El poto

Son muchos los regionalismos que andan navegando por el léxico cotidiano de los mendocinos, de los cuyanos en general. Mejor que mi descripción sería la de Juan Carlos Rogé, que exquisitamente aglutinó a la mayoría en su libro “Color, sabor y picardía en la cultura. Los regionalismos de Mendoza”.

Sirven estos vocablos para que nos entendamos entre nosotros. Los pajueranos suelen quedar más desconcertados que turco con hijo ñato. Prueben si no a preguntarle a algún porteño: -Oiga, cumpa. ¿Ande topa el carril?-. No habrá respuesta porque no habrá entendimiento.

Los regionalismos tienen distintos orígenes, algunos provienen de voces de los pueblos originarios, usamos palabras derivadas del quichua, del mapundungun, del huarpe. Pero también voces que entraron al país con pasaporte italiano y alquilaron un cotorro en el lunfa. Muchos de esos vocablos, de origen español, son reconocidos aún por el magno mataburros de la Real Academia, aunque se hicieron fuertes en nuestra zona.

Quiero rescatar una palabra y para eso necesito una introducción que, tal vez a muchos lectores, les parezca vulgar. Consideramos a la palabra “culo” como una mala palabra. No sé por qué. Culo describe una zona de nuestra anatomía, no tiene ninguna intención de ser procaz. Si nariz, codo, oreja, boca, ojo, dedo, no son malas palabras, no entiendo por qué culo sí. Tal vez para no ensuciarnos la boca con suciedades que no son suciedades, los cuyanos hemos adoptado un quichuismo: poto. El poto es como tiernizar el culo, es como un culo de peluche. Se admite poto como una mención graciosa, a pesar que se refiera a la misma zona corporal que culo. Entonces hasta queda bien decir, como decimos: “me fue para el poto”, “se cayó de poto”, “tenés cara de poto”. Un vocablo de los primitivos pueblos originarios que nos sirve para suavizar los modos de los cultos europeos.

En fin, embelecos que tenemos los cuyanos para tincarnos el coto con algo de decencia.

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