Chalo Tulián: todos los fuegos, el fuego

Murió a los 68 años un verdadero referente del arte local. “Muchos fueguitos”, solía decir a sus alumnos, para referirse a esa gran hoguera que pueden encender las personas cuando las llena la pasión. Así es su obra y así vivía.

Murió antenoche, con 68 años. Si no fuera un hombre, podría decirse que era un gran imán. A Chalo Tulián, que había nacido en San Juan, le sobraba magnetismo. No sólo para atraer esas pequeñas chatarras que se pasó juntando en el desierto desde niño (porque vislumbraba el juego de transformarlas, porque era un alquimista de lo sólido) sino para congregar almas en torno a cualquier proceso creativo. "Muchos fueguitos", solía decir a sus alumnos, para referirse a esa gran hoguera que pueden encender las personas cuando les llena la pasión.

Imantaba: el hombre enorme de barba blanca, el escultor de máquinas infernales, el forjador de imaginarios que daba la vuelta de tuerca. Y que siempre estaba cerca para estirar la mano.

La biografía de Chalo Tulián podría ser la  crónica de una generación entera: la que zarpó de aquí siguiendo el éxodo de los '70, vivió el exilio como autoconocimiento, extrañó, regresó y puso energía para seguir creando, sembrando en las nuevas generaciones la llamita del arte.

En los años duros, vivió en Puebla (México).  Allí, encontró una patria adoptiva que le dio trabajo, amigos, inspiración y descendencia. Junto a Estela Labiano, su compañera, tuvo que marcharse. "Cuando te detenían por portación de barba", nos contó. "Todos éramos militantes entonces, en cierto modo; estábamos comprometidos con un cambio, con mejorar ciertas cosas, eso". Aquí lo habían echado de la facultad, cuando le faltaba un año para terminar. Pero el destino calculó una revancha noble: "al volver de México, me convertí en profesor."

El retorno de México a Argentina fue de película. Era tanta la ansiedad que Chalo y Estela se volvieron haciendo dedo, pero a los barcos. 
Chalo se pasaba las mañanas en el puerto de Tampico, tratando de conseguir traslado para el grupo familiar en la marina mercante argentina. "Había que convencer primero al capitán; éramos tres pasajeros y un yunque pesadísimo que Chalo no quiso dejar en Puebla", recordó Estela. Llegaron a Buenos Aires justo el día de la sublevación carapintada. Pero ya no se quisieron ir.

El artista trajo consigo herramientas, una carpeta pesada de muestras, cátedras y premios y una estética visceral  fraguada en los '80.

Su compañera observó dos fuerzas que germinaron en él, dos chalos: "uno melodramático, emocional y otro muy pendiente de la razón". Sabía que usaba los objetos como símbolo de lo esquemático, pero en un contexto mutante, abierto a la fantasía.

De regreso en Mendoza, Chalo no tuvo que esperar mucho para concursar y obtener cátedra. Durante años, se desempeñó en la UNCuyo como profesor de cerámica.

En el pedemonte instaló su taller. En su mágico dominio se disputaban el espacio mesas de carpintero, tornos de herrero, montículos de hojalata, pequeñas montañas de aparatos bizarros, formones, tenazas, lijadoras, sacabocados, en una especie de concierto.

"Mi expresión es parte de mí, de mi sentimiento, de mi sangre y de mi historia. Surge de un acto reflejo que viaja conmigo desde que tengo bolsillos para guardar juguetes sin precios ni vidrieras... y que cuando me emborracho con los recuerdos de aquellos Santos, Brujos, Dioses y Demonios que me rondan en cada sendero del pasado, se desparraman desde mi mano, ofreciendo un juego misterioso pero sencillo para que los que puedan jugar, jueguen conmigo".

Nunca apagó el niño interior. Eso fue evidente, sobre todo, para sus alumnos y amigos. Asomarse a la obra de Tulián desde sus recuerdos de infancia resulta inevitable: "vivía justo al lado de un corralón; así que yo me pasaba horas, detrás del alambrado, pensando qué pasaría si se juntaran muebles con bichitos, puertas con cacerolas, cosas opuestas..." Esa mirada siguió intacta: "Pienso los animales que aún no existen", dijo. Solía pasarse horas juntando huesos, semillas y metales viejos. "Sigo pensando, mucho, antes de dar el primer golpe, el primer paso".

Con esa voz maciza con la que elegía sus palabras, al estrenar su muestra "Vehículos Infernales", explicó que esos "carritos" eran dramáticos porque al Infierno lo vivimos aquí en la Tierra. Está aquí, entre nosotros. Por eso estos vehículos remiten también a las máquinas de tortura de los períodos más oscuros de nuestra historia: la Inquisición, la Dictadura..."

Trabajaba casi siempre a la intemperie, muchas veces en gran escala. Incluso bajo la nieve, de noche, cuando apretaba la entrega de un trabajo. Estela lo miraba entonces desde la ventana de la cocina, donde pintaba, como a un ser mitológico.

Juntos, habían encontrado la misma fuente: "Cada día me impongo la juventud y me siento más joven, siempre al borde del asombro... aprendo de mis alumnos, aprendo todo el tiempo".

No lo olvidarán...

B

ernardo Rodríguez

(artista plástico)

“Era muy preciso con su generosidad de darte los secretos casi básicos de por dónde mirar y cómo decir cosas a través de la plástica. En eso fue un maestro grandioso. Era alguien que no se guardaba nada”.

“Él recordaba el dolor que le había producido ver amigos desaparecidos y lo que sufrió durante la dictadura. Y en su última muestra (en la Nave Cultural de Ciudad en abril del año pasado) lo reflejó”.

“Fue mi profesor de inicio. Me contuvo muchísimo porque fue el que me hizo ver entre líneas de qué se trataba la cultura. Empecé a hacer pintura con él y me surgió profundamente esta pasión por el arte. Él fue el generador”.

“La muestra de pintura  que estoy exponiendo está dedicada a Chalo”.

Susana Dragotta

(escultora, docente)

“Enseñaba con un gran sentido del humor y con la sabiduría del que ha experimentado -no sólo leído- aquello que transmite”.

“Era, sobre todo, un permanente generador de ideas. Lo desesperaba la cantidad de cosas que se le ocurrían. Lo acuciaba el hecho de que no hubiera tiempo. Yo le decía que hiciera maquetas, que dibujara”.

“Era monumental. Su obra tenía una parte muy visceral y otra muy racional. Y ambas se ligaban a su modo”.

“De sus herramientas, de cada partecita de objeto que ha quedado en su taller, emana su energía”.

“Me apoyó siempre. Desde que nos hicimos amigos, hace 42 años. Tengo un profundo agradecimiento hacia él”.

Laura Valdivieso (directora del Museo Municipal de Arte moderno)

“Era un artista con una gran capacidad de manejar oficios diferentes: soldador, forjador, ceramista, carpintero...Su obra tiene una relación muy intensa con la materialidad, desde los elementos que la conforman hasta la escala, la obra se te impone. También hay un entrecruzamiento de distintas poéticas, o de poéticas de orígenes diferentes, algo que tiene que ver con su biografía, con su afán de involucrar aspectos de su vida pero no como un dato biográfico sino como un vínculo con el espectador. También hay humor, que es un aspecto destacable de su personalidad.  Sus obras tienen, dentro del arte contemporáneo, algo ancestral. No son endebles, no trasuntan lo efímero. Parece que siempre hubieran estado allí. Y que seguirán estando por quinientos años”.

Portarretrato

Fue profesor de la Universidad Nacional de Cuyo. Durante la última dictadura militar fue perseguido por su rol de pensador y educador y debió abandonar la casa de estudios. En 1987 regresó a la UNCuyo como docente en la Facultad de Artes y se jubiló en julio de 2014.

Chalo también fue docente en universidades de México, donde vivió residió. En su fructífera carrera recibió reconocimientos como el Gran Premio de Honor del Salón Nacional (1997), el Premio Manuel Belgrano del Museo Sívori (2002) y la Bienal Internacional de Escultura del Chaco (2004).

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