Génesis del espacio público verde en Mendoza

Un gran desafío ambiental de Mendoza consiste en no olvidar la huella del arbolado urbano, el cual debe cuidarse y mantenerse para el futuro

La negación del arbolado y los espacios públicos
La negación del arbolado y los espacios públicos

Las plazas y los parques son espacios públicos forestados que manifiestan la experiencia urbana, complejidad y heterogeneidad sociocultural. En ellos, la arquitectura encuentra el escenario apropiado para manifestarse, pero sola no hace el espacio público, necesita de la gente y del hacer cotidiano. Son su esencia, y tienen todos los derechos de habitarlos bajo un entretejido de árboles que los protejan y alegren su vivir.

El árbol y el agua son las insignias del espacio urbano mendocino. Existen por la imperiosa necesidad de protegernos en una convivencia equilibrada entre lo racional de las acciones y la socialización de las relaciones. Pero, cuando realizamos obras de arquitectura e infraestructura pensando que solas hacen el espacio urbano y, creemos, con mezquindad. que lo estético del paisaje es el pavimento y reducidos paños verdes.

El espacio urbano se creó como una red formada por llenos, arquitectura y vacíos, plazas y parques unidos por un entramado de calles arboladas. “Es Mendoza atrayente y variada. Hermosas son sus calles arboladas y limpias sus calzadas. Amenas sus costumbres, brillante el comercio y magníficos sus parques y paseos… Y el bullicio de sus calles –que en invierno baña el sol y en verano protegen los follajes– es un himno a la vida”. (Frank Romero Day, 1° Congreso de Urbanismo, 1931)

Mendoza, es la calle, la plaza y el parque, la integración y la sociabilización. El árbol, la gente y las relaciones que ellas establecen cuando, “… conecta viviendas, escuelas, negocios, bancos; permite cualquier actividad pública o privada, bajo un atrio vegetal donde se reúnen, manifiestan o intercambian experiencias…cuando hace demasiado sol o frío, sequedad o viento” (J. Cremaschi, 1983).

El arbolado no es una obstrucción visual para el ego arquitectónico, ni un lujo para mantener en el tiempo, es inversión, justicia social, equilibrio ambiental, protección sanitaria, responsabilidad ciudadana y gubernamental ante el cambio climático. Adquiere su dimensión cuando es escenario y ejemplo para otras ciudades de nuestro país que propician a través de la Red Argentina de Municipios frente al Cambio Climático, plantación de árboles en sus ciudades.

Hoy una buena manera de hacer ciudad, en tiempos de globalización que homogeniza imágenes sería hacer el espacio urbano analizando, proyectando y revitalizando los valores instaurados en el espacio público y mejorarlo con los elementos identificados por la sociedad.

El mayor desafío para gestionar es crear, con y desde los habitantes, para contribuir al crecimiento de la ciudad y de los individuos. Sus mejores escenarios son la valoración cultural, la integración social y la afirmación de la identidad. Las catástrofes naturales o las tragedias humanas, no deben amedrentar a la gestión, deben ser el desafío para hacer del espacio público un lugar para la convivencia con seguridad, calidad y bienestar.

No somos utópicos, no hay una ciudad ideal, se transforma, puede ser de imagen global, especulativa y, agresiva. Pero, no puede perder su esencia, el misterio de los encuentros, la privacidad y la inmersión en lo colectivo. No puede perder aquello que nos protege, los árboles.

Padecemos de una crisis del espacio público, prevalece la dinámica de lo estético fugaz, de diseños para climas más amigables y hasta se especula con la calidad ambiental y consumos de recursos naturales. La opción no es compensar con actuaciones aisladas de respecto por zonas monumentales o históricas, si dejan que el resto se fragmente y desarrolle según patrones difusos, anónimos.

No es posible pensar, ni operar en el espacio público sin sumar criterios donde la variable ambiental sea el instrumento de gestión para el desarrollo sustentable. El concepto de ciudad bosque con espacios públicos forestados, es una variable del desarrollo sustentable experimentado para la supervivencia con calidad de vida.

El arbolado fue el instrumento de respuesta, y las acciones constructivas que hoy se hacen, afectan directamente a los seres humanos, árboles y fauna. Al imponer nuevos criterios de organización del espacio público urbano, como por ejemplo en la Plaza Marcos Burgos, se fractura esta conjunción equilibrada del hacer cotidiano en el ecosistema creado. Estas remodelaciones no mejoran la calidad ambiental del espacio público, promueven la tendencia de objetivación del bien público y propician el olvido del forestal como benefactor sanitario y factor de habitabilidad.

“El despliegue sucesivo de hallazgos técnicos y formas artísticas son el equivalente a las transformaciones morfológicas de los retos medioambientales que van favoreciendo a otros organismos. Y quizás, la combinación de técnica y arte más importante es la habitación humana, perpetuadora y baluarte de nuestra condición social. Ninguna máquina más compleja y necesaria que el lugar que vivimos, porque incluye todas las demás vidas.” (Savater, F.; Revista Clave N° 272, septiembre de 2020).

Habitar el espacio público es convivir respetando todas las vidas que viven en él, priorizar acciones de diseño, problemas de mantenimiento del verde o deficiencias técnicas y pretender que las soluciones pasan por la erradicación de forestales o aumento de solados no son justificativos suficientes para transformar el espacio público y crear un nuevo ambiente deficiente para el uso cotidiano. Es olvidar la huella de la cultura del arbolado urbano como bien público que debe cuidarse y mantenerse para las generaciones futuras.

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