La rica labor de un corrector

¿A qué le llamamos corrección? La gran mayoría la asocia a la escritura y su ortografía y, con desprecio, la considera “cosa escolar”. Algunos amplían este concepto e incorporan lo normativo y piensan que esa tarea no le corresponde al autor, cuya labor solamente debe reducirse a lo creativo. Otros la relacionan con el diseño y, entonces, asocian la corrección a lo estético.

El académico Libro de estilo de la lengua española nos dice que “escribir es ahora, más que nunca, diseñar, componer y editar".
El académico Libro de estilo de la lengua española nos dice que “escribir es ahora, más que nunca, diseñar, componer y editar".

Hemos llegado a un nuevo año de la década de los veinte en este siglo veintiuno, aún signado por una pandemia que, lejos de desaparecer, se metamorfosea y sigue cobrando víctimas, en una lucha desigual e injusta.

Frente a ella, el hombre va marcando territorio: distintas formas de trabajar y de estudiar, alternativas para que el comercio y el turismo continúen siendo redituables, variantes en la manera de ensamblar grupos artísticos, diseño de talleres de actividades inimaginables, dictados cómodamente desde la sala de la casa, pagos de los servicios y los impuestos, a través de medios electrónicos y de billeteras virtuales... Hasta ir a una confitería perdió el placer de chequear una vistosa carta y, en cambio, aprendimos a enfrentar el celular a un cuadriculado código QR.

En medio de esta vorágine de novedades, algunos hábitos pugnan por perdurar, enfrentados a una lucha desigual: uno de ellos es la corrección de los textos que se publican, defendida por grupos selectos, pero denostada o, por lo menos, ignorada por la mayoría.

¿A qué le llamamos corrección? La gran mayoría la asocia a la escritura y su ortografía y, con desprecio, la considera “cosa escolar”. Algunos amplían este concepto e incorporan lo normativo y piensan que esa tarea no le corresponde al autor, cuya labor solamente debe reducirse a lo creativo. Otros la relacionan con el diseño y, entonces, asocian la corrección a lo estético.

“Corrección” proviene del latín “correctio” y es la “acción de enderezar completamente y de arreglar o señalar errores”. En el corazón del vocablo, encontramos ese núcleo “recto”, esto es, “derecho”, acompañado del prefijo “co-”, derivado del latín “cum”, que significaba “enteramente, globalmente”. Por lo tanto, el que practica la corrección enmienda lo equivocado, lo deja libre de defectos.

Entonces, conforme a esta definición, debo considerar que un corrector puede encarar su tarea desde diferentes ópticas: si lo hace desde el punto de vista ortográfico, deberá proceder dejando al texto libre de usos de un grafema por otro y con todos los signos de puntuación debidamente colocados. En este sentido, hay que procurar un conocimiento cabal de los cambios operados en los últimos años, no solo en cuanto al uso de determinados grafemas, sino en lo que se relaciona con la tildación. Además, muchos vocablos, llegados desde lenguas extranjeras, van adaptando su grafía a las normas españolas y eso es totalmente lícito

Muy cercana a la corrección ortográfica estará la normativa que, como su nombre lo señala, implica conocer qué vocablos constituyen barbarismos y vulgarismos, como puede ser, por ejemplo, hablar de “estadíos”, cuando siempre debe decirse “estadios” o cuando se confunden las especies y las especias; también, cuando se conjugan mal algunos verbos habituales o se emplean erróneamente algunas frases latinas, a las que se les anteponen de manera superflua preposiciones que no corresponden; otras veces, cuando el “de que” es lícito, lo ignoramos fundados en una ultracorrección que no corresponde.

La corrección normativa puede también relacionarse con lo semántico, cuando impide, por ejemplo, el uso de combinaciones contradictorias, como ocurre con las locuciones “gracias a”, “merced a” o “en virtud de” que exigen a continuación palabras de connotación positiva, nunca negativa.

El ámbito de lo ortotipográfico incluye la regulación de las convenciones sobre el empleo de los recursos tipográficos que intervienen en la composición de un texto. El académico Libro de estilo de la lengua española nos dice que “escribir es ahora, más que nunca, diseñar, componer y editar. En la actualidad, la universalización del uso de herramientas y aplicaciones informáticas diseñadas para la composición y autoedición de textos hacen inexcusables el conocimiento y la aplicación de muchas convenciones y recursos antes solo manejados por especialistas”.

Podemos hablar, además, de corrección semántica y lexicológica y es aquí donde debemos dilucidar si incorporamos o no neologismos, de qué tipo pueden ser y si siempre hemos de dar prioridad al español. El Instituto Cervantes, encargado de difundir el español en el mundo, justifica la aparición de neologismos, como palabras nuevas, pero también como acepciones nuevas de un término, porque aparecen objetos, actividades o realidades inexistentes hasta un momento de la historia, pero que requieren ser nombrados en épocas más recientes. A su vez, la ASALE todos los años incorpora a su diccionario académico innumerables vocablos nuevos o sentidos que no figuraban en las ediciones anteriores. Así, a fin de 2021, se han presentado tres mil ochocientas treinta y seis modificaciones, tanto adiciones como enmiendas. De este modo, en el ámbito de la tecnología se incorporaron “bitcóin”, “criptomoneda”, “geolocalizar y “webinario”; en la gastronomía, conocemos platos asturianos, como “sanjacobo” y “cachopo” o el “paparajote”, dulce murciano hecho a partir de las hojas del limonero.

La pandemia dejó su huella en vocablos como “cribado” o la forma compleja “burbuja social”, entre tantos otros. Además, llegaron palabras coloquiales del habla española, como “búho” (autobús nocturno) y “chuche” (acortamiento de chuchería). A veces, hay incorporaciones de acepciones nuevas, como en “balsámico”, en referencia al vinagre, o en “compartir”, por la idea de “poner a disposición de un usuario un archivo, un enlace u otro contenido digital”.

Y, frente a esta enorme diversidad y a esta casi inabarcable riqueza, encontramos que no puede prescindirse de la figura del corrector, como verdadero custodio del idioma en cada uno de los aspectos que hemos señalado, para poder ejecutar aquel pensamiento tan bien plasmado por la catedrática española Lola Pons Rodríguez, en la obra El árbol de la lengua: “Cuando consideremos que los lingüistas no se dedican a perseguir a los hablantes por hablar como hablan; cuando dejemos de pensar que para enseñar una lengua basta con ser nativo; cuando haya correctores de estilo en las empresas de comunicación y se reconozca el nombre del traductor en todos los libros traídos de otros idiomas, cuando comprendamos que las lenguas son patrias que cobijan, […] entonces, nuestra cultura lingüística corresponderá a las inmensas capacidades de nuestra lengua”.

*La autora es Profesora Consulta de la UNCuyo.

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