El fariseísmo de la izquierda autoritaria

Los líderes que se auto-consideran “progresistas”, particularmente en América Latina. apoyan a ese déspota ultraconservador de Putin porque lo que tienen en común con él es tan oscuro como vigoroso: el desprecio a la democracia liberal.

Resiliencia de las dictaduras latinoamericanas.
Resiliencia de las dictaduras latinoamericanas.

A esta altura no es una novedad, pero siempre resultan impactantes las escenas en que los liderazgos que posan de “progresismo” y superioridad moral exhiben impúdicamente su naturaleza hipócrita y oscura.

Por cierto, el fariseísmo no es un rasgo exclusivo de las izquierdas autoritarias. Muchas democracias liberales actúan de manera funcional a despotismos fundamentalistas. Estados Unidos, entre otras potencias occidentales, cuestiona y aísla a regímenes autoritarios de izquierdas mientras hace negocios con autocracias ultraconservadoras.

La misma hipocresía dejan a la vista las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua cuando actúan de manera funcional a un líder ultraconservador abocado al expansionismo territorial: Vladimir Putin.

No son los únicos. En Latinoamérica hay varios izquierdismos sectarios, que practican alguna de las variantes de la cultura autoritaria y exhiben sus viscosas contradicciones guardando silencio frente a crímenes atroces y muestras de naturaleza reaccionaria por parte de dictaduras anti-occidentales.

La teocracia iraní, tan oscurantista y dictatorial como las que tienen reyes absolutistas en la otra costa del Golfo Pérsico, es allegada a los regímenes cubano, venezolano y nicaragüense, por lo tanto de todos los populismos de izquierda que mantienen vínculos y comparten discurso ideológico con Caracas y La Habana.

La última exhibición obscena de fariseísmo ocurrió en Bruselas. Parecía que la cumbre CELAC-Unión Europea se desangraría en la guerra que está destruyendo a Ucrania, pero el resultado final fue tibiamente alentador en lo referido al tan postergado acuerdo económico entre los dos bloques.

La cumbre sobrevivió a los campos de batalla donde está corriendo sangre eslava, aunque estuvo cerca de fracasar porque Cuba, Venezuela y Nicaragua actuaron a favor del presidente ruso y la delegación nicaragüense mantuvo esa actitud rechazando, incluso, la versión suavizada del cuestionamiento a la invasión que incluyó la declaración final.

En la cumbre, castrismo, chavismo y orteguismo mostraron su afinidad con Putin impidiendo la participación de Volodimir Zelenski y obstruyendo la inclusión de un párrafo condenando duramente la invasión rusa.

Cuidando mejor las formas que esos regímenes, pero siendo de todos modos funcional a Putin, estuvo la actuación de Lula. En cambio Gabriel Boric volvió a destacarse por la coherencia entre discurso y acción. Diferenciándose del eje La Habana-Caracas-Managua, el presidente de Chile dejó en claro que en ese conflicto Rusia, “que es la agresora”, ha violado el derecho internacional.

Reclamando un párrafo que condene de manera contundente a la invasión rusa, Gabriel Boric volvió a mostrarse como uno de los pocos izquierdistas latinoamericanos que se resisten a caer en la impresentable contradicción en la que caen las izquierdas y populismos sectarios. El joven mandatario centroizquierdista probó nuevamente que no tener ataduras como las que sujetan las posiciones de otros liderazgos latinoamericanos.

Distanciándose moderadamente de la izquierda funcional al Kremlin, Alberto Fernández dijo que “la invasión de Rusia sobre Ucrania desató un conflicto delicadísimo”.

Al hablar de “invasión de Rusia sobre Ucrania”, dejó en claro quién fue el iniciador del conflicto. Pero la UE pretendía que la declaración final incluyera una condena explícita, y encontró la resistencia de Caracas, Managua y La Habana.

Finalmente, Cuba y Venezuela aceptaron incluir un cuestionamiento muy suave a la invasión. Aún así, la representación nicaragüense rechazó suscribirla.

La pulseada fue reveladora de una oscura contradicción. Los tres regímenes, igual que las dirigencias populistas que los apoyan, se auto-perciben “progresistas”. Sin embargo, el líder al que defienden es un ultraconservador que impone una legislación retardataria contra la diversidad sexual, además de practicar el expansionismo territorial por la vía militar.

Cuba, Venezuela y Nicaragua fueron funcionales a Putin en los mismos días en que dinamitó el acuerdo sobre la exportación de granos, generando peligro de hambrunas en regiones de alta vulnerabilidad alimentaria. También en los mismos días en que el líder ruso dio otro paso en dirección retardataria en materia de diversidad sexual.

Rusia había avanzado positivamente en ese terreno con la legislación aprobada por la Duma en 1993, durante la presidencia de Boris Yeltsin. Pero con Putin retrocedió a los tiempos oscuros de la marginación y el estigma.

La política ultraconservadora comenzó en el 2013, con la prohibición de la difusión entre menores de cualquier información sobre diversidad sexual. Las leyes homofóbicas usan los mismos términos utilizados por los sectores más recalcitrantes de las religiones. Por ejemplo, trata de “degenerados” a los homosexuales, retrotrayendo la situación a los tiempos en que existía el “delito de sodomía”.

En los mismos días en que los autoritarismos de izquierda le cubrían las espaldas en la cumbre CELAC-UE, Putin daba un paso más contra la comunidad LGTB, al prohibir todo tipo de intervención médica para cambio de sexo.

Los líderes que se auto-consideran “progresistas” apoyan a ese déspota ultraconservador porque lo que tienen en común con él es tan oscuro como vigoroso: el desprecio a la democracia liberal.

* El autor es politólogo y periodista.

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