El verdadero origen de Los Enanitos Verdes: “Marcianos en el camino del Inca”

En este fragmento del libro de pronto lanzamiento, “Rocanroles”, el periodista y escritor Néstor Sampirisi narra el minuto 0 de la banda de Marciano Cantero y Felipe Staiti.

Los Enanitos Verdes: el rock mendocino que salió al mundo y lo conquistó (Archivo)
Los Enanitos Verdes: el rock mendocino que salió al mundo y lo conquistó (Archivo)

“En aquel cajón está tu foto / llenándose de tierra / hace tanto que no la veo / como a vos, como a vos / Qué le habrá pasado a la vida / que sin querer ya ni me acuerdo / cuando con mi viejo iba a la cancha / a ver a aquel Atlético” la letra le salía fluida. Marciano estaba en la habitación de su casa y al cabo de diez minutos la tuvo lista. “Pero cómo han cambiado los tiempos / todos luchan por mantener sus puestos / hay muchos que ahora son ingenieros / pero que pocos quedaron rockeros”.

Aún sigo cantando fue la primera canción de los Enanitos, un lento que en los recitales de la banda hacía prender encendedores. Marciano la escribió cuando tenía 19 años pero, según él mismo dice, “parece que tenía 82″. Marciano se hacía grande mirando en perspectiva su vida, a la salida de la adolescencia...

La primera vez que Marciano lo vio, Felipe estaba de espaldas. Junto con un amigo había ido a ver a un guitarrista: “Nos voló la cabeza”, recuerda Marciano. Felipe tenía 18 años y esa noche tocaba con la Natural Band Rock, un combo de rock pesado que años antes había armado Milton Caruso, con el que pisó los primeros escenarios.

Era común ver “al pibe Cantero”, como le decían los vecinos del barrio, con la guitarra al hombro o en alguna plaza tocando temas de Spinetta o Charly. Ya se había sumado a la versión grupal de Tecobe, aquel dúo a la Sui Generis que comenzaron Jorge Benegas y Sergio Bonelli, que también fue trío con José “Pepe” Bonelli (hermano de Sergio) y terminó en grupo.

El Tecobe de Marciano (guitarra) incluía a Sergio Bonelli (guitarra), Carlos “Pajarito” Corvalán (batería), Armando Oliva (bajo), Walter Casciani (saxo) y Laura Suárez (voz). Era una banda con nombre y cierta trayectoria en el ambiente, pero Marciano se había cansado de tocar con conocidos sin lograr algo que sintiera propio.

Aquel encuentro con Felipe no pasó de un saludo y algunas palabras, pero el sábado siguiente se encontraron en un baile al que iban chicos de la secundaria. Se reconocieron y Marciano no anduvo con vueltas: “Me gustaría que hiciéramos algo juntos. Yo toco la guitarra y compongo, pero podría tocar el bajo y cantar y vos ser el violero. ¿Qué te parece?”.

A los pocos días comenzaron a juntarse en la casa de los Staiti a la hora de la siesta. La habitación de Felipe era la típica de un adolescente de aquellos años, con las paredes empapeladas con posters de los ídolos de la música. Se ponían auriculares para escuchar los instrumentos y no molestar a los padres, que a esa hora dormían, y empezaban a ensayar...

Tocaron por primera vez a fines del ‘79 en el patio del colegio nacional Agustín Alvarez, con Elio González como baterista. Aquel fue un recital muy corto. Al tercer tema comenzó una guerra de huevazos y bombitas de olor entre los chicos de 5to. año que festejaban el fin de su paso por la secundaria. Decidieron huir del escenario. “Fue el primer concierto punk de Mendoza. Hasta nosotros la ligamos”, se ríe Marciano.

Marciano Cantero falleció en Mendoza a los 62 años (Gentileza)
Marciano Cantero falleció en Mendoza a los 62 años (Gentileza)

Daniel Piccolo trabajó durante meses en la carpintería de su padre. Con lo que cobraba, cada quince días, iba a la casa de instrumentos que Hoffman tenía en la calle Entre Ríos. Puntualmente pagó las cuotas de su primera batería. Cuando surgió una vacante el propio Hoffman le ofreció trabajo y le presentó a su compañero detrás del mostrador. Era Marciano, que hacía poco también había empezado. Entre los dos tendrían que atender al público. Cuando Hoffman decidió ampliar el negocio hacia el sonido y la iluminación ambos pasaron a ser sonidistas e iluminadores de recitales. Tenían 18 y 19 años y les parecía un sueño.

Dos semanas después de que Daniel lograra comprarse la batería se unió a los ensayos que habían iniciado Felipe y Marciano. Hasta ahí habían hecho solamente temas instrumentales. Con la integración de Piccolo sintieron que se había armado algo así como una banda de amigos. Las letras no tardaron en llegar, empezando por aquella del cajón, la foto y el Flaco Spinetta.

Con un repertorio bien ensayado, el primer gran recital en serio, ya con Piccolo en la batería, fue como soporte de Altablanca el 11 de abril de 1980 en Andes Talleres. El tomatazo que recibió ese día Marciano en el bajo está incorporado entre los infaltables del anecdotario del rock mendocino...

Fragmentos de Marcianos en el camino del Inca, incluidos en el libro “Rocanroles. El estallido de los ‘80 en Mendoza”, de próxima edición

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