en Ciudad funcionaron tres, aunque sin matrícula hasta el momento.

“No ha salido, hasta ahora, la resolución de Jefatura de Gabinete habilitando la apertura como espacio para talleres, conforme al protocolo que aprobó la Ciudad mediante ordenanza”, se informó desde el municipio.

Godoy Cruz también decidió ampliar el espectro autorizando a estos establecimientos a abrir como gimnasios.

En ambos casos se aguarda la resolución de la Jefatura de Gabinete. De todos modos, al menos por ahora, la apertura de estos jardines apuntando al funcionamiento lúdico está bastante lejos de hacerse realidad.

Desde que comenzó la cuarentena, la rutina en el hogar de Soledad, que vive en un barrio privado y tiene dos varones en edad preescolar, cambió por completo. Franco y Juan Cruz, de 2 y 4 años, concurrían a un jardín privado –guardería uno y sala de 3 el otro- mientras sus padres trabajaban. Eventualmente, estaban los abuelos como salvataje. Pero transcurridos los meses y consciente de que las clases no se retomarán este año, Sole decidió dejar de abonar la cuota del establecimiento y hablar con dos amigas que tienen hijos de similares edades.

“Armamos un jardín rodante, es decir, me contacté con una seño que conocía y le propuse una rutina para seis niños tres veces por semana, cuatro horas”, relató.

La docente, que aceptó de inmediato porque también se había quedado sin trabajo en el jardín donde se desempeñaba, concurre a los tres domicilios según se hayan turnado las mamás.

“Lo hacemos de mañana, como iban antes de la cuarentena. Cantan, hacen trabajitos, desayunan, juegan. Estamos contentísimas y los chicos prácticamente se adaptaron mejor que al jardín convencional”, comentó.

Cada mamá abona por sus dos hijos 6.000 pesos al mes además del Uber para la maestra “para evitar que se contagie en el micro”. Algunos materiales que pide la seño también van aparte.

“De todos modos -relata Soledad- el jardín donde asistían mis chicos reabrió legalmente con menos matrícula y horario reducido y desarrollan actividades recreativas”.

Más allá de que son 10 por cada sala, es decir, la mitad de antes, ella sigue con el temor a que circule el virus. “En cambio en este grupo que armamos, la mayoría ya sufrió el Covid-19 y está inmunizado”, dijo, para agregar que los abuelos están prácticamente descartados como “cuidadores” porque justamente a ellos hay que preservar.

Pero Soledad tiene también un gasto extra, porque el jardín rodante funciona tres veces por semana.

“Para los días restantes estoy buscando una persona. Soy abogada, empecé a trabajar de modo presencial y estoy obligada a reestructurar mi hogar”, fundamentó.

A reinventarse

Todo funcionaba perfecto en el jardín y guardería que dirigía Estela, docente de jardín de toda la vida. Hasta que llegó el confinamiento y las cuotas comenzaron a espaciarse o, peor aún, los alumnos se iban de a poco.

Pero ella debía hacer frente igual al sueldo y cargas sociales del plantel docente. “Un día no dio para más y lo tuve que cerrar, con todo el dolor del alma”, sintetizó.

Pero más allá de lo afectivo, porque Estela vio derrumbar su sueño, su economía dio un giro desafortunado. En julio, ni lerda ni perezosa, comenzó a ofrecerse como maestra a domicilio.

“Afortunadamente me va bien y es también gracias a mi trabajo de toda la vida. Armé mi rutina en domicilios diferentes determinados días y horarios”, relató.

Estela, que jamás pensó en desarrollar esta modalidad, se encontró realizando una actividad diferente pero estás “agradecida por tener trabajo”, según dijo.

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