“Liberté, egalité, Mbappé”

Francia quiere un nuevo júbilo colectivo mañana cuando se enfrente a Croacia por el título del mundo.

“Liberté, egalité, Mbappé”
“Liberté, egalité, Mbappé”

Francia vive por estos días un potente “déjà-vu”. El júbilo en los Campos Elíseos tras la victoria en la semifinal ante Bélgica recuerda muy bien a aquel verano de 1998, cuando ganaron el Mundial que organizaron.

El cuento de hadas del equipo que lideraban Zinedine Zidane y Didier Deschamps, entonces capitán y hoy entrenador, unió a un país en el que afloraban ya tensiones sociales. Dos décadas más tarde, un nuevo éxito mundialista podría traer calma a una Francia sacudida por el terrorismo y por la agitación política.

El equipo de 1998 era identificado por una divisa que, a partir del “bleu, blanc, rouge” de los colores de la bandera gala, hablaba de una república multicultural: “black, blanc, beur”, “negro, blanco, árabe”.

El lema escondía y esconde un sesgo: acaso por el pasado colonial, en francés suele decirse “black” en vez de “noir” y “beur” -la palabra al revés fonéticamente- en vez de “arabe”. A pesar de ello, el título fue entendido como una historia exitosa de integración.

Estrellas como Kylian Mbappé, nacido en el suburbio parisino de Bondy de una madre argelina y de un padre camerunés, simbolizan una continuidad de esa diversidad.

“La Francia de hoy es una Francia de muchos colores. Nos sentimos todos franceses, estamos felices de llevar esta camiseta”, afirmó al respecto el volante Paul Pogba.

Y como cada generación necesita su eslogan, este equipo francés tiene el suyo: “Liberté, Égalité, Mbappé”, se leyó en varias ocasiones en este Mundial, una creativa derivación de la divisa que está en el origen de Francia como república: “Liberté, Fraternité, Égalité” (Libertad, Fraternidad, Igualdad).

Pero no todo es tan simple. La experiencia ya mostró que la euforia del triunfo puede ser engañosa. “Esta vez, desconfiamos”, escribe Laurent Joffrin, jefe de redacción del diario de izquierda “Libération”.

“Sobre todo, no sacar lecciones azarosas del éxito del equipo francés de Deschamps, tan mezclado como el de 1998", agrega Joffrin, que recuerda que la victoria de hace dos décadas no impidió que la extrema derecha llegara a la segunda vuelta de las presidenciales de 2002 o que, unos años más tarde, los disturbios sacudieran los suburbios pobres de París.

Y si bien Emmanuel Macron derrotó el año pasado también al Frente Nacional, ya en cabeza de Marinne Le Pen, la Francia de hoy luce un poco distinta. Después de años de parálisis, el país parece en movimiento con la llegada del joven mandatario al Palacio del Elíseo. “Francia está de vuelta”, insiste Macron, de 40 años, un producto típico de las escuelas de élite del país galo que sin embargo llegó con un mensaje renovador.

Después de la semifinal, no hubo foto de júbilo en la cuenta de Macron, pese a que el mandatario presenció el partido en las tribunas del estadio de San Petersburgo. "Todo el país los respaldará, con mucha energía, con mucho entusiasmo", señaló Macron desde Bruselas, donde asiste a la cumbre de la OTAN.

Francia ya tuvo un momento de júbilo colectivo con la Eurocopa de 2016, que perdió en la final ante Portugal.

Integrada o no, con fricciones sociales recientes o viejas, el país espera por un triunfo que permita una liberación. Que confirme, como escribió Guillaume Apollinaire en un célebre poema, que "la dicha viene siempre después de la pena". Al menos por un rato.

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