El poder cautivante de la lectura

Tiempos de pandemia... tiempos de leer y releer... Una opción siempre cautivante de ese diálogo intemporal, único, original entre un autor y un lector.

Los libros fueron el lugar al que muchos fueron en pandemia.
Los libros fueron el lugar al que muchos fueron en pandemia.

Estas meditaciones tienen su raíz en una deuda impaga con los libros que me han nutrido a lo largo de mi vida.

Muchos de ellos han actuado “con acción de presencia”, como decía mi padre, es decir, están en ese estante de mi biblioteca, mi secreta cantera, aguardando mi mirada o mi búsqueda afanosa.

Permanecen en silencio prestos a abrirse para mi deleite o mi reflexión.

Es que muchos de los libros que me acompañan y que, de tanto en tanto, acaricio con mis ojos o mis manos, me han proporcionado su sustancia vital, que tanto me han ayudado para edificarme por dentro.

Hoy diría: en tiempos de pandemia, hay que volver a esos libros que despiertan… Entonces ¡Cómo no rendirles el gesto del homenaje, desde el fondo mismo del alma!

El año pasado, me topé con un libro que me libró del entumecimiento: “Cómo llegó la noche”, de Huber Matos.

Son las memorias de un revolucionario cubano que entró junto a Fidel Castro en La Habana en las jornadas iniciales de la Revolución Cubana.

Corría 1959. Aquí gobernaba Frondizi. Muy pronto su negativa a seguir el viraje al comunismo llevaron a Huber Matos a un juicio inicuo y la cárcel: 20 años. En octubre de 1979 recuperó la libertad.

Las preguntas me brotaban, a medida que iba leyendo.

¿Cómo siguió viviendo, humanamente?

¿Qué lo mantuvo vivo y libre, espiritualmente?

¿Serán ciertas las palabras de la rusa Evgenia Ginzburg, en su extraordinario libro: “El cielo de Siberia”, que “el dolor desnuda la esencia de las cosas y nos impulsa a sorber la vida hasta el final”?

Pues bien, veamos el poder de la lectura en este viejo maestro cubano. Nos dice: “Le doy utilidad a mis largas horas. Leo y releo todo lo que puedo y llega a mis manos. En primer lugar los españoles, especialmente Cervantes. También Pérez Galdós y Pío Baroja. Disfruto a algunos de los grandes de las letras de nuestra América, como Rómulo Gallegos, Sarmiento y José Enrique Rodó. Entre los rusos Dostoievsky y Tolstói; y los autores franceses, Víctor Hugo, Balzac y Dumas. No es sólo distracción, sino interés en adentrarme y recorrer los campos del conocimiento y la expresión de estos grandes autores que han elevado el espíritu del hombre a un nivel superior. Con la compañía de los libros trasciendo mi circunstancia. Me convierto en un buscador de la verdad y de la belleza…”.

En otro lugar agrega: “…voy a releer y analizar las obras maestras que podamos conseguir. Leo ‘Resurrección’ de León Tolstói… Hay allí grandeza, fe ante la adversidad, esperanza en el hombre. Tolstói es un estímulo, un refuerzo moral invaluable. Volveré a leer las obras de Dostoievski, mi escritor favorito. Me intereso después por las ‘Vidas paralelas’, de Plutarco, obra que leí en mis tiempos de estudiante, y que ahora redescubro con interés. Sigo con otros libros, como la biografía de Abraham Lincoln, de Emil Ludwig… Me preparo para que sea siempre mi mente la que triunfe sobre las miserias del cuerpo. Mi condición espiritual tiene que estar por encima de todo lo que desorienta y crea turbaciones…Releeré los clásicos, comenzando con la mitología helénica. Me dedico a estudiar la Biblia, máxima expresión de la doctrina cristiana; esta incursión en el más sabio pensamiento escrito me ayuda a soportar los avatares de la existencia diaria en una reclusión tan inhumana. Las horas dedicadas a la lectura me elevan sobre mi condición de preso. Pero aparecen factores que alteran mis días…”.

Este lector impenitente llega casi al final del presidio a escribir: “Soy un animal acosado y adolorido, en el que sobreviven rasgos de humanidad y un rayito de luz… Quizás estoy en la frontera que delimite la demencia de la razón…me han robado arbitrariamente veinte años de mi vida…”

Sin embargo, sobrevivió. Estuvo en la Argentina a principios de 2000. La lectura y otras grandes fuerzas espirituales lo mantuvieron vivo.

Adolfo Bioy Casares decía: “Creo que vale la pena leer porque los libros ocultan países maravillosos que ignoramos, contienen experiencias que no hemos vivido jamás. Uno es indudablemente más rico después de la lectura”.

Otro testimonio de ese poder cautivante de la lectura, que acabo de descubrir. Me refiero al profesor de Oxford Esteban Cichello Hubner. Nacido en la extrema pobreza en Alta Gracia, Córdoba, se fue con su madre y sus hermanos a una villa miseria de Buenos Aires. Cuenta que vivían en un rancho, sin luz, ni agua. Su descubrimiento: la lectura. Leía todo lo que caía en sus manos. Su dicha: ir a la escuela. Allí tenía baño, agua caliente, un jabón, un plato de comida. Una de sus felicidades es cuando colocaron unas luminarias en la Panamericana, contigua a la villa. Podía ir a leer de noche. Trabajó desde los nueve años. Su madre lavaba ropa, para alimentarlos. Pues bien: terminó cinco carreras. Al comienzo derretía cables recogidos en los basurales y con el valor del cobre compró su primer diccionario inglés-castellano, que todavía conserva en Oxford. ¡Cuánto dice él del mundo inmenso que le abrió la lectura! Extraordinario valor de superación personal y de la olvidada cultura del esfuerzo…

Su ejemplo me estremeció tanto como el testimonio de Huber Matos.

Tiempos de pandemia… tiempos de leer y releer… Una opción siempre cautivante de ese diálogo intemporal, único, original, entre un autor y un lector.

*El autor integra la Junta de Estudios Históricas de Mendoza - Universidad de Mendoza.

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