Los rostros de Julio Argentino Roca

Es difícil ponderar cual o cuales rostros de Julio A. Roca resultan evocados en el discurso oficial. Es posible que algunos rasgos prevalezcan entre otros en tanto el uso del pasado por parte de cualquier gobernante suele remitir a un tipo de operación discursiva de ocasión sin pretensión de veracidad o regida por los protocolos convencionales del saber histórico.

Julio Argentino Roca.
Julio Argentino Roca.

Una vez más la historia nacional vuelve a estar en los medios; ocurre por lo general cuando el presidente Milei saca a relucir algún personaje con la idea de enlazar su gestión de gobierno con algún momento argentino que merece ser evocado como rasgo dominante del ciclo ascendente de la nación y de su posterior declive.

En estos días le tocó el turno al dos veces presidente Julio A. Roca, el hombre fuerte de la conocida Generación del Ochenta que soldó la autoridad presidencial mediante una batería de leyes unificadoras y secularizadoras que inclinaron la balanza a favor del Estado nacional. Fue el tercero de los nueve hijos de Agustina Paz y Segundo Roca, el antiguo guerrero de la independencia y camarada del general Gerónimo Espejo en el Ejército de los Andes, convertido luego en funcionario del naciente estado tucumano que tramitó el fin del rosismo y la sanción de la constitución de 1853. El joven tucumano que estudió en el famoso Colegio de Concepción de Uruguay gracias a incentivos del gobierno de la confederación liderada por el entrerriano Justo José de Urquiza a quien defendió en los campos de Cepeda en 1859. El militar fiel al poder de la Nación que, desde la comandancia de Río IV, domesticó todas las rebeliones del interior argentino entre 1867 y 1874, y trabó lazos políticos perdurables con las dirigencias provinciales enroladas en el credo liberal y convencidas de sepultar el ciclo de guerras civiles que habían azotado al país para avanzar en el programa civilizatorio promovido por los románticos argentinos en el exilio. El jefe máximo de la campaña militar que sometió a las parcialidades indígenas de la Patagonia conquistando amplísimos territorios a la esfera del Estado nacional recién unificado. El general triunfante de las batallas del ochenta libradas contra las guardias nacionales comandadas por el gobernador de Buenos Aires, Carlos Tejedor, que ratificaron la decisión de federalizar la ciudad de Buenos Aires, y cancelaron de allí en más la aspiración de cualquier gobernador de desafiar al poder presidencial de la república en formación.

El Roca presidente que en su embate a favor de la secularización del poder y de la sociedad, convocó a un Congreso pedagógico, impulsó la ley de educación común obligatoria, laica y gratuita, dispuso la creación del Registro Civil extirpando la injerencia eclesiástica en el control de la vida de las personas, domesticó el factor militar mediante la ley de premios y la supresión de milicias provinciales, unificó la moneda en beneficio de las transacciones económicas y financieras, y edificó un régimen político mixto que combinaba los gobiernos de las 14 provincias históricas y la administración de los territorios nacionales y de la flamante Capital Federal con funcionarios designados por el poder ejecutivo nacional. El Roca presidente entre 1880 y 1886 que hizo del Partido Autonomista Nacional la plataforma política que tramitó el control de la sucesión presidencial hasta 1916. El Roca que retrató el recordado historiador Félix Luna en un libro magnífico, que volvió a encabezar la pirámide del gobierno federal entre 1898 y 1904 para cuando la economía, la sociedad y la cultura argentina se transformaba casi de raíz como resultado de la gran expansión agropecuaria de las áreas más prósperas del país, el crecimiento urbano de la franja de ciudades principales e intermedias vinculadas con el comercio internacional y la integración de las agroindustrias regionales, la del vino y el azúcar, al mercado interno en expansión en sintonía con leyes proteccionistas, el crédito externo y el trazado del ferrocarril con epicentro en los principales puertos.

El Roca que vivió el pasaje de la Argentina criolla a la aluvial, la conformada por los millones de inmigrantes europeos que dinamizaron el mercado de trabajo urbano y fabril, y la formación de las elites empresariales forjadas al calor de la gran transformación económica, social y cultural. El Roca que integró en su gabinete a políticos empapados de vertientes reformistas con las que aspiraban corregir las instituciones de la república federal, el régimen electoral y el sistema educativo nacional con el fin de integrar y nacionalizar a los hijos e hijas de inmigrantes que poblaban las aulas de las escuelas de casi todo el país. El mismo gabinete que con idéntico propósito instauró el servicio militar obligatorio para los varones que sobrevivió hasta fines del siglo XX, y que aplicó (con mayor o menor éxito), la ley de residencia: la herramienta que habilitaba al poder ejecutivo nacional a expulsar a los extranjeros o militantes “anarquistas” que atentaban contra el orden público o social. Una política represiva que fue casi simultánea al proyecto gubernamental de regular las relaciones laborales mediante el frustrado Código de Trabajo, inspirado en las recomendaciones del saber científico o experto que ganaba vigor en la agenda de todas las sociedades y economías modernas. El Roca que falleció el 19 de octubre de 1914 cuando ya el Congreso Nacional había sancionado la ley electoral que dotaría de mayor legitimidad la democracia republicana argentina y el sufragio popular masculino habría de instituir la representación de las minorías en la Cámara de Diputados y fisurar el control del partido de gobierno en las provincias y en la Nación. En aquella oportunidad, el teniente general o Roca (a secas) como era llamado por los notables y gente del común recibió honores fúnebres de presidente en ejercicio por lo que se montó guardia en su casona de la calle San Martín, para luego desfilar por las calles de la ciudad en medio de la muchedumbre que siguió el cortejo hasta el cementerio de la Recoleta donde fue sepultado.

Es difícil ponderar cual o cuales rostros de Julio A. Roca resultan evocados en el discurso oficial. Es posible que algunos rasgos prevalezcan entre otros en tanto el uso del pasado por parte de cualquier gobernante suele remitir a un tipo de operación discursiva de ocasión sin pretensión de veracidad o regida por los protocolos convencionales del saber histórico. También resulta probable que su rescate por parte de la voz presidencial y su colocación en la galería de próceres recién inaugurada en la Casa Rosada que desmontó a las mujeres, obedezca a la batalla cultural emprendida por los libertarios en respuesta al anacronismo o la cultura de la cancelación que primó hasta la víspera a raíz de las controversias suscitadas en torno al accionar de Roca en la mal llamada “Campaña del Desierto”. No obstante, resultaría por demás oportuno subrayar que la apelación oficial al Roca militar, político o presidente del orden y el progreso argentino no debería olvidar el papel determinante que ocupó la negociación en las formas que hizo política y gestionó el poder a lo largo de su vida pública.

* La autora es historiadora del INCIHUSA-CONICET y UNCuyo.

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