Julián Chabert. “Sueño hacer un mundo mejor con cada nota, con cada móvil”

Dice que en casi todo lo que hace se siente un comunicador. Prefiere contar las historias de los “esenciales” del tejido social que nos sostiene. Empezó estudiando Comunicación Social y luego se pasó a Teatro. Es marca registrada de los móviles de la TV.

Julián Chabert se ha convertido en marca registrada de los móviles de la televisión mendocina. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Julián Chabert se ha convertido en marca registrada de los móviles de la televisión mendocina. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

Esta vez, se invirtieron los roles y fue Julián Chabert quien abrió las puertas de su casa para esperarnos con “cosas ricas”. Esta vez, quien se ha convertido en marca registrada de los móviles de la televisión mendocina ocupó el lugar de los “esenciales” que suele mostrar él cuando se mete en barrios a los que pocos llegan, en parajes inhóspitos, en lo profundo de la montaña.

“Creo que cuando uno está haciendo este laburo es esencial. Mostrar el trabajo de esta gente y emocionar como me emociono yo, sí, eso es esencial”, reflexiona. Pero no se la cree, sabe que no es una condición permanente. “Nosotros en la tele también aparecemos y desaparecemos como esenciales”, dice mientras trae a colación aquel concepto que aprendió en teatro: “el arte ocurre”, no está todo el tiempo. “En una obra de teatro que dura una hora y media, en dos o tres momentos el arte ocurre, como algo que aparece y desaparece”, explica.

Julian Chabert. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Julian Chabert. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

Con la misma espontaneidad y desparpajo que muestra en cada aparición televisiva, pero con un lenguaje menos cuidado -”esto no sé cómo lo vas a poner o si lo vas a poner”, advierte- repasa su vida y su carrera. Incluso, trata de desentrañar aquello que había quedado fuera de su recuerdo como el motivo por el cual eligió estudiar Comunicación Social cuando salió del Liceo Agrícola y Enológico, de la UNCuyo.

“Cuando estaba en sexto año, fui presidente del centro de estudiantes y rompía ... con que la comunicación era importante, con cómo comunicar las cosas”, aporta luego de consultar a su mamá Graciela, quien pudo echar luz y encontrar la explicación por la cual aquel adolescente que no tenía interés por los medios, en 1993 entró a la facultad de Ciencias Políticas y Sociales. “Sí tengo claro por qué hice Teatro”, asegura a la vez que agrega que arrancó la segunda carrera luego de un taller que hizo en comunicación y ver un par de obras que le “volaron la cabeza”.

Las raíces

La familia es el equipo con el que salís a la cancha”, dice contundente Julián, convencido de que si uno tiene muchas habilidades, pero está solo no va a llegar a nada.

En su equipo están: su esposa Cecilia (“La Gringa”, como le dice cuando muestra el álbum de casamiento o las fotos que decoran el living), su papá Mario (geólogo), su mamá Graciela (médica), sus hermanos Mariano (que vive en República Dominicana y por estos días arribó a Mendoza para festejar los 80 de Mario), Guillermina y Victoria. La formación se completa con sus dos soles: Valentina (que está por cumplir 15 y vive en Tunuyán con su mamá) y “Luchi”, de 4 añitos, que ilumina y revoluciona la casa de la Sexta Sección.

Al autodefinirse como un comunicador, bucea en su árbol genealógico dónde puede estar la raíz de “sentirse un comunicador en casi todo lo que hace” y llega a sus abuelos Rosselli y Chabert.

El abuelo materno era médico pediatra en La Plata, comunista y le gustaba escribir. “Era groso. La sala de niños del hospital Italiano de La Plata lleva su nombre”, cuenta orgulloso y relata que por la década del ‘50 fue a China a estudiar el trato con los pacientes. “El comunismo insistía sobre la importancia del trato con la gente. Es lo que yo hago... No lo había pensado hasta ahora que lo estoy diciendo”, analiza.

El abuelo Chabert vivía en Villaguay (Entre Ríos), era inventor, un óptico que “desarrollaba cuestiones para ver las cosas de otra manera” y era fotógrafo. “Si te ponés a pensar, también tiene que ver con lo que hago. Era muy científico, muy técnico, pero estaba con esto de la mirada, de la fotografía”, explica.

Se puede decir, entonces, que trae en su ADN esas dos características que lo distinguen como “un periodista social” -tal como le gusta decir-: la empatía con los protagonistas de sus notas y aportar una mirada diferente.

Si bien su hermano y él nacieron en La Plata, de donde es su mamá, Julián se dice mendocino. “No me siento otra cosa. Vivo acá desde el año.”

Después de pasar por las aulas de la primaria Juan Martínez de Rosas (de donde guarda “divinos recuerdos de la infancia”) y por el Liceo Agrícola (de donde surgió su grupo de amigos y donde se tomó muy en serio lo de ser presidente del centro de estudiantes al punto que debió rendir todas las materias al final de año), desembarcó en Comunicación Social y luego en Teatro.

Descubrió su vocación por la actuación cuando estaba en tercer año de Comunicación y con Rodrigo Galdeano participó de un curso que dictó Ernesto Suárez. “Él nos dio dos clases y después nos dejó con un ecuatoriano. Nos voló la cabeza y nos metimos a estudiar Teatro. Queríamos hacer las dos carreras, pero eran en el mismo horario. Y abandonamos Comunicación”, rememora mientras revive los cuestionamientos de sus padres. “¡Teatro! ¿de qué vas a vivir?” fue la preocupación que no impidió que lo acompañaran en la decisión y le brindaran su apoyo.

Con sus divertidos móviles, Julián se gano el cariño de todos los mendocinos.
Con sus divertidos móviles, Julián se gano el cariño de todos los mendocinos.

“A mí me ha servido más el teatro que la comunicación para lo que hago. El teatro me ha dado más herramientas”, admite aunque valora toda la formación recibida.

Viví uno de los mejores momentos de la educación pública en la primaria, la secundaria y las dos facultades”, considera. Y enumera -con el artículo adelante como corresponde al buen mendocino, para remarcar ese mix de cercanía y respeto en la relación docente/alumno- profesores que también le “enseñaron muchas cosas de la vida”: Jorge Sosa, Enrique González, Mónica Borré, Estela Zalba, Zuleta Álvarez, Ernesto Suárez, Víctor Arrojo, Ariana Gómez, Gladys Ravalle, Nona Salmerón.

Periodista social

Sin imaginarse que sería uno de los movileros referentes de la tele de Mendoza porque mientras estudiaba Comunicación le gustaba hacer radio más que la TV, señala que cuando salió a la calle le gustó tanto que nunca más se quedó adentro. “La calle es mi casa, mi hogar. Cuando estoy en el canal me da como claustrofobia”, grafica. Si bien se lo ha podido ver en varias ocasiones en el piso del noticiero y ha hecho conducciones, insiste en que se siente vivo en las calles. “El piso es todos los días igual; la calle tiene mucha más sorpresa y complejidad”, reitera.

Y en la calle prefiere pararse en el periodismo social más que en periodismo de coyuntura. Es que la Legislatura o la Casa de Gobierno no le seducen tanto como “reflejar el tejido social que nos sostiene”.

Todavía sueño hacer un mundo mejor con cada nota, con cada móvil, con cada trabajo mío”, confiesa y sigue: “Creo que el gran desafío que tenemos los comunicadores y periodistas es entender por qué nos pasa lo que nos pasa y estar en el camino de las soluciones y mostrar a la gente que trabaja en estas soluciones para hacer un mundo mejor, desde el barrio, desde las bases”.

-¿Cómo elegís las historias?

-Creo que si las historias me emocionan a mí, pueden emocionar a la gente. Sólo tengo que contarlas bien.

Así, una vez más vienen a su mente protagonistas de sus notas. Aquellos que identifica como “alquimistas de la ausencia”, como una mujer de Palmira que contaba cómo era irse a dormir con hambre y que si bien sabe que no puede terminar con el hambre en todo su distrito de San Martín, sí puede ocuparse de los chicos de su calle. O aquellos que “cambian dolor por oportunidades” como la madre que espera que su hijo salga de la cárcel haciendo muñecos de trapo para esperarlo con una fábrica de juguetes y que no vuelva a caer en las drogas. O los que “ganan el cielo” como aquel enfermero del Lagomaggiore que lee cuentos a los bebés internados que tienen las horas de vida contadas.

-¿Qué te dejan esas historias?

-Me dejan todo. De qué me voy a hacer problema y de qué no. A qué le voy a dar bola y a qué no. Volvés a tu casa, están tus hijos sanos, tu mujer... cómo construís tu familia. Creo que esas historias me dejan muchas cosas.

La calle le ha permitido conocer una infinidad de historias en las que nos sumerge cuando hace esos móviles y le ha redundado en reconocimiento social, pero también le ha hecho preguntarse “qué hago acá” porque lo ha puesto en peligro.

Conocida es aquella experiencia violenta con la que cerró el 2011, cuando él y el camarógrafo “Rulo” Zalazar acudieron a una finca de Los Corralitos a partir de una denuncia por explotación laboral a trabajadores golondrina. Aunque la idea era encontrarse con inspectores de la Subsecretaría de Trabajo, terminaron en otra finca donde los encerraron, los hicieron desnudarse y los amenazaron.

“Fue muy picante. Nos podrían haber matado. Todo duró 5 minutos, pero fue violentísimo y muy gracioso a la vez”, señala y cuenta los detalles que el paso del tiempo ha convertido entre bizarros y divertidos, ese relato que se ganó un lugar en las 20 funciones de stand up que Julián hizo junto Claudio Martínez recordando anécdotas que le dejó el periodismo.

“Eso me pasó un miércoles y el viernes hice un asado para toda mi familia y amigos. Les dije que era como un nuevo cumpleaños”, destaca y admite con impotencia que lo que él vivió suele ser moneda corriente en el trabajo rural.

En diciembre de 2011, Julián fue encerrado y agredido en una finca de Los Corralitos.
En diciembre de 2011, Julián fue encerrado y agredido en una finca de Los Corralitos.

Más cerca en el tiempo, otra situación en la que vio el peligro muy cerca le hizo pensar en su familia. Fue durante la cobertura de lo que él denomina como “revolución en Chile”. En una de las notas dijo que los uniformados chilenos también eran víctimas de todo lo que estaba pasando en el estallido social de 2019. Eso lo puso más en riesgo porque empezó a circular una foto suya con la inscripción ‘ésta es la rata argentina que defiende a los milicos, búsquenlo y rómpanle la cámara’. Y después de haber protagonizado momentos de violencia decidieron regresar.

“Me arrepiento en el alma, pero el peligro existía. Es maravilloso contar esa cuestión de una revolución. Vivir eso es alucinante”, recuerda al relatar cómo recorrían las calles santiaguinas entre barricadas. Esa pasión que da esta profesión también lo llevó pensar en ir a cubrir la guerra en Ucrania. “Hay mucho para contar, pero están matando muchos periodistas y pensás ¿está bueno dejar a tus hijas sin padre? No. Entonces, allí nos bajamos.”

Un youtuber periodístico social, existencial

“En un futuro cercano me veo como un youtuber periodístico, social, existencial”, sueña mientras se prepara para afrontar este camino que ya había encarado y que después de 9 días internado por Covid-19 le quedó claro que no quiere postergar.

Quiere tener la posibilidad de salir a la calle con la libertad de resolver por él mismo las cosas. “En el canal, todo ese aparato funciona muy bien, pero es complejo que todo se pueda alinear para hacer lo que yo quiera”, precisa.

“¿Te acordás de Shaka Zulu (miniserie de mediados de los ‘80 que relataba la vida del fundador del reino zulú en Sudáfrica en el siglo XIX)?”, sorprende con la pregunta. Y sigue: “Cuando el tipo se hace cargo del ejército lo primero que hace es achicar el escudo y acortar la lanza para tener más libertad de movimiento. En ese momento de mi vida estoy yo: quiero achicar la lanza y el escudo para ser más ágil”.

Para tener esa libertad que desea ya empezó a aprender a editar. Y uno de sus primeros trabajos en este sentido se puede ver en “Esenciales”, donde destaca las historias de quienes “tejen el tejido social”.

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