Micaela Ponce: “Soy una emprendedora que busca lo que la hace feliz en el momento”

La joven de 28 años estudió diseño industrial en la UNCuyo, pero no cree en eso de las profesiones para toda la vida. Por eso, se ha dedicado a diferentes emprendimientos. Dice que es fundamental aprender de cada etapa y “estar desafiada”.

Micaela Ponce, influencer, emprendedora.
Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Micaela Ponce, influencer, emprendedora. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

¿Qué te hace feliz?, preguntó Pedro a su hija Micaela Ponce, quien lo llamó angustiada desde México porque acababa de rechazar una práctica laboral como diseñadora industrial en Audi por un año y medio.

“Comer asados con mis amigos en la montaña”, dijo ella sin titubear.

“Dedicate a eso”, fue la respuesta del padre. Ella le cortó pensando que le tomaba el pelo. Al otro día, con la resolución y el entusiasmo que la caracterizan, le volvió a llamar con una idea más armada.

Aquellas palabras que la joven veinteañera interpretó como una broma fueron, en realidad, la semilla de la agencia de viajes con la que Mica disfruta cocinar como le enseñó su abuela Lidia a los ocho años.

Sólo es uno de los tantos proyectos de esta emprendedora que está “en la búsqueda de lo que la hace feliz en el momento”. Con una voz firme y con la capacidad de trasladar a quien la escucha a cada una de sus experiencias, insiste en que no está de acuerdo con eso de las profesiones para toda la vida.

“Al ser diseñadora industrial me gusta crear cosas y verlas materializadas, que funcionen. No me encasillo porque el ser humano evoluciona constantemente y las personas que nos rodean nos hacen funcionar de una u otra manera”, reflexiona y concluye que “está bueno aceptarse los cambios”.

Fiel a sus convicciones, ahora -a los 28 años-, divide su tiempo entre la agencia que ofrece paseos por la montaña para grupos pequeños en los que ella prepara comidas al fuego, y Casa Club, el multiespacio que gerencia en San Martín donde se presta servicio de coworking, hay una vermutería, un almacén y una cafetería. Pero viene de tener su propia marca de vestidos y de ser parte de un proyecto gastronómico.

Las marcas de la vida

Micaela Ponce, influencer y  emprendedora.
Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Micaela Ponce, influencer y emprendedora. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

En todo momento, su familia aparece como pilar, entusiasta y colaboradora de cada iniciativa. El papá Pedro, la mamá Stella Maris, las hermanas Antonella y Valentina, su sobrina Juana, sus abuelas Lidia (94) y María (86), su novio Nico (que también es su socio ahora). “Mi familia es todo”, resume agradecida esta joven que quiere formar una familia como la que tiene.

Pedro y Stella Maris se pusieron de novios a los 15 años y se casaron a los 28. Tuvieron cuatro hijas (Mica es la segunda). Pero el cáncer les arrebató a la mayor cuando tenía sólo 7 años, después de un año y medio de quimioterapia.

“En ese momento, mi papá dijo la vida es acá y ahora. Hoy tenemos esto y hay que ser felices con lo que tenemos arriba de la mesa. Me hicieron vivir sin pensar tanto en mañana”, rememora Mica que entonces aprendió que “la responsabilidad de estar bien y hacer bien es hoy y acá”.

Y si bien se reconoce “súper estructurada”, que organiza y arma todo, está convencida de que lo fundamental está en saber que todo lo que uno hace hoy, tiene repercusiones mañana. “Hoy voy a hacer lo mejor para que funcione mañana, pero si no funciona, no pasa nada”, precisa. Sabe que su idea puede sonar contradictoria; por eso, apela al equilibrio.

El trampolín para lanzarse a cada proyecto ha sido la frase clave que siempre le ha dicho su papá: vos podés. “Y en ese vos podés tenés un montón de confianza y, a la vez, un montón de responsabilidad”, analiza.

De la costura a la cocina

Sin intuir lo que el destino le tenía preparado, a los 13 años, Mica aprendió a coser de la mano de su abuela María. “Hacía desastres, pero mis amigas me empezaron a pedir”, rememora.

Dos años después, cuando María le regaló una máquina de coser, la cosa tomó un rumbo más serio. Primero hizo vestidos que las amigas “pagaban”, por ejemplo con una remera o una cartera. Llegó un momento que ese trueque ya era demasiado, entonces, puso precio a sus confecciones.

El negocio fue increscendo con vestidos para quinceañeras y novias. En diciembre de 2019 realizó 25 vestidos de fiesta. “No dormía. Estaba 17 horas cosiendo. Tenía una ayudante, pero aún así era mucho lo que yo hacía.”

Entre vestido y vestido, estudió Diseño industrial en la Universidad Nacional de Cuyo. Fue a México como parte de unas prácticas de la facultad en una constructora que tenía el desarrollo del aeropuerto nuevo y rechazó la propuesta de Audi para quedarse un año y medio más en aquel país. De regreso, arrancó con su proyecto de la agencia de viajes y las comidas en la montaña.

Con la pandemia se quedó sin turistas, sin cocina de montaña, sin vestidos. Pero eso no la desanimó. Dejó el departamento que estaba alquilando en Godoy Cruz para instalarse, antes de que cerraran todo, en la finca que su familia tiene en el Este. Y se reinventó: inscribió a la agencia de viajes para poder hacer viandas y su delivery de comida al fuego recorrió casas de San Martín, Junín y Rivadavia. “Toda la familia estuvo involucrada. Nos mantuvo entretenidos durante toda la pandemia”, detalla y cuenta que sus hermanas fueron las responsables de hacer el delivery, mientras ella cocinaba.

Con esta experiencia ganó visibilidad y empezó a ayudar al cocinero Fede Pettit los fines de semana. “Después seguí con la comunicación de la gastronomía, que es lo que estoy haciendo actualmente. En videos cortos muestro lo que más me gusta que es la cocina de la tierra, del producto mendocino, sin tanta cuestión, lo más simple posible”, explica a la vez que resalta que en Mendoza hay muy buena calidad de productos.

Una vez más quedaba a la puerta de otro proyecto gastronómico. Aunque su respuesta inicial fue un “no” rotundo terminó seducida por Fuego Primitivo. “Les dije: les ayudo con el diseño, con la marca, con la ambientación, con el interiorismo, con el concepto gastronómico, pero yo no quiero ser la cocinera. Y aceptaron.”

Cuando hizo todo lo previsto, quienes pasaron a ser sus socios la tentaron: “Mica, Fuego sos vos, no te podés ir. Me dijeron te queda tanto dinero por cobrar; entonces, cobrás eso o cobrás eso y tenés el 33% de las acciones de la empresa... Cómo les iba a decir que no”.

Fuego Primitivo estuvo abierto al público un año y medio. “Fue una experiencia hermosa, crecí un montón, pero llegó un momento en que no dormía. El proyecto estaba en una zona donde no llegaba tanto turismo. Les propuse venderles mis acciones, pero no quisieron seguir y cerramos”, cuenta y dice que actualmente mantienen la sociedad.

Cambio abismal

Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

La hora de entrevista se pasa volando, tal vez por la misma energía con la que Mica Ponce -como es su usuario en instagram- relata los últimos quince años de su vida, que representan poco más de la mitad de su existencia.

Siempre me pongo objetivos lindos o metas a corto plazo para que me mantengan motivada y contenta”, confiesa mientras sueña con “estar siempre desafiada, con ganas de crecer”. Pero aclara que ese “estar desafiada” está relacionado con el disfrute, el impulso y el entusiasmo y no con el estar perturbada o complicada.

Por eso, antes de terminar con Fuego ya estaba armando con un equipo el proyecto de Casa Club, en la misma casona que tanto tiempo albergó a la constructora Colonial y por donde unas 1.500 familias del Este mendocino empezaron a concretar su vivienda propia.

Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

“Fue un cambio abismal. De hacer todo sola pasé a trabajar con los chicos que, además de lo que es la constructora, tienen especialistas en cada área y un clima de trabajo muy lindo”, destaca.

Después de un estudio de mercado, se diseñó el espacio que abrió hace cuatro meses con el coworking, la vermutería, el almacén y una cafetería.

Se trata de un formato asociativo. El equipo de Mica hizo el modelo de negocio, el diseño, la estética, un manual de pautas y lineamientos para cada uno de los negocios, que se concesionan. Todo bajo un mismo propósito: crear, compartir y disfrutar.

Eso se refleja en la recorrida por el lugar: las sillas diseñadas por Micaela, las lámparas con lienzo que ayudó a coser Stella Maris, las mesas que armaron en familia, las sogas que se reutilizaron de Fuego Primitivo para armar unos columpios, el andamio en desuso y la puerta de vidrio original de la constructora que ahora se convirtieron en sendas mesas, los tapices hechos por la abuela para decorar los sillones...

De mi día a día disfruto mucho cuando me hago consciente de las cosas que me pasan”, reflexiona y suelta que cuando uno tiene la posibilidad de ser consciente de su propio bienestar encuentra la felicidad.

Herramientas y aprendizajes

La universidad te da amplitud y herramientas, pero en definitiva la vida laboral no tiene nada que ver con la universidad”, resume Micaela como vocera de una generación que busca en su elección universitaria esta apertura y posibilidad de no vivir atado a una sola actividad.

En este sentido y en base a su experiencia, señala que a quien le gusta hacer, más que una carrera necesita “permitírselo y desafiarse”. “Uno hace bien lo que lo hace feliz, de lo contrario lo hacés bien tres o cuatro veces, pero no lo vas a poder sostener en el tiempo”, transmite de lo que se refleja en la experiencia Endeavor, donde asiste cada vez que puede.

Desde que arrancó a los 15 años con su marca de vestidos hasta ahora, Micaela confiesa que ha aprendido de cada paso que ha ido dando y considera que esas enseñanzas son clave para desarrollar un “perfil emprendedor de alta performance”. “Un perfil emprendedor que no se quede en la idea y se pueda ejecutar, que lo pueda medir, que lo pueda hacer funcionar”, aclara.

Además de lo ordenada destaca que es resolutiva -”o al menos busco la forma de resolver”, admite-. Tal como manifiesta le ha tocado ponerle fin o cerrar etapas y dice que lo hace con gusto porque sabe que vienen cosas mejores. “Uno no se debe quedar con el ‘no funcionó’, sino que debe plantearse cómo hago para que funcione el próximo proyecto”, sugiere esta emprendedora mendocina.

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