La poda, un ritual del invierno

En el campo, la poda es una tarea necesaria para que la cosecha sea tal como la quiere el productor. Pero en el día a día, los árboles de la vía pública o de cada casa también pasan por las manos de especialistas y no tanto.

"Si usted tiene el riego asegurado, yo le diría que la poda viene siendo el trabajo más importante que se le hace a una viña, porque de eso va a depender la cantidad de uva que después entrega la planta", dice Pablo Echenique, parado junto al surco, en el comienzo de la hilera y tijera en mano.

El muchacho es un jovencito de 18 años, que es la misma edad que tiene Janet Ponti, su compañera de curso en la escuela Moisés Chade, la técnica agraria de Alto Verde, una zona rural de San Martín. Allí también va Micaela González, que es un poco menor y anda por los 17 años.

Los tres jóvenes saben de podar y también de lo que significa atar una viña, tareas complementarias que se practican durante el invierno y que preparan a la planta de manera óptima, para cargarse de racimos en los meses de cosecha. Y saben de esas labores no sólo porque las han aprendido de los maestros en la escuela agraria, sino también porque desde chiquitos han visto hacerlas en las casas.

"La importancia de esto es sencilla de entender, si usted no poda bien una planta, no le va a dar racimos grandes", resume Micaela, y completa: "Saber podar significa que la planta no se va a guardar nada para la época de la cosecha, que es lo que busca el productor".

Tan aprendido tienen el asunto, que este año se animaron con un concurso de poda que se hizo en Tunuyán, por la zona de Vista Flores y de allá se volvieron con el segundo premio. "Perdimos el primer lugar porque se me quedó un cargador sucio", dice Micaela, pero se da cuenta de que la miro sin entender.

Entonces, con paciencia, me cuenta lo básico y aprendo que un sarmiento puede podarse como cargador o como pitón; me explica que hacer lo primero implica una poda larga, de varias yemas, donde luego van a crecer los racimos, y que la del pitón es una poda corta, que se hace para asegurar el cargador de la próxima temporada; me dice que no es lo mismo podar un viñedo en espaldero que uno en parral, y que de todos modos, la poda depende mucho del vigor de la planta, de si es nueva o vieja.

La época de la poda es el invierno y luego de esa tarea hay que volver a entrar a la viña para atarla, que significa sostener los cargadores a los alambres de las hileras para que más tarde, la planta pueda resistir el peso que aportarán las hojas y los racimos. Por lo general, el hombre suele hacer el trabajo de la poda y es la mujer quien ata la viña, aunque ahí, en la charla, me entero que lo correcto sería que ambas tareas las haga la misma persona: "El que poda lo hace sabiendo por dónde piensa atar después el cargador", resume Micaela.

Los tres jóvenes conocen cómo podar una viña y también un olivo o los frutales: "En todas las plantas, la idea es la misma, hay que aprovechar que en invierno la savia se detiene y ahí sacarle las ramas que sobran. Así es como el resto agarra con más fuerza en la primavera", cuenta Micaela, que viene de familia de contratistas de viña y que aprendió a podar de tanto insistirle a su tío que le enseñara.

"Es un trabajo sacrificado, pero si queremos seguir haciendo vinos, alguien se tiene que arremangar", dice Janet, mientras caminamos por una hilera; se detiene y con ojo clínico me señala el cargador de una planta que alguien olvidó atar, busca un pedazo de cinta que hay sobre un alambre cercano y resuelve el descuido: "A la viña vamos a tener que seguir entrando sí o sí, porque las máquinas nunca podrán empardar lo que hace la gente: no cosechan igual de bien y no creo que aprendan a podar". Camina otro poco y siempre mirando al suelo, completa la idea: "Entonces, si solamente la gente puede hacer bien el trabajo de la viña, no entiendo por qué se paga tan mal ¿Quién lo va a hacer si se van los que hoy la trabajan?".

Pablo está ahí cerca, bajo el sol apenas tibio del mediodía y asiente. "La gente compra una botella de vino, pero la verdad es que poca de esa plata sirve para reconocer el valor del trabajo en la tierra. Ojalá que alguna vez la suerte cambie y mejore", cierra el muchacho, y ahora son las chicas, sus compañeras, las que dicen que sí con la cabeza.

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