No los une el amor, ni siquiera el espanto

El año termina con una suma de incompetencias entre oficialismo y oposición, que ha hecho retornar viejos resabios contra la política en general, por parte de una sociedad que otra vez se siente defraudada por los unos y por los otros.

El año termina con una suma de incompetencias entre oficialismo y oposición, que ha hecho retornar viejos resabios contra la política en general, por parte de una sociedad que otra vez se siente defraudada por los unos y por los otros.
El año termina con una suma de incompetencias entre oficialismo y oposición, que ha hecho retornar viejos resabios contra la política en general, por parte de una sociedad que otra vez se siente defraudada por los unos y por los otros.

Una doble decepción sufrió la voluntad popular con las elecciones legislativas de este año. La mayoría, por un lado votó para que el gobierno cambiara el pésimo rumbo seguido en casi todas sus políticas. Y por el otro lado votó para consolidar una oposición firme que en caso de que el oficialismo no cumpliera, se preparase para sustituirlo en 2023, pero mientras tanto tuviera el poder de controlarlo.

Sin embargo, pese a las declaraciones iniciales de Alberto Fernández, que otra vez mintió (tal cual es su hábito ya consuetudinario) al jurar que había escuchado la voz del pueblo y que por ende modificaría todo lo que había que modificar, lo cierto es que el gobierno nacional incrementó sus defectos entre las PASO y las generales, intentando doblegar el mal resultado con burdo y brutal clientelismo en vez de mejoras gubernamentales.

Y si desde hace unas semanas no mete tanto la pata es porque lo ha reemplazado en esa tarea una oposición que en vez de mejorar la imagen popular de la política, la ha empeorado con una sucesión de torpezas inimaginables hace pocos meses atrás.

Vale decir, al pueblo no le cumplió ni el oficialismo ni la oposición, por eso ha resurgido por debajo una profunda decepción con toda la política.

Juntos por el Cambio no explotó, vale decir no voló por los aires, no se dividió hacia afuera y eso sigue siendo su gran ventaja diferencial pese a que le ha surgido una opción por derecha. Sin embargo, lo que sí hizo fue implosionar. Una implosión ocurre cuando las paredes de un cuerpo se rompen hacia adentro y se hunden en multitud de divisiones internas. Se convirtió en una bolsa de gatos, manteniendo la unidad eso sí, pero bolsa de gatos al fin. Algo que el peronismo sabe manejar muy bien porque siempre fue una bolsa de gatos, pero la oposición republicana lo maneja horrible.

Y eso que tiene enfrente a uno de los gobiernos más desastrosos de la democracia, que si terminó el año respirando un poco fue porque la sociedad está mirando más hacia aquellos en los que confió y por ahora la vienen defraudando.

Pero, en suma, hubo a fin de año un empate de incompetencias entre oficialismo y oposición.

La división de bloques en Diputados de la Nación sigue siendo una de las actitudes más incomprensibles de la dirigencia radical porque fue dispararse un tiro en el pie sin necesidad alguna. Trasladaron una interna cordobesa a la cuestión nacional pero eso fue apenas la punta del iceberg de una división más compleja. La vanidad de Lousteau y el protagonismo en las sombras del Coti Nosiglia, entre otras linduras, nos hablan de un radicalismo paralelo al que dirige el Comité, que quiere avanzar en la toma del poder interno desde oscurantismos que le impiden al tradicional partido ubicarse en el lugar que le corresponde luego de haber hecho un muy buen papel -sobre todo desde el interior del país- en las elecciones. Existen muchas viejas heridas no saldadas en la UCR que ahora, en medio de su crecimiento político, se presentan como obstáculos a resolver.

Por razones diferentes, en el PRO ocurre algo similar, no por viejos sino por demasiado nuevos, Aún les falta el mínimo afecto societatis para constituirse como organización política al carecer ahora de un líder único. Por lo que se ha convertido en un show de protagonismos individuales que ya comenzaron su carrera al 2023 con escasa lealtad partidaria entre ellos.

Donde todas estas cosas se vieron con una claridad supina fue en el último gran debate del año, que ocurrió en la provincia de Buenos Aires pero que es de trascendencia nacional: la reelección de los intendentes.

Allí el oficialismo, pese a que también se dividió en los criterios, tuvo poco o ningún costo porque para ellos las reelecciones indefinidas son moneda corriente dentro de su escasa vocación republicana. Pero para los que se precian de levantar precisamente esas banderas, el debate los metió en un brete del cual era muy difícil, sino imposible salir. En gran medida por errores propios retroactivos.

Ahora el gran público descubrió el profundo macanazo (por decir poco) que cometió María Eugenia Vidal cuando reglamentó la ley de reelecciones limitadas durante su gestión. Se llenó la boca (junto con Sergio Massa) de que habían frenado a sólo un período más las reelecciones de los intendentes, pero entre gallos y medianoche transaron una deshonesta reglamentación que hallaba la forma para que en la práctica los intendentes pudieran reelegirse eternamente ya que si en su segundo período sucesivo renunciaban antes de la mitad del mandato, podían presentarse a un tercer mandato. Y así sucesivamente. Una verdadera estafa popular de la que son responsables unos y otros.

Así, ahora aparecen los que proponen un tercer mandato excepcional para 2023-2027 a cambio de eliminar esa reglamentación. Total ya en 2027 encontrarán otra excusa para seguir avanzando en su eternización.

Lo cierto es que, debido a su implosión, Juntos por el Cambio no pudo unificar una postura, por lo cual una parte terminó votando por eliminar la reglamentación a cambio de una elección más, y la otra votó no aprobar ninguna nueva reelección. Con el efecto de que nadie quedó conforme. Cada sector le reprochó al otro por su decisión y ambos sectores fueron igual de mal vistos por la sociedad en general, al apañar, por buenas o malas razones, reelecciones que todo el mundo suponía ya habían terminado con una ley que vendieron como ejemplar y en realidad era de una hipocresía colosal: aparentar cambiar algo para que nada cambie o que incluso se empeore. Un gatopardismo vergonzoso que por supuesto lo pagó políticamente aquel a quien más probidad se le exige, que es la oposición que espera ser alternativa en 2023.

En fin, todo mal. Es de esperar que esto no sean más que los efluvios de la borrachera generada por una victoria bastante inesperada, y que mareó a los ganadores haciendo que mostraran lo peor de ellos. Pero ahora tienen todo el año que se inicia para mostrar lo mejor que tienen y de ese modo lograr que en 2023 los ciudadanos de la república democrática posean verdaderas opciones en donde depositar las esperanzas de un futuro que por el momento aparece muy oscuro.

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