La historia de amor de un abuelo mendocino y los consejos de su sabiduría, reunidos en un libro

Alicia Barroso, oriunda de La Paz, presenta hoy un libro “Consejos de Abuelo y otros cuentos más”, en homenaje a don Severo, un hombre extraordinario que le dejó los más sabios consejos, tiempo compartido y miles de anécdotas.

Escritora. Autora del libro Consejos de un abuelo.
Escritora. Autora del libro Consejos de un abuelo.

“Hija, a veces uno anda, se debilita y se encuentra con tierras blandas o duras; luego se cae y es ahí donde aprende a no recorrer dos veces el mismo camino”. Severo Barroso era un hombre humilde oriundo de Las Chacritas, departamento de La Paz. Pero ante todo fue un abuelo tan extraordinario que aún hoy sigue dejando huellas en Alicia, su nieta de 47 años, una profesora de educación primaria que le rinde hoy el mejor homenaje a este hombre sabio que partió hace 20 años: se trata del libro Consejos de Abuelo y otros cuentos más, en un evento que tendrá lugar a las 21 en el albergue municipal de La Paz. De ese libro sale la frase con la que inicia este párrafo.

Severo recorrió muchas horas a caballo para asistir a una fiesta en San Martín. Allí conoció una joven aborigen de trenzas largas llamada Tomasa Maravilla. Se casaron y años más tarde uno de sus hijos, Rogelio, fue padre de Alicia, una de las protagonistas de esta historia.

“Me llevaba a cococho y de ratos me dejaba. Luego volvía a subirme a su espalda. En una de estas bajadas llenó de aire sus pulmones y me dijo: ‘Cuando tus fuerzas estén disminuidas, deja la carga de diferentes formas, espera y continúa’”, repasa Alicia.

Casada y mamá de tres hijos, Alicia es una escritora reconocida en La Paz, que incluso colabora con el área de Cultura para que otros chicos se lancen a los cuentos.

Consejos de Abuelo es un logro y una felicidad para ella, que sigue evocándolo con amor: “Era un hombre que en los últimos años tenía el campo visual reducido debido a un glaucoma, por eso yo desde pequeña lo afeitaba, lo ayudaba. Fui sus ojos sin saber que el resto de mis días, él sería los míos”, reflexiona.

“¿Por qué el libro? Porque soy gracias a su amor, a su tiempo, un tiempo compartido con generosidad. Fue abuelo durante las noches, algunas veces alumbrada por la luna, otras por velas, porque allí no había electricidad. Narraba historias y una me impactó”, repasa. Fue mucho antes de conocer a Tomasa, su esposa.

“Se le había perdido el ganado y salió en su búsqueda junto a su amigo, el perro Boby. Luego de transitar rumbo al sur paceño durante 100 largos kilómetros encontró a los animales encerrados en un corral. Se los entregaron y le cebaron unos mates dulces”, recuerda.

Había una joven, las pupilas de ambos se encontraron. Luego vio que aquella doncella dejaba algo bajo los pellones de una oveja. Montó la mula y percató en la montura una carta que guardó con cariño en su bolsillo izquierdo de la camisa de grafa gris. Volvió varias veces al lugar con la excusa de que había perdido animales”, señala.

“Sus corazones latían más fuerte de lo cotidiano al verse y se repitió el escenario varias veces con distintas cartas, pero él jamás pudo leerlas porque no había aprendido”, completa y agrega: “Leía desde el corazón, ellos se amaron a través de las miradas. Él recorría con su dedo cada grafema, imaginando qué diría ella. Sólo se tocaron con las miradas”, relata. El abuelo nunca le dijo a la dama que no sabía leer. “Le daba vergüenza. Ella dejó de escribirle”, cuenta su nieta.

A las 6 de la mañana comenzaba el día para Severo y Alicia. “Me decía: ´Mija, habrá fuegos que debes enterrar para siempre y existirán otros que debes aventar suavemente para que su llama sea intensa’”, grafica.

Alicia tiene un posgrado en Educación Rural, tal vez por eso los temas del campo le fascinan. Está casada con Nelson Héctor Sánchez y tienen tres hijos, Juan José, Alejandro y Luz.

Cuando se casó había estudiado solo el nivel primario. Continuó luego de casarse porque su padre siempre sostuvo que la mujer debía estar en la casa. “Me veían capaz y perserverante pero mi condición económica no me acompañaba. Era imposible comprar fotocopias y material de estudio. Mi cuñada, una mujer noble, directora de escuela, llamada Rosario Adela Sánchez, me ayudó muchísimo y yo aproveché y valoré enormemente esa gran oportunidad”, concluye.

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