La Argentina demediada

La política se convirtió en la Argentina en un agujero negro que devora la objetividad y el pensamiento propio.

“Argentina tiene una enfermedad muy grave que es el odio”. / Foto: Archivo / Los Andes
“Argentina tiene una enfermedad muy grave que es el odio”. / Foto: Archivo / Los Andes

Las posiciones que enfrentaron al presidente y al jefe del gobierno porteño parecen encuadrarse en la Teoría de las Verdades Contradictorias, de Isaíah Berlin. El filósofo británico planteó que dos posiciones pueden ser verdaderas, aunque se contradigan mutuamente. De su razonamiento se desprende que sólo los dogmas ideológicos y religiosos eliminan totalmente la verdad de la posición contraria.

La diferencia entre el choque de Alberto Fernández con Horacio Rodríguez Larreta, y la teoría del autor de “El Sentido de la Realidad”, es que la contradicción entre priorizar la reducción del riesgo de colapso sanitario y defender las clases presenciales, no está en esas posiciones sino en los intereses políticos de quienes las sustentan.

Nada tiene de descabellado proponer el cierre de los colegios para reducir el riesgo de que rebase el sistema de salud multiplicando las muertes por covid. Y tampoco es descabellado reducir el impacto negativo emocional, psicológico y pedagógico que tiene el cierre de escuelas después de haber perdido un año lectivo entero.

Lo absurdo es que la sociedad se divida entre gente convencida de que “defiende” la vida contra los “promotores de la muerte” y gente convencida de que “defiende la educación” contra quienes “quieren destruirla”, cuando en realidad son, en términos generales, partes de los electorados de las dirigencias enfrentadas.

Lo que en realidad defienden es al liderazgo con el que se identifican.

Si Rodríguez Larreta hubiera tenido cerradas las escuelas y Alberto Fernández lo obligara por decreto a reabrirlas, las porciones de la sociedad que hoy apoyan a uno y a otro estarían haciendo exactamente lo mismo: apoyar al exponente del espacio político con que se identifican defendiendo con vehemencia su posición.

La política se convirtió en un agujero negro que devora la objetividad y el pensamiento propio. En palabras del ex presidente uruguayo José Mujica, “Argentina tiene una enfermedad muy grave que es el odio”.

Sencillamente, es imposible que todas las personas que votan a Cristina Kirchner estén de acuerdo con el cierre de las escuelas y a favor del fallo del juez federal que obligó al gobierno de la CABA a cerrarlas. También es imposible que todos los que votaron a Mauricio Macri y se oponen al kirchnerismo, estén de acuerdo con mantener las escuelas abiertas y crean que Rodríguez Larreta hace bien al desconocer el fallo de un juez federal, por considerar correcto el de la Cámara porteña que avaló la posición del jefe de Gobierno.

La asunción de esas posiciones no es natural, sino forzada por la patología política que señala el diagnóstico de Mujica. La causa una politización extrema en todas las situaciones, incluidas las que no deben ni tienen por qué politizarse.

La realidad evidente es que hay razones lógicas de un lado y del otro. El riesgo de colapso sanitario si no se contiene la segunda ola de contagios, es un argumento razonable. También lo es tener en cuenta la dimensión del daño que ocasionó la pérdida del año escolar completo en el 2020 y la necesidad de no agravarlo repitiendo el cierre de las escuelas. Lógico sería entonces que la división en la sociedad a favor de una u otra posición, no responda a las adhesiones políticas.

Sin embargo, todos los que están de un lado y otro de “la grieta” coinciden absolutamente con la posición que esgrime su respectivo liderazgo político y con la de los jueces que se pronunciaron a favor de esa posición.

Es objetivamente preocupante que el presidente haya decretado el cierre de escuelas en el AMBA de manera inconsulta y también lo es que el jefe de gobierno porteño desoiga el pronunciamiento de un juez federal.

Sobran razones para pensar que si Alberto Fernández cambió de un día a otro de posición y pateó el tablero del diálogo, fue cediendo a presiones ejercidas desde el Instituto Patria. También parece evidente que, si Larreta actuó a contramano del respeto al accionar judicial que siempre predicó, fue por ceder a presiones desde los alrededores de Macri.

El posicionamiento empujado por el odio político devora la soberanía mental. La debacle del razonamiento comienza en la dimensión de los medios, la intelectualidad y el mundo artístico, porque allí se da el primer alineamiento en bloque.

Cuando fomentan la confrontación incluso en circunstancias en las que confrontar es inmoral y temerario, kirchnerismo y macrismo actúan como virus que infecta la política.

La sociedad parece el “vizconde demediado” de Italo Calvino. El odio político es la bala de cañón que, en una batalla del siglo XVII, partió en dos al personaje de la novela del escritor italiano. Pero una mitad del vizconde era bondadosa y la otra malvada, mientras que en la Argentina demediada, las dos partes ven en la otra a la maldad absoluta.

*El autor es Politólogo y periodista.

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