La siesta, un hábito avalado por científicos

Con los niños en contra y los adultos a favor, el descanso después de almuerzo tiene beneficios reales para la salud.

A los nueve años, mientras mis papás intentaban descansar un rato, mi hermana y yo convertíamos la cucheta en una "casita" y entre cuchicheos y risas pasábamos la hora de la siesta.

A los 12, después del almuerzo dominical en casa de mi abuela materna, mientras mi abuelo "miraba para adentro" -como él solía decir- y las mujeres tomaban un tecito digestivo, me tiraba en el sillón del living a ver las repetidas películas de Sandrini, de Palito Ortega o de Sandro.

Unos años después, en la adolescencia, la siesta fue sinónimo de caminatas. Durante la semana, a la salida de Educación Física, cruzaba todo el Centro con las persianas bajas para llegar de la escuela a mi casa. Los sábados, el trayecto era un poco más largo, hasta la parroquia de los Dolores para reunirme con los peregrinos.

Siempre pensé que dormir la siesta era perder el tiempo, pero qué agradable es meterse en la cama esos días grises y helados del invierno. Y cuánto más reconfortante es "refugiarse" del sol veraniego en el dormitorio oscurito y fresco.

Ahora, son los científicos quienes avalan esta costumbre tan menduca -aunque no exclusiva-. Ya diario Los Andes publicó hace un par de años que una siesta diaria mejora la calidad de vida. La condición es que sea de tan solo 45 minutos y que se realice antes de las cuatro de la tarde.

La nota del 28 de octubre de 2011 citaba a Daniel Vigo, investigador asistente del Conicet en el Laboratorio de Neurociencias de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA). "La siesta es un hábito que puede usarse para aliviar muchos problemas relacionados con el sueño inadecuado y, más allá de pensar que es una pérdida de tiempo, es capaz de mejorar nuestra actividad durante la vigilia y hacerla mucho más productiva", sostuvo Vigo en aquella oportunidad.

Otra investigación realizada en Grecia concluyó que estas siestas cortas disminuyen el riesgo de sufrir un infarto fatal, "cifra que disminuye en un 37% en aquellas personas que toman siestas habitualmente".

El año pasado, desde la Universidad de Berkeley, Estados Unidos, los científicos determinaron que quienes durmieron una siesta tuvieron una mejor capacidad resolutiva. El estudio se hizo en base a 39 adultos jóvenes, a los que se dividió en dos grupos: los que dormían la siesta y los que no. Hacia mediodía todos los participantes realizaron una prueba de aprendizaje. Luego, a las seis de la tarde, hicieron otra prueba. Como resultado, los que descansaron pudieron resolver mejor la situación que los que no durmieron la siestita.

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