Argentina desquiciada

La lista de los dispuestos a “perder el alma” para no “perder votos” es multitud en Argentina.

Imagen ilustrativa / Archivo
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Parecen síntomas de una descomposición. El gobierno buscando revertir una derrota con una sobredosis de emisión monetaria que cause alucinaciones de mejora económica. La Corte Suprema jugando con fuego en una hoguera de vanidades. Dirigentes opositores cortejando a un candidato adicto a la exacerbación. Postales de una deriva en la que lo único que marcha viento en popa es la decadencia.

“Prefiero perder votos y no perder el alma”, dijo Fernando Múgica, líder socialista vasco asesinado por ETA. Un principio ético tan simple y elemental, en Argentina es ultrajado una y otra vez por la demagogia y el oportunismo. Ultrajes exhibidos con impudicia. Desde Carlos Menem explicando que “si decía lo que iba a hacer no me votaban”, hasta el gobierno inyectando ríos de billetes para generar una embriaguez de consumo que tendrá su peligrosa resaca después de noviembre; pasando por los halagos de Patricia Bullrich, Mauricio Macri y otros dirigentes del PRO al candidato que le dijo “zurdo de mierda…te voy a aplastar…” a Rodríguez Larreta.

La lista de los dispuestos a “perder el alma” para no “perder votos” pasa por la Corte, institución clave como reserva de armonía y racionalidad. Para no perder su propio voto, Horacio Rosatti se votó a sí mismo como titular del máximo tribunal, mientras Ricardo Lorenzetti recorría canales de televisión ventilando intrigas y la jueza Elena Highton hacía “la Gran Chacho Álvarez” renunciando del modo y el momento menos indicados.

El gobierno que nombró jefe de Gabinete a un conservador de ribetes oscurantistas al que exhibe como si fuera Franklin Roosevelt, está recalentando las impresoras de billetes para dar vuelta en noviembre el resultado de las Paso. Alberto Fernández sabe que inyectar dinero de ese modo es hacer ficción económica con riesgo de hiperinflación, pero la vicepresidenta impuso su propia agenda con la prioridad de conseguir mayoría en el Congreso a como sea.

El presidente también sabe que perder una elección de medio término es una vicisitud normal en una democracia, pero para Cristina Kirchner, perder la mayoría y mostrar debilidad ante los jueces es un problema personal por sus causas judiciales. Ella no prefiere “perder votos”, porque eso podría hacerle perder juicios.

La sobreseyeron en la causa Irán-AMIA, con una ayudita de las impresentables reuniones en Olivos que hacía Macri con jueces vinculados al proceso. Pero quedan otras causas con muchas pruebas, como obras de Vialidad y Cuadernos.

El fallo que la sobreseyó es controversial, pero no descabellado. El acuerdo con Irán no hizo caer las “alertas rojas”, razón por la que la teocracia persa decidió abandonarlo. Que magistrados vinculados a la causa visitaran a Macri, no es un dato menor. El acuerdo con Irán fue una pésima iniciativa instigada por Hugo Chávez y su intención era oscura. Pero su carácter delictivo es discutible. En cambio, los delitos que parecen evidenciar numerosas pruebas y testimonios en los casos Vialidad y Cuadernos resultan más claros.

Por eso Cristina le impuso su propia agenda a un presidente que las aceptó después de recibir un feroz linchamiento de imagen.

En Perú, Pedro Castillo prefirió chocar contra el líder que le dio la candidatura presidencial, antes que aceptar la imposición de una agenda temeraria y ministros que confrontan en lugar de buscar consensos. Por eso echó al beligerante Guido Bellido, de Perú Libre, el partido que lo llevó a la presidencia, para nombrar primera ministra a la moderada Esther Vázquez, que pertenece a otro partido.

Castillo defendió su potestad sabiendo que lo acusarían de traidor y agente de poderes fácticos.

Aunque lo acusaron de antemano, Alberto hizo lo contrario. Cediendo a la presión de quien le dio la candidatura, primero dinamitó el puente por el que transitó un buen diálogo con Rodríguez Larreta en el primer tramo de la pandemia. Y ahora manda el arquero a cabecear al área rival para ganar en noviembre, aún sabiendo los riesgos que implica esa jugada.

En el principal espacio opositor también hay escenas lamentables. El coqueteo de varios dirigentes del PRO con Javier Milei carece de dignidad política. Macri se dice cercano a sus ideas aunque difícilmente haya leído a Ludwig von Mises y Frederick Hayek, dos grandes teóricos que Milei invoca como profetas de verdades reveladas. Pero el rasgo principal del candidato libertario es la exacerbación y un “yihadismo” mediático que recurre a la violencia gestual y verbal, haciendo del desequilibrio emocional un arma atemorizante.

José Luis Espert, que en modo campaña logra moderar su despectiva agresividad, no actúa como un desequilibrado y puede explicar con claridad su visión económica sin atrincherarse en purismos teóricos.

Adular a Milei sin señalar la violencia que irradia parece una defección para no “perder votos” en manos de un candidato que vocifera de manera histérica sus aborrecimientos.

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