6 de octubre de 2025 - 00:15

¿Sólo las multas nos librarán del vandalismo ambiental?

Al parecer, sólo cuando el deseo de inmortalizar la firma se traduce en una pérdida financiera de millones, se internaliza finalmente el respeto por los espacios que son patrimonio de todos.

El paisaje mendocino ha sido testigo de actos de vandalismo que no sólo hieren la vista, sino que agreden el patrimonio natural y turístico. La indignación generada por una pareja de turistas que pintó con aerosol sus nombres sobre las piedras en Potrerillos, o por las pintadas que más recientemente realizó un grupo de religiosos en el Manzano Histórico, nos lleva a preguntarnos: ¿por qué algunos sienten la necesidad de "marcar" determinados lugares con su nombre o su lugar de origen?

Este impulso de dejar una huella, ya sea en un monumento, un baño público, una pared o, lo que es peor, en un espacio natural protegido, parece ser una pulsión primitiva. Una de las reacciones en redes sociales fue, justamente, cuestionar la “necesidad” de pintar rocas, o preguntarse quién sale de paseo con un aerosol, y apuntar a esa ignorancia.

No se trata de incidentes aislados. Hay antecedentes que revelan un patrón preocupante de egoísmo y destrucción de la identidad paisajística. Algunos casos recientes despertaron la ira de los mendocinos en las redes.

Pero no sólo ahora. Ya en el año 2020, en Picheuta, localidad histórica de Uspallata, la inscripción "Los Acosta. Monte Grande. Sergio. Martín. May" manchó el lugar con aerosol blanco. La reacción en Twitter (ahora X) fue de profunda indignación, pidiendo a la familia que volviera a borrar la "cochinada".

Ese mismo año, turistas de la localidad bonaerense de González Catán generaron indignación en San Rafael al realizar pintadas en un cerro del circuito Valle Grande y el Cañón del Atuel. Incluso dejaron grafitis alusivos a la legalización de la marihuana en un paredón del embalse.

A mediados de julio de este año, un video viral mostró a una pareja de turistas arruinando el entorno natural al pintar sus nombres en la montaña. La repercusión fue inmediata, con cientos de usuarios exigiendo sanciones ejemplares y la reparación del daño.

El último caso fue descubierto el pasado 15 de septiembre en la reserva natural El Manzano Histórico. Y quizás el más resonante por la sanción impuesta. Un grupo de religiosos del Verbo Encarnado fue sorprendido pintando con aerosol piedras y postes dentro de esta zona protegida del Valle de Uco. Aunque argumentaron que la intención era demarcar senderos en una reserva privada cercana, el daño se hizo en la reserva natural. Los guardaparques descubrieron aproximadamente 20 grafitis.

En todos estos casos, la reacción de la “ciudadanía en línea” fue de condena absoluta, reclamando respeto por los espacios naturales y castigo severo. El vandalismo en estos lugares no sólo es un daño visual, sino que viola normativas provinciales de protección del medio ambiente y el patrimonio natural. La Ley Provincial 6045/93 prohíbe cualquier acto que produzca un daño o alteración innecesaria de los ambientes naturales.

Si la conciencia cívica y el respeto por el patrimonio no son suficientes para frenar esta marea de aerosol, la única solución parece ser la de atacar el bolsillo. La aplicación de penas millonarias, como las que estipula el Código de Contravenciones de Mendoza, que sanciona manchar monumentos naturales con multas que oscilan entre $440.000 y $2.640.000, aparece como el único disuasivo efectivo.

El castigo más notable y, esperemos, más ejemplar, fue el impuesto a los religiosos en el Manzano Histórico. Por los daños ocasionados, el Ministerio de Energía y Ambiente impuso una multa de $4.200.000. Esta sanción fue acompañada por la solicitud a los infractores de realizar la limpieza inmediata de todas las rocas.

Entonces, sólo cuando el alto costo económico se suma a la vergüenza pública y a la obligación de revertir el daño causado, parece haber una oportunidad real de desalentar estas conductas delictivas.

Pero la raíz de estos hechos destructivos ha sido identificada por los propios usuarios como un problema de "ignorancia". De allí la necesidad de establecer la educación como una prioridad para contrarrestar los actos de vandalismo, de inculcar el respeto por los espacios naturales y el patrimonio para prevenir y evitar la destrucción ambiental que tanto indigna.

La multa millonaria no es simplemente una sanción, es una declaración de principios: la necesidad de escribir tu nombre o tu origen en una roca, una pared o un cerro protegido tiene un precio exorbitante. Tal vez, sólo cuando el deseo fugaz de inmortalizar la firma se traduce en una pérdida financiera de millones, se internaliza finalmente el respeto por los espacios que son patrimonio de todos. Es hora de dejar de manchar la historia y la naturaleza, y empezar a pagar por los errores cometidos.

* El autor es periodista: [email protected]

LAS MAS LEIDAS