Chiticallando

El gerundio del verbo y su diminutivo (“callando” y “callandito”) se utilizan para indicar disimulo en el decir: “Callando, callandito, va logrando de a poco todos sus objetivos”.

Seguramente, el título “Chiticallando” trae sorpresa porque no es un término de uso habitual: el diccionario nos dice que es un adverbio coloquial, con dos significados: “Con mucho silencio, sin meter ruido o de modo que no se oigan las pisadas” y “sin escándalo ni ruido para dar en el hito o conseguir lo que se desea”: “Nos sorprendió porque llegó al lugar chiticallando”: “Tiene la costumbre de llegar chiticallando y sorprendernos a todos”. También puede decirse “a la chita callando” y “calla callando”, que se explica como “calladamente, con disimulo”.

¿Es únicamente el valor de “guardar silencio” lo que define ‘callar’? No, su primera acepción es “omitir, no decir algo”; detrás de ella se advierte la intencionalidad del sujeto de la acción dado que la omisión implica que el hablante no da a conocer voluntariamente algo. Otro tanto ocurre con la acepción que indica “abstenerse de manifestar lo que se siente o se sabe”: “Que el testigo no calle todo lo que guarda en su memoria”. Este sentido de silencio voluntario con otra intención, podemos advertirlo en la paremia “El que calla otorga”: se expresa con ella el consentimiento tácito de quien no levanta su voz para opinar diferente y que, a través del silencio, da la razón al interlocutor.

Por otro lado, ‘callar’ puede referirse a ciertos animales que cesan en sus voces, como son el canto de un pájaro, el ladrido de un perro o el croar de una rana: “El mundo parecía haberse detenido pues habían callado las aves y los animales domésticos”.

Asimismo, se puede atribuir ‘callar’ al mar, al viento, a un volcán, a una fuerza natural, que han cesado de hacer ruido: “En la calma de la noche, advertíamos que mar y viento habían callado su brusco y agresivo rugir”.

También, ‘callan’ los instrumentos musicales cuando cesan de sonar: “La sala de ensayos había entrado lentamente en la quietud de la noche pues todos los instrumentos habían callado sus sones”.

Algunas formas del verbo han quedado fijas con otro valor, como el interjectivo, con carácter coloquial, “calla” y “calle”, que sirven para denotar extrañeza: “Calle, ¡no me diga que ha sucedido tamaña cosa!”. Y la expresión ‘calle y cuez’ que se usa para recomendar a alguien que atienda al trabajo útil sin perder el tiempo en cosas fútiles: “Calla y cuez, a hacer lo que tiene que hacer, no sea negligente”.

El gerundio del verbo y su diminutivo (‘callando’ y ‘callandito’) se utilizan para indicar disimulo en el decir: “Callando, callandito, va logrando de a poco todos sus objetivos”.

La sabiduría popular se condensa, como siempre, en refranes: “En boca cerrada, no entran moscas”, pondera el valor de la discreción; similar es “El buen saber es callar, hasta ser tiempo de hablar” que suma a la discreción la idea de la oportunidad; “Callen barbas y hablen cartas” nos indica que resulta gratuito hablar cuando hay documentos para probar lo que uno dice, porque más fuerza poseen los documentos que acrediten algo, que el testimonio oral.

No es lo mismo ‘callar’ que ‘acallar’: ¿por qué? Mientras que ‘callar’, en el caso de las personas, indica que es uno mismo, por propia voluntad o decisión, el que se abstiene de hablar y manifestar lo que siente o sabe, ‘acallar’ señala que se actúa sobre la voluntad de otra persona, que se la obliga a callar. Lo vemos en “Me callé por la rabia contenida” y “Con gran autoridad, acallaron las voces de protesta”. En cambio, ‘enmudecer’ puede ser usado en los dos casos, tanto si se señala que alguien guarda silencio cuando pudiera o debiera hablar, como si denota que se silencia a otra persona: “Ante un ambiente tan hostil, enmudecí” y “Los gritos del padre lograron enmudecer a la pequeña niña”.

¿Y qué sucede con ‘silenciar’? Al igual que ‘enmudecer’, ‘silenciar’ encierra las dos posibilidades: o bien se usa para señalar que una persona, por propia decisión, se calla u omite algo sobre algo o alguien, o bien que se obliga a otro a callar: “Mi propia prudencia me llevó a silenciar mis ansias de protesta” y “Con vehemencia, silencié en los estudiantes todo intento de rebeldía”.

En una nota anterior de esta misma columna (“Cuando el silencio es elocuente”), decíamos acerca de este tema: “El silencio puede indicar complicidad o, dicho de otro modo, el cómodo “callar es consentir”. Hay quienes guardan silencio por obsecuencia, para no mostrar disenso respecto de la autoridad, aunque en el interior de sí mismos piensen diferente. Denunciar implica salir del apoltronamiento y marcar lo que es incorrecto, lo que es ilícito, lo que debe dejar de funcionar equivocadamente”.

Nos vienen a la memoria los versos de la canción “Honrar la vida”, de Eladia Blázquez: “No, permanecer y transcurrir no es perdurar, no es existir ni honrar la vida. Hay tantas maneras de no ser, tanta conciencia sin saber adormecida. Merecer la vida no es callar y consentir tantas injusticias repetidas… Es una virtud, es dignidad y es la actitud de identidad más definida”.

‘El silencio es salud’ reza un viejo eslogan que se repite en muchos sitios; pero, ¿es salud? Lo será cuando se logre el justo medio, el equilibrio: debe balancearse con la palabra medida, nunca violenta, de modo de hacer realidad aquello de “ser el amo de tus silencios y no el esclavo de tus palabras”.

Pero, además, el silencio puede ser el marco en que se engendre la creatividad, como pausa necesaria para la reflexión, para el estudio, para la investigación, para la introspección, para el amor, para la entrega…

Nos alejamos con los versos de Mario Benedetti, en “El silencio”: “Qué espléndida laguna es el silencio / allá en la orilla una campana espera / pero nadie se anima a hundir un remo / en el espejo de las aguas quietas”.

* La autora es profesora consulta de la UNCuyo.

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