El Salvador a la sombra de Bukele

Las maras eran el cáncer que carcomía la democracia salvadoreña. El líder que las venció mediante la represión, podría ser también el sepulturero del languideciente Estado de Derecho.

Partidarios del presidente de El Salvador Nayib Bukele hacen campaña por su reelección ante un centro comercial en San Salvador, El Salvador, el miércoles 31 de enero de 2024. Las elecciones presidenciales se celebran el 4 de febrero. (AP Foto/Moisés Castillo)
Partidarios del presidente de El Salvador Nayib Bukele hacen campaña por su reelección ante un centro comercial en San Salvador, El Salvador, el miércoles 31 de enero de 2024. Las elecciones presidenciales se celebran el 4 de febrero. (AP Foto/Moisés Castillo)

Bukele plantea un dilema al Estado de Derecho: ¿vale sacrificar democracia en pos de la seguridad de los ciudadanos? ¿están realmente más seguros los ciudadanos cuando se reducen drásticamente los derechos y garantías que implica la democracia?

El purismo democrático naufraga frente a liderazgos resultadistas. El presidente salvadoreño fue inmensamente eficaz para reducir el poder omnipresente que tenían las maras. Las acorraló, diezmó sus fuerzas y obtuvo como consecuencia la caída vertical de la tasa de crímenes, con su efecto inversamente proporcional: la recuperación de la tranquilidad y la libertad ambulatoria de la ciudadanía.

No es poco lo que Nayib Bukele le dio a los salvadoreños. La palabra “pandillas”, incluso el término “mafias”, no son claramente descriptivas de lo que implican las maras. Esas bandas que surgieron en la década del ochenta en Los Ángeles, ofreciendo “protección” a los salvadoreños que emigraron a esa ciudad norteamericana, terminaron convirtiéndose en poderosísimas mafias que abarcan desde el narcotráfico a la industria del secuestro y el tráfico de armas.

Aunque no hayan sido calificables de ejército invasor, en los hechos las maras constituyen fuerzas de ocupación que le arrebataron derechos y libertades a la sociedad salvadoreña. Por eso el notable debilitamiento de las maras ante la brutal ofensiva del gobierno le dio a Nayib Bukele una popularidad inmensa.

La realidad es que, antes que el presidente sobrepasara los límites que impone el Estado de Derecho, la democracia ya estaba debilitada en El Salvador. Si a la ley de las calles la imponían las todopoderosas pandillas, los salvadoreños ya habían perdido libertades públicas e individuales. Ergo, la democracia ya estaba debilitada en ese país centroamericano.

Fue Bukele el primero en tratar a las maras como fuerzas de ocupación que sometían a la sociedad haciendo correr ríos de sangre.

El joven presidente que se inició en política desde las filas del partido Farabundo Martí de Liberación Nacional, la ex guerrilla conocida por su sigla FMLN, siendo alcalde primero de un municipio cercano a San Salvador y después de la capital y principal ciudad salvadoreña, se convirtió en un exponente del anti-sistema ultraderechista junto a otras figuras como Jair Bolsonaro y Javier Milei.

La temeridad es un rasgo que demostró también en la faz económica, apostando de lleno a las criptomonedas. Pero lo que blindó el poder de Bukele con un masivo respaldo popular, fue su guerra frontal contra las maras, derribando límites institucionales y constitucionales, además de ostentar un sistema carcelario que mostró mediante videos propagandísticos a centenares de mareros sometidos a coreografías con estética de campo de concentración.

Eso convirtió a Bukele en un modelo de la nueva derecha anti-sistema, aunque haya sido dos veces alcalde por el partido de la izquierda salvadoreña.

Su popularidad y proyección internacional se pueden explicar fácilmente. Un poco más difícil es explicar que darle con el voto una reelección inconstitucional, aunque avalada por un poder judicial cooptado, podría allanarle el camino a una autocracia tanto o más destructiva de la democracia que ese poder fáctico y criminal que imponían las maras.

El Salvador salió de una larga y sangrienta guerra civil mediante una suerte de Pacto de la Moncloa que convirtió en pilares de la nueva democracia a los bandos que se habían enfrentado en el conflicto: los Acuerdos de Paz de 1992.

Por esos acuerdos, que fueron modélicos en el mundo entero, la ultraderechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), que había liderado el mayor Roberto D’aubisson, impulsor también de los escuadrones de la muerte que mataron decenas de dirigentes campesinos, líderes izquierdistas y defensores de los Derechos Humanos, entre ellas al obispo Arnulfo Romero, y el FMLN, la guerrilla izquierdista que se convirtió en partido político, se alternaron en el poder durante décadas.

Bukele rompió ese bipartidismo y el rediseño del sistema político que impuso podría hacer desaparecer a minorías políticas que fueron partidos importantes, como la Democracia Cristiana, fuerza centrista que dio figuras como el ex presidente ya fallecido José Napoleón Duarte.

Así como Alberto Fujimori usó la popularidad que le dio su eficacia en la guerra sucia contra el terrorismo sanguinario de Sendero Luminoso y la insurgencia del MRTA, para imponer en Perú una autocracia autoritaria, Bukele podrá usar una inmensa montañas de votos para pararse por encima de las leyes e imperar como un autócrata.

Las maras eran el cáncer que carcomía la democracia salvadoreña. El líder que las venció mediante la represión, podría ser también el sepulturero del languideciente Estado de Derecho.

* El autor es politólogo y periodista.

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