Como un algarrobo de 130 años

El autor hace un parangón entre diario Los Andes y uno de los exponentes más fuertes de la flora mendocina, tal cual es el algarrobo. Y cómo ambos conjuran las amenazas gracias a sus raíces.

Como un algarrobo de 130 años
Como un algarrobo de 130 años

Los pueblos sabios y fuertes son celosos custodios de sus costumbres, que se transmiten de padres a hijos, generación tras generación, se cultivan en el seno de las familias y en las escuelas las exaltan los maestros. Los jóvenes las hacen propias sin renunciar, ni mucho menos, a las luces de la modernidad. Podrán cambiar las modas y ciertas formas de las relaciones interpersonales, pero hay cosas que no cambian, porque guardan las esencias de una sociedad y los secretos de sus raíces, así como no cambia la propia condición humana, con sus miserias y sus heroísmos.

Algo parecido ocurre con los árboles más fuertes de nuestra tierra mendocina, que soportan soles ardientes, frío, hielo y el azote de los vientos. Y lo soportan bien gracias a la vitalidad de sus raíces. Eso ocurre con los algarrobos de nuestros desiertos y también con diario Los Andes, que está en esta tierra hace 130 años y es hoy -y a poco de su nacimiento- una costumbre y una referencia entre los mendocinos.

Al celebrar este nuevo aniversario del nacimiento de Los Andes, nos propusimos recordar algunas de esas costumbres para que las compartamos con la familia y con los amigos.

La sociedad mendocina soporta las inclemencias de estos tiempos difíciles, contando entre las principales a la pobreza, la pérdida de calidad educativa o la corrupción que anida en cada rincón de la vida social (particularmente entre sus élites dirigentes, desde donde se expande al resto de los sectores sociales), a cuya sombra crecen las mafias, la inseguridad y el narcotráfico. Sin embargo, esta misma sociedad guarda en sus raíces la capacidad de hacer frente a esos azotes. Allí están las costumbres de un pueblo manso y tolerante, pero firme y enérgico, con su particular espíritu de trabajo y sacrificio, su vocación de progreso, los valores espirituales, el refugio de la familia y su ejemplar institucionalidad política, aunque a veces quienes la representan no estén a la altura de la misma.

También el periodismo enfrenta sus propias inclemencias, algunas vienen de afuera y otras las lleva dentro. Contra ambas, el diario de los mendocinos desea confrontar, oponiéndoles las armas del periodismo puro, nuestra meta irrenunciable.

Desde afuera, lo amenazan las nuevas formas de comunicación digital y las transformaciones culturales que traen consigo, que siembran la incertidumbre de una existencia diferente que lo obligan a reinventarse. Los laberintos de internet abren un espacio infinito e indescifrable al derecho de expresarse libremente y de participar en el debate de las ideas. En ese espacio corren, a velocidad vertiginosa, todas las noticias, las que son importantes y las que no tienen relevancia alguna, desordenadas, muchas veces falsas o mal contadas. Es un mundo virtual que nos atrae a la vez que nos aturde y nos desorienta. Sin embargo, el periodismo, que siempre fue un traductor de realidades, tiene la misión de buscar y ordenar esas historias, comprobar su veracidad y contarlas bien, reflejando lo mejor posible, sobre todo lealmente, la realidad, honrando el pacto de confianza que tiene con sus lectores.

Otra de las grandes asechanzas es la visión conspirativa, a veces paranoica, arraigada en el poder y en gran parte de la dirigencia política respecto de la acción del periodismo, sobre el que descargan ataques arbitrarios o feroces presiones con la convicción de que todo se compra y se vende, incluso las ideas. El temor del poder hacia la prensa es enorme, acá y en todas partes, en particular cuando ésta actúa como instrumento de la libertad de pensamiento y de expresión, elementos indispensables del Estado democrático. Pero en la realidad argentina actual la cruzada oficial contra esas libertades, ha alcanzado niveles nunca antes vistos en la democracia reconstruida a partir de 1983.

Por otra parte, el periodismo no es inmune a sus propios defectos. Desde adentro de la misma profesión socava sus raíces el periodismo militante -que no cree posible otra verdad que no sea la propia-, el prejuicio, el resentimiento o las cobardías del dinero. Aquí es donde la existencia de un diario queda en las manos de los lectores, que confían en sus virtudes. Porque el pacto de confianza entre quienes escriben y quienes leen un periódico está basado en la credibilidad de lo escrito. Conviene siempre recordar que el periodismo no es el cuarto ni ningún poder, como pretenden sus detractores, sino uno de los controles de la ciudadanía frente a los abusos, excesos y corrupciones de los que mandan, quienes lo atacan precisamente para que no cumpla ese control.

En síntesis, cambiarán las formas, pero nada de cuanto se diga cambiará la condición humana, así como tampoco cambiará en el periodismo la esencia de su naturaleza. Desde esta perspectiva, los 130 años de nuestro querido diario los cumplimos todos los mendocinos. Soplarán nuevos vientos, a veces la polvareda nos nublará la vista, pero seguiremos confiando en que Los Andes, como un viejo y firme algarrobo, seguirá sirviéndonos para saber dónde estamos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.

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