Por ahora, más que la casta, las que están nerviosas son las corporaciones

Federico Sturzenegger le presentó a Javier Milei (y éste de inmediato hizo suya) una revolucionaria propuesta desreguladora del sistema corporativo argentino (que hace 20 años es mucho más poderoso que la democracia representativa). Discutir sobre la forma de implementación es un debate necesario siempre y cuando no tape el debate sobre el fondo. Sobre todo en este hipócrita momento en que los estatistas corporativistas se indignan contra el supuesto atropello institucional del DNU, cuando ellos avasallaron todas las instituciones durante 20 años. Pero donde también muchos liberales defienden el liberalismo siempre y cuando no les afecte sus intereses corporativos.

Javier Milei y Federico Sturzenegger.
Javier Milei y Federico Sturzenegger.

“El movimiento corporativista nació en el siglo XIX como una alternativa a la democracia. Proponía la legitimación de los grupos por encima de la del ciudadano individual...La aceptación del corporativismo nos lleva a negar y socavar la legitimidad del individuo como ciudadano en una democracia. El resultado de esa negación es un desequilibrio creciente que nos conduce a adorar el interés propio y a negar el bien público...Vivimos en una sociedad corporativista en la que se minimiza el bien público, donde no hay lugar para la reflexión en ningún nivel porque tampoco lo hay para el desinterés”. John Ralston Saul. “La civilización inconsciente”.

Venimos de meses de turbulencias inmensas, pero la diferencia entre las turbulencias de antes del 10 de diciembre y las posteriores es que las primeras parecían las agonías de un régimen en estado terminal, agotado, reiterado, mordiéndose la cola, con además la curiosa peculiaridad de haber descubierto los peronistas algo que aún no descubren los no peronistas: evitar la implosión, la explosión o la caída del gobierno a cambio de la decadencia creciente y permanente. La estabilidad del caos. Sin embargo, aunque aún nada haya cambiado para la gente de a pie, a partir de la asunción del nuevo gobierno, las turbulencias parecen las propias del nacimiento de algo nuevo. Algo que para algunos es monstruoso y para otros, sin conocerlo demasiado aún, esperanzador. Ese es el clima en que viviremos el fin de año, que esperemos también sea el fin de un largo ciclo, cuando menos horripilante, en la Argentina.

Hasta ahora, el plan que tenía en la cabeza Javier Milei y que explicitó como candidato en cientos de entrevistas, no ha aparecido por sí mismo. Posiblemente recién lo hará con el envío al Congreso en sesiones extraordinarias del inmenso paquete de leyes que promete para la semana próxima. No obstante, solamente con lo ocurrido hasta ahora parece que hubiera acontecido una revolución enorme (insistimos, para mal o para bien según de qué lado del mostrador uno esté). Es que era tanto el inmovilismo de esta Argentina que no marchaba desde hace años hacia ninguna parte a pesar de que se movía como una coctelera. Ruido atronador sin movimiento alguno. Siempre en el mismo lugar, pero cada día un poquito peor. Ahora todo eso podría estar cambiando. Claro que los sujetos del cambio revolucionario no se asemejan a los defensores del “socialismo del siglo XXI”, sino a los defensores de la “revolución conservadora” que el escritor liberal francés Guy Sorman atribuyó en los años 80 a Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Algo mal tienen que haber hecho los muchachos progresistas para que hasta el concepto de revolución que consideraban suyo, les haya sido arrebatado por un anarco libertario de derechas.

Pero insistimos, eso que aún no se inició la revolución libertaria, porque las dos iniciativas político-económicas que han hecho conmover al país como hace mucho tiempo no ocurría son dos iniciativas no propias del paquete de reformas propuestas por Milei. El ajuste de Caputo es más bien tradicional, tanto que hasta el segundo hombre de Sergio Massa en el ministerio de Economía, Gabriel Rubinstein, dijo que de ganar ellos habrían hecho más o menos lo mismo. Y no hay porqué no creerle. Ellos estuvieron frenando el ajuste para ganar las elecciones y no porque no supieran de su inevitabilidad. Y el DNU de Milei es un extraordinario modelo antiregulatorio y anticorporativo que Federico Sturzenegger viene trabajando minuciosamente hace un par de años con más de cien expertos, y que lo tenía pensado para ponerlo a disposición de una eventual presidencia de JxC. O sea que el Milei Milei aún no apareció, salvo en su audacia política para hacer suya una costosísima (en términos políticos) devaluación, y un impresionante paquete de reformas de leyes que, como dice Sturzenegger a sus íntimos, tenía muchísimas dudas de que Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta, o quien hubiera sido presidente en la eventualidad de ganar JxC, se hubiera animado a aplicar. Por eso hasta el mismo creador de las nuevas “bases alberdianas” (con las cuales muchos quieren relacionarlas) está sorprendido porque el nuevo presidente se las compró enteras.

El debate sobre el modo de instrumentar el DNU es todo un tema en sí mismo. Es posible que haya algún acuerdo legislativo para lograr su aprobación, aunque no será nada fácil. Y también es posible que de ser rechazado se transforme en el gran programa desregulador de todo el gobierno de Milei. Se aplique ya mismo en su integridad o parcialmente a lo largo de cuatro años, es de por sí un avance significativo en la lucha contra la República Corporativa que de algún modo hace muchas décadas venimos siendo en parte, pero que desde hace 20 años se había apoderado enteramente de la democracia argentina, como su conducción real. Más allá del seudo izquierdismo con que los Kirchner encubrían su programa eminentemente conservador (conservador de lo peor).

No nos cansaremos de repetir que desde la asunción de Eduardo Duhalde en adelante, el verdadero ideólogo de la patria corporativa que se aplicó en plenitud durante todo el kirchnerismo, fue el empresario y funcionario Ignacio de Mendiguren, el defensor de las industrias subsidiadas para seguir siendo ineficientes y que cubrió con su impronta todo el espectro institucional del país durante más de dos décadas. Tanto que las instituciones (ya vaciadas en parte por el menemismo) devinieron meras corporaciones en lo que va del siglo XXI. Y eso es lo que hoy se intenta cambiar. Por lo tanto, si bien el modo de intentar aplicar el DNU por Milei puede tener reparos institucionales, que sus principales críticos sean los que durante décadas avasallaron todas las instituciones, aparece en principio como algo totalmente a favor del contenido del proyecto. Que los que hasta hace un par de semanas querían exterminar a la Corte Suprema de Justicia, le pidan ahora auxilio a esa misma Corte para frenar la iniciativa mileista, suena como de una hipocresía extraordinaria.

John Ralston Saul, citado al principio de esta nota, es un lúcido intelectual canadiense que podría caracterizarse como el principal crítico del régimen corporativo, que él piensa hace mucho viene deteriorando el sistema democrático republicano en todo Occidente. No puede ser tachado de mileista porque es más bien un socialdemócrata crítico de un sistema económico basado enteramente en el mercado y más que desregular propone regular aunque con inteligencia. Pero eso no es hoy posible en la Argentina porque acá hemos construido un Estado y unas regulaciones que han sido el principal sostén del corporativismo “nacional y popular”. No fue por estos pagos el mercado, sino los que se suponen deben controlar a las corporaciones y defender el bien común, sus principales defensores. Por eso hasta en la defensa corporativa estamos a la vanguardia (como en la inflación) de Occidente.

Saul dice que la “característica que comparten todas las corporaciones es que sus miembros se relacionan ante todo con la organización y no con la sociedad. En una sociedad corporativa, la corporación reemplaza al individuo y atenta contra el papel de la democracia... El corporativismo es el rival constante del gobierno representativo”. De ese modo, el ciudadano como sujeto principal de la democracia, pasa a ser reemplazado en el sistema corporativo por el cortesano, aquel individuo o grupo de individuos cuya lógica principal es conseguir prebendas para su sector particular siempre a costa del bien común.

Volvemos entonces nuevamente a la “Patria De Mendiguren”, ya que no existe mejor representante de todas las corporaciones y a la vez mejor cortesano del sistema político, que ese personaje omnipresente. Ese hombre es quien ha gobernado realmente la Argentina desde el 2002 hasta este 10 de diciembre. Y si no cambiamos la cultura política argentina, la seguirá gobernando desde las sombras.

Pero de todos, los corporativistas hoy más preocupantes son los que a la vez se denominan liberales (porque los progres son corporativos creyendo que con eso son solidarios o socialistas, sin saber que en nombre de su ideología de defensa del pueblo organizado, lo único que están haciendo es defender a las elites oligárquicas organizadas). Es que la hipocresía liberal pasa a ser hoy, frente al DNU de Sturzenegger-Milei, la más peligrosa de todas. Es esa hipocresía que hoy se murmura secretamente en todos los pasillos del poder corporativo de la Argentina entre los liberales que aúnan a su inteligencia un profundo cinismo, pero que son los que más verdad dicen sobre ellos mismos: Primero, “yo defiendo una sociedad de libre competencia..... siempre y cuando no se aplique para mí”. Segundo: “el decreto desregularizador en lo que hace a mi sector ha dado en el clavo de lo que debería desregularizarse, pero yo tengo que defender a mi sector y por ende oponerme”.

Esas serán quizá las más profundas y peligrosas resistencias culturales a este tan interesante DNU, porque sus defensores están más embozados y ocultos y se hacen pasar por liberales. Por más que el alboroto lo hagan las izquierdas cavernícolas y el progresismo desplazado de un poder que Dios a través de la crisis del 2001 les regaló en bandeja sin que ellos hayan hecho nada para ganárselo, y que dilapidaron de un modo impresionante, convirtiendo en harapos las banderas con las que decían venían a liberar Argentina y desde allí el mundo. Pues bien, esos progres les acaban de regalar todas las banderas a un ultralibertario que en nombre de negar todas las consignas de izquierda se convierte, particularmente, en abanderado de los más humildes. Demonizando al Estado y endiosando al Mercado. Y ahora, desesperados por su propia incompetencia, esperan frenar al “loco” propiciando las huelgas que jamás le hicieron al peor de los gobiernos de la democracia, el cual acaba felizmente de finalizar. Y de ser necesario, juntando las toneladas de piedras con que intentaron desestabilizar al gobierno de Macri a los pocos días de haber ganado aquél las elecciones legislativas de medio término por paliza.

Es por todo esto que Milei, cuyos planes y proyectos propios aún no han sido enviados al Congreso, con apenas un DNU disruptivo pensado para JxC, está poniendo al borde de un ataque de nervios al corporativismo argentino y a sus socios “revolucionarios”. Y eso no es que hable tan bien de él, sino que habla horriblemente mal de los que ya se le han puesto enfrente sin haber asumido previamente ni una minúscula crítica por el país que -literalmente- nos robaron. Con sus privilegios mal habidos y con la cesión del bien común de la sociedad argentina al bien particular de las corporaciones que nos hicieron retroceder al país preconstitucional. Por lo que hasta Alberdi le regalaron entero a Milei. Y ahora se quejan.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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