La mendocina que emigró a Dinamarca "por un sueño intelectual"
Valentina Arboit tiene 22 años y reivindica el hecho de migrar por conocimiento y búsqueda personal. Se dedica al marketing para varios hoteles y a estudiar a distancia.
“No me fui para
ganar más. Me fui porque tenía hambre de conocimiento,
curiosidad y ambición de aprender cómo se vive en otra parte del mundo”,
explica Valentina.
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En su trabajo de recepcionista en Copenhague, empleo que combina con sus estudios y tareas de marketing.
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Junto al equipo con el que coordinó una conferencia internacional en el Palacio de Christiansborg, sede del Parlamento danés.
Valentina Arboit tiene 22 años y hace tres que vive en Copenhague, Dinamarca. Cuando habla de su decisión de emigrar, no recurre a los lugares comunes que suelen aparecer en las historias de quienes dejan el país. “Mi migración no fue un sueño económico; fue un sueño intelectual”, dice. Esa frase desacomoda cualquier mirada lineal sobre irse a vivir al exterior.
Para ella, el viaje no fue un escape ni una urgencia, sino una búsqueda consciente: estudiar, aprender idiomas, conocer otra cultura, formar nuevos vínculos y descubrir quién podía ser en un lugar completamente distinto al que la vio crecer. “No me fui para ganar más ni para trabajar más. Me fui porque tenía hambre de conocimiento, curiosidad y ambición de aprender cómo se vive en otra parte del mundo”, explica.
También derriba otro mito: emigrar implica abandonar la vida universitaria. Actualmente, ella cursa a distancia segunda año de Publicidad en la Universidad Siglo XXI. “El estudio es lo que me sostiene. Es lo que me recuerda quién soy, viva donde viva”, afirma. De este modo, sigue encontrando en la educación argentina su pilar de formación.
Valentina Arboit
Valentina estudia en la Universidad Siglo XXI desde Copenhague, acomodando la vida universitaria a su rutina migrante.
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Desde sus 16, su vida ha sido apresurada. Patrón que repitió al llegar a Dinamarca. A pesar de no dominar el idioma, consiguió su primer trabajo llevando desayunos en un hotel y, a los tres meses, ascendió a supervisora. Hoy organiza su vida laboral con un esquema dual. Mantiene un trabajo part-time como recepcionista los fines de semana. Mientras que los otros días se dedica al marketing para varios hoteles y a estudiar a distancia. “La clave es el método. Trabajo fines de semana y estudio y hago marketing de lunes a viernes. Con organización, se puede”, explica.
Del Este de Mendoza al Norte de Europa
De Junín. Se crió junto a su mamá, Claudia, y su hermano menor. Su papá falleció cuando ella era chica. Ese hecho marcó su vida, no por la tragedia, sino por las posibilidades que abrió después. “Mi mamá siempre confió en mí. Desde antes de entender qué significaba vivir sola, ella ya me veía capaz”, recuerda.
A los 16 años, Valentina tomó una decisión poco común: se emancipó legalmente y comenzó a vivir sola. Aclara que no fue por impulso ni rebeldía, sino por una necesidad temprana de independencia. “Vivir sola no me alejó de mi familia. Nos fortaleció. Me dio responsabilidad y método”, cuenta.
Un año después emprendió en el rubro comercial y abrió un local de ropa. Explica que esa decisión unió su deseo de construir algo propio con la necesidad de acompañar a su mamá en un momento emocional difícil. “Fue una excusa hermosa para hacer algo juntas”, dice.
Valentina arboit
Valentina Arboit en su infancia en Junín, junto a su hermano menor.
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A los 18 ingresó al Concejo Deliberante de Junín como community manager. Trabajó en comunicación de concejales, campañas, eventos y actividades institucionales. Descubrió que el marketing y la comunicación pública la interpelaban. Ese mismo año comenzó a estudiar Publicidad de manera virtual. “Fue una etapa de mucha intensidad, pero también de descubrimiento. Me gustaba trabajar, estudiar y emprender. Y sentía que podía con todo”, recuerda.
Ese ritmo multitasking y acelerado ya la marcaba. Fue en ese momento cuando apareció por primera vez la idea de emigrar como un horizonte posible. Un desafío.
Una idea que se germinó por la ambición de conocimiento
El primer puente fue Marcos, un amigo que se mudó a Dinamarca en pandemia. Su experiencia abrió la posibilidad de pensar en un cambio mayor. Con su pareja de entonces, Ivo, masticar la idea. Dinamarca apareció como un país que sumaba desafíos: un idioma nuevo y otra cultura.
El 2022 fue un año bisagra. Su pareja Ivo se recibió y se casaron en mayo. Compraron los pasajes en septiembre. Para Valentina, ese casamiento no fue un atajo administrativo: fue una forma de cerrar una etapa antes de abrir otra. El día que compró los pasajes sintió claridad. “Fue como volver a sentir la misma determinación que tuve a los 16 cuando decidí vivir sola”, dice.
Cruzar el charco y echar raíces
Aterrizó en Copenhague el 1 de septiembre de 2022. En el aeropuerto, Marcos, su amigo los esperaba con un gesto simple: les entregó una tarjeta de transporte, explicó cómo llegar al departamento y se fue a trabajar.
El primer mes vivieron en una habitación alquilada. Conocieron el sistema de transporte, el clima impredecible, los códigos culturales, los precios y las reglas que organizan la vida danesa. En treinta días lograron su primer objetivo: mudarse a un departamento propio.
Valentina Arboit
En su trabajo de recepcionista en Copenhague, empleo que combina con sus estudios y tareas de marketing.
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Llegó con un inglés básico y sin conocer una palabra de danés. Aprender el idioma fue el primer desafío real. Entre los primeros trabajos, enumera: limpieza en hotelería, luego moza de desayuno. A los tres meses, la ascendieron a supervisora del área. Tenía 19 años.
Ese ritmo marcó su primer tramo del otro lado del charco: aprendizaje, trabajo, estudio y un método de organización que la ayudó a no perder el eje. “Soy sistemática. El método me ordena y me recuerda que no tengo que correr la vida para llegar a ningún lado”, cuenta.
El handball fue su puerta de entrada a las primeras amistades danesas. A través del deporte descubrió la horizontalidad de los vínculos: “nadie pregunta qué hacés, cuánto ganás, qué estudiaste. Preguntan quién sos”.
Valentina Arboit
Junto al equipo con el que coordinó una conferencia internacional en el Palacio de Christiansborg, sede del Parlamento danés.
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Tras su primer invierno, volvió a ordenar sus prioridades encabezando ese listado el aprender. Conservó un trabajo como recepcionista part-time y comenzó a buscar experiencia en marketing. Entró a una empresa estadounidense de ciberseguridad y luego a startups danesas vinculadas al aprendizaje automático. El sistema de student jobs le permitió combinar estudio y práctica profesional.
Ese camino la llevó en junio de 2024 a formar parte de la coordinación de marketing de una conferencia internacional en Estocolmo, realizada en el Palacio de Christiansborg, sede de la primera ministra danesa. “Me sorprendió ver que todo lo que aprendí en los Modelos ONU del colegio (en Mendoza) servía ahora en la vida real: armar agendas, contactar speakers, coordinar debates. Solo que ahora en otro idioma y con gente que toma decisiones de verdad”, dice.
Una identidad construida entre dos naciones
Valentina suele decir que hoy es “un poquito danesa y un poquito mendocina”. Esa identidad compartida la equilibra, en Dinamarca encontró valores que la interpelan y, al mismo tiempo, entendió qué parte de Mendoza se lleva puesta. De la cultura danesa valora especialmente el principio de igualdad que guía las relaciones cotidianas: nadie es más que otro por su cargo, su ingreso o su profesión. “A ellos no les interesa si sos recepcionista, ingeniera o artista. Les importa quién sos y cómo los hacés sentir”, dice.
También incorporó hábitos que la acomodaron internamente: cenar temprano, respetar los tiempos personales, vivir sin ruido. Pero hubo una palabra que adoptó como filosofía: RO, esa palabra danesa que significa calma. “RO me recuerda que no tengo que correr para llegar. Que puedo vivir mis 22 años sin sobreexigirme”, explica.
Valentina Arboit
Sus estampitas: la Cordillera y Messi,
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Después de dos años, Valentina vuelve a Mendoza. Para ella, regresar es encontrarse con la parte de sí misma que solo existe en su tierra: la hija que vuelve a la mesa de su mamá, la amiga que comparte mates y tortitas rapaditas, la joven que reconoce la montaña a través de ventana del micro. “Mis amigas me hacen sentir que el tiempo no pasó. Esa es una riqueza que no se compra”, dice.
Finalmente, se despide para volver físicamente a suelo argentino en 15 días. Mientras tanto, lleva dos estampitas en la funda del celular: la montaña y Messi. La primera es la foto de la ruta desde Barriales rumbo a la cordillera, la que tomaba cada vez que escapaba a la montaña. “La montaña es casa para mí”, cuenta. Y al lado, Messi: el ídolo del mundo. Su representación.