La eterna llama de la literatura: tres décadas vendiendo en la calle libros nuevos y otros de reliquia

Roberto Mignani logró en 2008 establecerse en un lugar fijo, los cilindros de La Alameda, en San Martín y Córdoba. Cuenta las curiosidades de la calle, sus ofertas y los inicios de una actividad que le apasiona.

El vendedor de libros Roberto Mignani, junto a un colega en el espacio del Paseo Alameda de avenida San Martín y Córdoba.
El vendedor de libros Roberto Mignani, junto a un colega en el espacio del Paseo Alameda de avenida San Martín y Córdoba.

Le decían que era un hippie. Sin embargo, Roberto Marcelo Mignani, de 52 años, 30 de ellos dedicados a la venta de libros, se definió siempre como librero. No importa cómo ni dónde, pero él se denominaba, y aún lo hace, como librero.

Oriundo de Dorrego, en el departamento de Guaymallén, los primeros tiempos en esta actividad no fueron fáciles, ya que empezó con su bolso vendiendo en la calle.

El material se lo entregaba su hermano, que a su vez lo obtenía de una librería, de las pocas que existían por entonces. Y Roberto recuerda que los comienzos fueron una verdadera odisea para evitar problemas con el gremio municipal: esperaba que cerraran los comercios y se ubicaba en la avenida San Martín entre las 14 y las 16 y luego entre las 21 y la medianoche. Así, todos los días.

Recién hoy, instalado en los “cilindros” de La Alameda y con días y horarios fijos, dice que encontró allí su lugar en el mundo, un sitio que no cambiaría por nada: tiene su clientela fija, está habituado y, además, forma parte de una gran familia, aunque muchos de sus compañeros son temporarios.

Un lugar en el mundo

“Soy el que más perduró, porque muchos llegan, venden un tiempo y se van. Después de una lucha muy larga, de reclamos y de notas elevadas a la municipalidad de Ciudad, logramos algo muy importante, que es trabajar en la zona de los cilindros de lunes a sábados de corrido, de 10 a 19″, repasa Roberto, en diálogo con Los Andes.

Agrega que está agradecido con el espacio que les cedió el municipio de Ciudad tras una lucha que se inició en 2008. Hasta ese momento, Roberto iba de acá para allá, casi acostumbrado a que lo sacaran de distintos lugares.

“Un día fuimos a pedir el permiso junto con un compañero y tras un tiempo, me lo otorgaron. Fue un proceso lento porque tenía días asignados y solo un turno. En 2010 nos dieron definitivamente los sábados a la mañana; luego los viernes a la misma hora y más tarde los jueves. Ibamos adelantando poco a poco”, recuerda.

Tiempo después llegaron los artesanos al lugar y los libreros, que comenzaron a observar que se instalaban en forma permanente, hicieron valer sus derechos. “Fuimos varios los compañeros que reclamamos y así logramos que nos autorizaran de lunes a viernes, que fue un gran avance”, rememora.

La instalación de resguardos para estos trabajadores también representó un proceso largo. Se evaluó colocar gazebos para evitar permanecer al rayo del sol en el verano o para mitigar las temperaturas rigurosas. Pero no hubo respuesta favorable. Poco después surgió la idea de los cilindros.

“Tampoco fue de un día para el otro. Creo que si se logró fue gracias a la insistencia y perseverancia de compañeros del rubro, que no dejaron de plantear la problemática todos los días sin parar”, subraya.

Lo cierto es que el espacio situado en la avenida San Martín al 1700, a la altura de la calle Córdoba, está prácticamente asignado a los vendedores de libros usados, hoy un total de 11 trabajadores distribuidos en cinco cilindros que ofrecen libros nuevos y antiguos, muchos de ellos inéditos y de gran valor.

“Creo que todos llevamos esto en la sangre, una actividad que si bien es comercial, tiene la finalidad de mantener la llama eterna de la literatura”, agrega Roberto y cuenta que muchas personas se acercan a pie o con sus vehículos, les dona libros y ellos se los distribuyen para vender. Claro que el mayor stock lo consiguen a través de la compra directa en librerías.

Con los libros bajo el brazo

“Hay algo que es muy lindo y reconfortante, el cariño que la gente nos demuestra en todo momento. No hay competencia ni quejas de ninguna índole, todos se muestran muy contentos de que podamos ofrecer en La Alameda nuestra mercadería. Nos felicitan y sentimos un gran apoyo. Por otro lado los cilindros le dieron un aspecto muy agradable al lugar, fue un cambio que se notó a la vista”, señala.

Claro que para llegar a este presente corrió agua debajo del puente. “Todavía recuerdo llevando un bolso cargado de libros y que llegaran los inspectores y me echaran. Me acuerdo en una oportunidad que salimos corriendo con los bolsos repletos junto a un compañero. A veces se armaban verdaderas batallas campales”, evoca.

Por entonces, su hijito Gonzalo tenía ocho años y muchas veces lo acompañaba y protagonizaba toda aquella odisea. Lo cierto es que Gonzalo heredó esta pasión y hoy también se dedica al rubro.

En algún momento, debido a la epidemia de la tecnología y la llegada de las app y las redes sociales, tal como define Roberto, la venta de libros bajó su consumo.

“Pero en general nos va bien. Somos el mercado más económico y con reliquias de libros únicos. Los clientes no se acercan a buscar lo mismo que buscan en una librería convencional. A La Alameda vienen a encontrar piezas únicas e irrepetibles”, advierte.

Profesores, estudiantes, lectores de paso, intelectuales. Los clientes varían muchísimo y los fijos son los que mantienen vivo al sector.

“¿Si los libros digitales vinieron a reemplazar a los libros de papel? Pienso que son nuevos diseños, me encantan, pero hay público para todo”, define. Además, aclara, los digitales tienen la ventaja de que sus páginas están completas.

“Yo soy un emprendedor, siempre estoy presente en ferias, viendo qué hacer, cómo innovar, no me quedo solo con una actividad, me considero un trabajador”, agrega, para definirse como un amante de la ciencia ficción, la poesía y los cuentos.

“Siento que soy algo así como un vendedor ambulante pero a la vez con un lugar fijo. Ahora, al menos, no pasamos tanto calor, no nos pega la lluvia, estamos resguardados”, concluye, para finalizar: “La Alameda es el mejor lugar que nos pudo haber tocado para trabajar porque estamos alejados de las librerías y es una zona muy transitada. Me siento agradecido”.

Las ofertas que ofrece Roberto rondan los 200 a 500 pesos por libro o 3 por mil pesos. “Se me terminó la oferta de 100 pesos”, aclara. Sin embargo, cuando él los consigue a través de una donación, les pone un precio sumamente accesible para que nadie quede afuera del placer de la lectura.

“Trabajo de lunes a lunes, voy a ferias en distintos puntos y jamás falto a La Alameda. La temporada alta son los meses de verano, por los turistas, y suele bajar en el invierno. No tiro manteca al techo, pero toda la vida me dediqué a esto y puedo vivir de mi actividad”, concluye.

Cómo contactarlo

Para contactarse con Roberto Mignani y consultar por verdaderas reliquias, los interesados pueden llamar al 2615 72-5264.

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